7 de abril de 2018
Guía de fin de semana para la Ciudad del Fin del Mundo
4 de febrero de 2016
La clase de las comadres
Hartas de andar de casa en casa y creyendo que tenían ante ellas la oportunidad del siglo, alquilaron un piso enorme, casi señorial y céntrico muy cerca de la Plaza de los Chorizos. No les costó dar con él y lo que fue aún mejor, ni siquiera les costó negociar un alquiler barato. El propietario, el hijo de un fallecido y reconocido industrial dueño de minas y fincas, tenía poco interés en su vida y mucho en deshacerse de la carga de la vivienda así que ni siquiera les pidió explicaciones. “El alquiler son 30 pesetas. Alguien vendrá a cobrarlas el día 8 de cada mes”. Fue lo primero y último que les dijo antes de entregarles las llaves y esfumarse. Nunca firmaron un contrato.. A las 9 de la mañana, cada 8 de mes, un chiquillo acudía puntual y educado a la academia. Traía una cartera que abría ante ellas. Allí le metían las 30 pesetas. Volvía a cerrar el macuto y se iba con un gracias en los labios. Nunca supieron su nombre.
Los comienzos fueron caprichosos. Porque un capricho fue que Doña Catalina, la elegante señora del Tercero, quisiera cambiar los muebles del comedor casi el mismo día que ellas abrieron su academia en el edificio:
“-Dígales a las chicas de abajo que si quieren las sillas y la mesa. A mi ya no me sirven.
-¡Pero señora! ¿A esas dos mujeres que están solas le va a dar estos muebles tan bonitos y con esta madera?
-También estoy sola yo, Herminia, y no veo que a ti te disguste tanto. ¡Dígaselo!”
Capricho también fue que la primera en pasar por delante de la academia fuera fuera Julia la mujer de Pechón el electricista. “Os digo yo que os lo hace gratis, reinas. Vamos que si os lo hace gratis”.
En cuanto se corrió la voz de que abrían sus clases, empezaron a recibir matrículas. Y también alguna amenaza. “Dos mujeres solas. Debería daros vergüenza”. “Y a vuestros maridos más”, oían continuamente en la calle a su paso. No les importaba lo más mínimo. Y a sus maridos menos.
Ofrecían buenos precios y un horario flexible. Lo primero les llenó los turnos de mañana y tarde de hijos de familias mineras que necesitaban un empuje para llegar a la tan ansiada formación profesional, también –por supuesto- la universidad. Lo segundo, el hecho de que la academia abriera casi a cualquier hora, completó el turno de la noche con mujeres de todas las edades. Era una clase de 12 de la noche a 3 de la mañana. Tres horas al día durante el tiempo que fuera necesario hasta conseguir el graduado escolar.
Era “La clase de las Comadres”, como empezaron a llamarlo en el pueblo a la primera de cambio.
¡Feliz Día, Comadres!
17 de enero de 2016
La tumba de Camila
Antes de embarcarse acudió con él al cementerio. Rezaron. Al marcharse, en silencio, Nicanor sintió una mano sobre su hombro derecho:
"No la olvides"
"No podría"
Ellos dos son los únicos que saben el secreto de la inscripción en la tumba de Camila y a la que todo el mundo le busca un significado místico. Pero G.I.E.D., que es lo que trae en letras bien grandes sobre mármol gris la lápida de Camila, es la manera en que ambos la querían: "Guapa, Inteligente, Enamoradiza, Dormilona".
6 de enero de 2016
Lo típico
Después de dos años viéndose a escondidas, que ella cree que no, pero yo sé que si, mamá pensó que la cena de Nochebuena era el momento indicado para presentar a la familia a su novio Eduardo que llegó sonriente y ya nunca mas se fue. El que retiró mas temprano de lo normal aquella noche fue el tío Gerardo. Cuando fui a buscar la bandeja de los turrones a la cocina escuché a tía Berta decirle a mamá, "de saber que Eduardo era el antídoto contra el cuñadisimo, te lo hubieras traído antes". Ambas se rieron.
Eduardo es médico pero no tiene trabajo así que desde Nochebuena ha tomado el mando de la casa. Cocina medio bien y hace un chocolate exquisito con una pizquina de sal con el que Martina se relame. Y él sonríe al verla disfrutar. Es un año y dos meses mayor que mamá pero no lo parece y menos cuando sonríe. Yo no le creía la edad hasta que me enseñó el pasaporte.
-¿Ves? 16 de julio de 1969".
-Jo, pues pareces mas joven.
-Gracias... Muchas gracias, pero esto último no hace falta que se lo digas a tu madre.
Y vuelve a sonreír, reímos los dos.
