7 de abril de 2018

Guía de fin de semana para la Ciudad del Fin del Mundo

*GUÍA DE FIN DE SEMANA PARA LA CIUDAD DEL FIN DEL MUNDO
(Válida para astures y subpajarianos)



Hace unos años cuando mi desconocimiento de A Coruña era mayor que mi cariño (y conocimiento) de la ciudad os habría dicho: “Coruña es como Gijón pero con la pijería de Oviedo”. A veces lo sigo diciendo solo para tocar las narices a los coruñeses que (pese a que lo son) no les gusta parecer los más pijos de Galicia. Ahora, una vez pasados los años (bastantes) y las visitas (muchas) tengo que reconocer que La Coruña tiene para mi entidad propia sin necesidad de compararla con nada, con ninguna otra. Así que atendiendo a las peticiones de muchos aquí os dejo una miniguía de fin de semana.

Para comenzar este itinerario coruñés os voy a decir primero lo que creo que es la peor que tiene A Coruña (después ya me pongo con lo bueno).
Lo peor es: El tráfico. Una locura andar por la ciudad y por ende, también aparcar. Para empezar hay mar por todos lados. El puerto, la Playa de Riazor, la Playa de Orzán, la Torre de Hércules, la dársena... Los coruñeses con ese acento que te los comes con patatines y un poco de pulpo te dicen: "Es que esto es una península, miña reiñina". Y tu piensas: ¡Qué península ni qué península rediós si esto ye una puñetera isla rodeada de mar por todos lados que me voy a tirar al agua y ya que la corriente me arrastre a Gijón!. Pero no lo dices porque quieres parecer una mujer viajada y que no te asusta nada. Lo del aparcamiento es un poco "tira que libras". Hay parkines en casi todas las calles y zonas azules y naranjas y verdes y también hay rincones en los que puedes aparcar siempre y cuando: A) no molestes (mucho) y B) quepa el coche. Hacei lo que podáis, hermanos.

Dicho todo esto y una vez dentro y bien aparcada, A Coruña es una ciudad digna de ser querida y de ser paseada. Os lo digo yo que soy una señora viajada y que no me asusta (casi) nada. Para pasear la clave es mirar a todos lados. Hay que mirar al mar y también hay que mirar mucho al cielo, a los edificios que la salpican. Y aunque habrá construcciones que os apetecerá dinamitar (Galicia style), seguro que encontrarás frisos, ventanas, por supuesto galerías, algún palacete suelto y mucho, mucho modernismo del que disfrutar. ¡Ah… y para disfrutar también está el tema cañas y comida. Esto es otra historia. Veamos:

Para visitar si solo tienes un día y medio:
-MUSEOS CIENTÍFICOS Acuario y Casa del Hombre (que ahora creo que lo llaman Domus) y Casa de las Ciencias. Los tres son lugares fantásticos. Si tenéis tiempo para visitarlos, os encantarán los tres. Si yo tuviera que elegir uno iría al Acuario. Porque… ¿Cómor resumirlo? ¡Uf! Pues que es el Acuario del fin del mundo y eso ya merece una visita. Además, está muy cerca de la Torre de Hércules (el Faro en activo más antiguo del mundo… Dando luz a los que se adentran o salen de la Costa da Morte desde la época de los romanos, los que decían: “Más allá hay dragones…”). Así que si lleva tanto tiempo ahí... será por algo . Para los que viajáis con guajes la Casa del Hombre y la Casa de las Ciencias son unos sitios fantásticos que despertarán la curiosidad de vuestras criaturitas y que además, están a techo (algo a tener muy en cuenta porque en esa esquina del fin del mundo tiende a llover con gracia. Noé era de Montealto).