Me cae bien porque canta mientras cocina, porque tiene a mamá entretenida y por su sonrisa enorme. A mamá... bueno ya os podéis imaginar a mamá lo bien que le cae Eduardo.
Y Martina... La verdad es que Martina está encantada porque cree que desde Nochebuena vive con nosotras en casa el Rey Baltasar.
19 de diciembre de 2015
La tumba de Hildemarie Elsembach
Hildemarie murió cinco años después de la llegada de Santiago Guilhou a Mieres. Cinco años en los que ambos acabaron disfrutando de un amor tan incondicional como esperado durante décadas. Las dudas iniciales de Numa por aquella relación, más celos que otra cosa, se diluyeron en cuanto su Oma empezó a debilitarse con los primeros síntomas de la tuberculosis.
Numa y Santiago decidieron enterrar a Hildemarie, a La Alemana, en la parte alta derecha del cementerio protestante de Fábrica de Mieres. Junto a ella, años después, reposarían los restos del propio Santiago, en un mausoleo al final de la escalera en un lugar donde la técnica y lógica dicen que no tenía que haber nada. ¿Pero qué saben la técnica y la lógica del amor?
*Esta es una historia inventada. Porque hoy, cuando fuimos a grabar la rehabilitación del Cementerio Protestante de Fábrica de Mieres que están llevando a cabo los incansables chicos de la Asociación Cultural Santa Bárbara, me dio mucha pena saber que lo único que se sabe de esta tumba de la foto es que pertenece "a una sirvienta alemana". Y pensé que a lo mejor no estaba mal darle un nombre y una historia.
1 de diciembre de 2015
Catástrofe de Refalfiu*
El domingo sufrí lo que podríamos denominar una"Catástrofe de Refalfiu*". Es decir: Se me jodió el móvil deúltimageneraciónquetecagas y casi me da mal, claro. Hiperventilé durante los siguientes 30 segundos a que mi teléfono no respondiera a mis tocamientos como si de un masaje cardiáco se tratara. "Vuelve, vuelve, vuelve..." rezaba en voz baja ante la mirada que aguantaban la respiración. Hasta los de la tienda de reparaciones, ya de lunes, me miraban con cara de "madre, prubina, ¿que va a facer de su vida?". Dejé el aparato de últimageneraciónquetecagas en la susodicha tienda de reparaciones con un dramático: "En vuestras manos encomiendo mi espíritu".
Y hoy, tras dos días de oscuridad móvil he vuelto al paleolítico telefónico del año 2010, he vuelto al "troncomóvil". He recuperado un aparato en el que he vuelto a usar los puntos y paréntesis para mostrar mi alegría o decepción; en el que he vuelto a no salir en la mitad de los selfies y además creo que trabajo en La Voz de Asturias (O_o).
En la parte positiva está que gracias a la CdR (Catástrofe de Refalfiu) me he dado cuenta de toda la gente fantástica que disfruto cerquina desde hace un lustro.
*Refalfiu: Dícese del hastío causado por la abundancia
19 de noviembre de 2015
Colás y la moneda del miedo
8 de septiembre de 2015
"Deja el arbitraje y métete a puta"
2 de septiembre de 2015
1995-2015 Nicolasa, 20 años después
"Nunca me despierto temprano y ese día a las siete de la mañana me desperté. A mi no me llegaron a llamar de la empresa. Me llamó una vecina primero. ´Vete pal Pozu que pasó algo´. Desperté al mi fiu, que aquel día, justo, taba en casa. Dijei: ´Despierta vida, que algo pasó en Nicolasa´. Y garramos un taxi. El taxista llevaba la radio puesta y en les noticies decíen que yera muy grave. A la puerta del pozu me encontré al mi cuñau: ´No te preocupes, ta bien, que me lo diz tol mundo´. Y entramos a ver a Luis, el graduado. Que nos dijo: ´Sentaivos... ta muertu´. El mi cuñau decía: ´No, Luis, me dicen que no, que ta vivu´. Luis nos miraba a los tres, al mi cuñau, al mi fiu, y a mi: ´Bueno... no sé...´. Yo repetia-i al mi cuñau: ´Si son los sus chavales, él taba allí. No los dejaba solos. Si son ellos, él taba allí´. Estaba sentada enfrente de Luis que tenía un folio en la mesa. El mi fiu le dio la vuelta a la hoja y vio el nombre de su padre en la lista. Junto al nombre traía una palabra "Muerto". No sé el tiempo que estuve allí sentada sin poder levantarme (....) No sé si me creerás Aitana, pero desde entonces hay muchos días que, sin sentíu, me despierto a las siete de la mañana".