Para pasear si solo tienes un día y medio:
-CALLE REAL, PLAZA MARÍA PITA Y CIUDAD VIEJA. Es el centro de La Coruña, no tiene pérdida. La Calle Real está ubicada en la parte más estrecha de la península sobre la que se asienta la ciudad. Entre los Jardines de Méndez Nuñez y la Plaza de Riazor. (Ojo aquí: A Coruña está al revés que Gijón. Si te pones en la Torre de Hércules y miras hacia la ciudad con el mar a tu espalda, la playa de Riazor queda a la derecha y el Puerto a la Izquierda).
La Calle Real y su entorno están salpicados de tiendas y callejones casi todos peatonales. Una de esas calles, la Calle de La Estrella es considerada (junto con otras calles como Olmos y Barrera) la zona de los vinos. Buenos vinos, por supuesto buena cerveza (Estrella Galicia, of course) y buenos alimentos. En la Rua Olmos, 27 (ojo aquí, que lo de rúa paez una tontería pero como te pongas a buscar en el GoogleMaps una "calle" en La Coruña puedes chiflar. Siempre rúa). En Rúa Olmos, 27, decía, está el Bar Brasa y Vino que además de tener un menú muy asequible y que siempre incluye algo gallego de eso que te quedas pensando: "Dioooossss mio estos gallegos lo bien que se lo montan" (como por ejemplo el pulto a la brasa) tiene unos frescos en la pared del pintor coruñés Urbano Lugris que a mi personalmente me fascinan mucho.
El camino del vermú va a dar a la Plaza de María Pita. Enorme y majestuosa plaza coronada por la estatua de la Heroína con mayúsculas de la ciudad. Una ciudad que tiene como referente a una tía ya es que mola de mano, no me digáis. Claro que enfrentarse nada más y nada menos que al alirante Sir Francis Drake se merece eso y más. En la Plaza María Pita está la Taberna da Penela (ojo, porque también hay un restaurante que se llama La Penela, pero yo os digo la taberna). Tienen una tortilla patatas y una carne guisada (originarias ambas de Betanzos) para chuparse los dedos). Justo detrás de María Pita ascendéis a la Ciudad Vieja, calles intricada y mucho edificio bonito. En la calle Sinagoga de la Ciudad Vieja está el Restaurante El Sauce, un sitio tranquilo y pequeñín en el que se come muy bien y que, oh casualidad, regenta un amigo: Santiago Pastur. No cobro comisión por anunciarlo, pero sus croquetas y sus calamares bien lo merecen. Es pequeñín y no muy caro, si os animáis a ir, llamad para reservar: 981 22 09 20. Y sin formar parte exacta de la Ciudad Vieja pero sí de la fortificación que en su día fue, tenéis que visitar el Museo Arqueológico que se encuentra en el Castillo de San Antón que antes de ser Museo fue muchas cosas: Cárcel e incluso Isla. Es precioso el continente y el contenido.
En el capítulo "Postres" y si diera la casualidad de que pasarais por delante de lo que os voy a contar ahora, no dejéis de parar a tomar algo. En resumiendo: Un pastel en Hildita, un trozo de tarta en Berna o un souflé de limón en La Gran Antilla que además tiene un local precioso muy céntrico por donde parece que no han pasado los sglos. Después no digáis que no avisé.

Y finalmente en el apartado: "Después de este fin de semana tengo una necesidad imperiosa de llevarme algo gallego para mi casa para que la morriña no pueda conmigo", os recomiendo el Forno Alameda y la Panadería Rozas. Las empanadas son Pecata di Cardinale (que no Bocata, PI CA TA).
Y para un día y medio yo creo que os diría que así está bien. Aunque queda mucho más: el obelisco, la casa de Pablo Picasso (que ojo aquí, empezó a dibujar en La Coruña), el kiosko Alfonso (precioso, precioso, precioso…), la Fundación Barrié (que a veces tiene exposiciones muy preciosas) y, como no, el Zara del numero 3 de la calle Compostela, que es nuevo, y todo un homenaje de Inditex a la ciudad. Por cierto, que el primer Zara de la historia de la Humanidad también está, como no, en La Coruña. Concretamente en la calle Juan Florez. Os apunto aquí que para el tienderío vario (no es moco de pavo lo que la moda mueve en esta ciudad) lo mejor es la propia Calle Juan Florez y los alrededores de la Plaza de Lugo (donde en fin de semana es digno de ver también su mercado de pescado en el interior). También hay varios outlets fuera de la ciudad pero bueno, oye, algo tendré que dejar para mi.


*Esta guía nació como respuesta a dos preguntas que me hacen a menudo: ¿Oye Aita, tu que vas mucho a La Coruña, qué nos recomiendas ver? ¿Y ya que estamos, conoces algún bar en donde se coma bien en La Coruña?
La ciudad tiene, por supuesto, mil rincones más de los que aquí cuento y que yo he aprendido a querer gracias a mis coruñeses favoritos que desde hace muchos, muchos, muchos años, me han llevado (y me llevan) por las calles de la mano mirando al mar, mirando al cielo y sobretodo, aprendiendo a aparcar en la ciudad del fin del mundo. Que ya ni me lío con el mar.


FOTO: Mural de Urbano Lugris en el Bar Brasa y Vino.