Le dije que la creía y no pude decirle mucho más. El lunes ella, y su hijo, irán a la plaza del Pozu Nicolasa al homenaje que han preparado por el aniversario del accidente más grave de la minería asturiana de los últimos 70 años. El lunes hará exactamente 20 años -menos un día- que ella no pisa la plaza del Pozu Nicolasa. "Hay veces que pienso que pasó una vida, y hay otras que siento que fue ayer mismo".
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Y a ella no le hace falta mirar ni la hora ni el móvil para saber que son las dos y que el que llama es su hermano pequeño.
"Siempre llama cuando sabe que sale mi relevo". Sonríe.
Tamara Espeso tenía 15 años cuando su padre, Luis Antonio Espeso "Zape", murió en el accidente del Pozu Nicolasa del 31 de agosto de 1995. Aquel día no sonó el teléfono en casa porque estaban de mudanza y no tenían. Al principio el retraso del padre no les pareció extraño. "Estará con los amigos", decía la madre. Pero después...
El teléfono si sonó en casa de Tamara tres años más tarde. Como huérfana de minero y a punto de cumplir la mayoría de edad tenía derecho a entrar a trabajar en Hunosa. Y entró. "Mi madre y yo hablábamos de a dónde me mandarían. Hunosa tenía talleres, economatos... Hasta que un día me dijeron: Tienes que venir a hacer análisis. ¿Análisis pa qué?. ¿Cómo pa qué?... vas a entrar a la mina". Y entró. Y poco tiempo después, como ayudante minera, le tocó pasar por la capa octava, entre las galerías cuarta y quinta, del pozo San Nicolás a 400 metros bajo tierra. "La cabeza quiere saber y yo a los mineros con los que trabajo se lo pregunté todo. Todo".
Tras 16 años en la mina, que se dice pronto, esta mujer, pequeña morena y con sonrisa en los ojos, habla con firmeza aunque a veces se le cae una lagrimota del ojo izquierdo.
"¿El homenaje?. Te voy a contestar de dos maneras: como hija y como compañera. Como hija te digo que todo acto en honor a mi padre me parece bien, porque él se lo merecía. Como compañera creo todos los mineros fallecidos en accidente de trabajo se merecen honores. ¿O es que si mueres tu solo en la mina vales menos que si mueres con otros 13?".
*Tamara Espeso tiene 35 años. Los mismos que su padre cuando murió. El lunes va a ir al acto de Nicolasa con su marido, minero en el Pozu María Luisa, su madre, que hace 20 años que no pisa Ablaña y su hermano pequeño, que siempre la llama cuando sabe que sale su relevo.
**La foto es de Nacho Orejas, se publicó en la primera página de La Nueva España el 1 de septiembre de 1995. Era viernes. Compartió portada con una noticia sobre la guerra de Bosnia"
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5 de julio de 2015
Patio de vecinos (CAPÍTULO 2)
Armando en realidad nació siendo Armand, Armand Favril, y creció en uno de los chalets de ingenieros belgas que se habían construido junto al río. Estudiaba cuarto año de Medicina cuando una carta le anunció la muerte de su padre en un estúpido accidente de mina y el suicidio de su madre dos horas después. La terrible noticia, las terribles noticias, le llegaron al joven Favril en una única cuartilla cuadrada y amarillenta, escrita en francés por algún trabajador de la compañía. “Una tragedia, nena. La carta no era una carta, era solo una frase, dos docenas de palabras. Decía: La Compañía Belga de Minas le urge a vaciar la casa de sus padres en el menor tiempo posible. Lamentamos la muerte de ambos”, me explicó la señora Matilde, la del primero, que lo conoce desde niño porque ella limpiaba aquellos chalets de estilo inglés en los que vivían los belgas. Ella fue la que se acercó a él en el funeral de sus padres y le ofreció una habitación donde quedarse antes de volver de nuevo a la Universidad. Y fue ahí, junto a la tumba de sus padres, que inauguraba el primer (y único) cementerio protestante de la región, cuando decidió que era Armando y no Armand, que no volvería a la Universidad y que no pararía hasta averiguar si el accidente de su padre había sido eso, un accidente, o había algo más. Y todo lo hizo apretando en su mano izquierda una cuartilla cuadrada y amarillenta en la que se podía leer, en francés, 24 palabras.
-Hay una cosa que no entiendo. Doña Matilde, Tía Joaquina cómo un prometedor médico de familia pudiente ha terminado de Maquinista en la misma mina que su padre fundó y dirigió.
Mi tía dejó el pincel sobre la mesa y me miró por encima de las gafas.
-Hay una cosa que no entiendo yo, querida sobrina. ¿Qué te ha dado a ti con Armando que desde que llegaste no me has preguntado por otra cosa que no fuese ese muchacho?.
(Continuará...)