4 de febrero de 2016

La clase de las comadres


Hartas de andar de casa en casa y creyendo que tenían ante ellas la oportunidad del siglo, alquilaron un piso enorme, casi señorial y céntrico muy cerca de la Plaza de los Chorizos. No les costó dar con él y lo que fue aún mejor, ni siquiera les costó negociar un alquiler barato.  El propietario, el hijo de un fallecido y reconocido industrial dueño de minas y fincas, tenía poco interés en su vida y mucho en deshacerse de la carga de la vivienda así que ni siquiera les pidió explicaciones. “El alquiler son 30 pesetas. Alguien vendrá a cobrarlas el día 8 de cada mes”. Fue lo primero y último que les dijo antes de entregarles las llaves y esfumarse. Nunca firmaron un contrato.. A las 9 de la mañana, cada 8 de mes, un chiquillo acudía puntual y educado a la academia. Traía una cartera que abría ante ellas. Allí le metían las 30 pesetas. Volvía a cerrar el macuto y se iba con un gracias en los labios. Nunca supieron su nombre.
Los comienzos fueron caprichosos. Porque un capricho fue que Doña Catalina, la elegante señora del Tercero, quisiera cambiar los muebles del comedor casi el mismo día que ellas abrieron su academia en el edificio:
“-Dígales a las chicas de abajo que si quieren las sillas y la mesa. A mi ya no me sirven.
-¡Pero señora! ¿A esas dos mujeres que están solas le va a dar estos muebles tan bonitos y con esta madera?
-También estoy sola yo, Herminia, y no veo que a ti te disguste tanto. ¡Dígaselo!”
Capricho también fue que la primera en pasar por delante de la academia fuera fuera Julia la mujer de Pechón el electricista. “Os digo yo que os lo hace gratis, reinas. Vamos que si os lo hace gratis”.
En cuanto se corrió la voz de que abrían sus clases, empezaron a recibir matrículas. Y también alguna amenaza.  “Dos mujeres solas. Debería daros vergüenza”. “Y a vuestros maridos más”, oían continuamente en la calle a su paso. No les importaba lo más mínimo. Y a sus maridos menos.
Ofrecían buenos precios y un horario flexible. Lo primero les llenó los turnos de mañana y tarde de hijos de familias mineras que necesitaban un empuje para llegar a la tan ansiada formación profesional, también –por supuesto- la universidad. Lo segundo, el hecho de que la academia abriera casi a cualquier hora, completó el turno de la noche con mujeres de todas las edades. Era una clase de 12 de la noche a 3 de la mañana. Tres horas al día durante el tiempo que fuera necesario hasta conseguir el graduado escolar.
Era “La clase de las Comadres”, como empezaron a llamarlo en el pueblo a la primera de cambio.

¡Feliz Día, Comadres!

17 de enero de 2016

La tumba de Camila

Camila, la hija mayor de Don José Rodríguez Rico, murió con 13 años el 13 de diciembre de 1913. El óbito se produjo a las 13 horas (aunque esto en Luarca no lo sabían al no existir todavía en la villa los relojes digitales). Camila murió, pues, a la 1 de la tarde y hasta bien entrada la noche las campanas de la Ermita del Nazareno no dejaron de sonar. Don José Rodríguez, armador y dueño de la mitad de las acciones del Ferrocarril del Norte, le había pagado la cantidad de 20 reales a los cuatro chicos de la finca de Almuña para evitar el silencio del campanario. Esas campanas eran las únicas de la villa que se escuchaban siempre (daba igual de donde soplara el viento) desde la habitación de Camila en el último piso de la fantástica Villa Excélsior a donde su familia se había mudado catorce meses antes del fallecimiento de la chica. Eran las únicas que se oían en aquella estancia luminosa y bajo la cúpula en donde pasaba los días enferma Camila y eso bien lo sabía el joven Nicanor, que no quiso los cinco reales que le hubieran correspondido por tañer las campanas de la ermita del Nazareno, aunque él fue, de los cuatro de Almuña, quien más hizo doblar aquella tarde las campanas del templo. Los demás no lo vieron pero lloró durante todo el tiempo. Cansado de brazos y alma esa noche volvió a casa con la secreta y firme intención de marcharse muy lejos, a Cuba. 
Don José, al que tanto había temido cuando se colaba entre los muros de Villa Excélsior para ver a Camila y robarle besos, le ayudó en todo. Le dio un pasaje en uno de sus barcos y contactos suficientes para hacerse una vida muy lejos, en Cuba.
Antes de embarcarse acudió con él al cementerio. Rezaron. Al marcharse, en silencio, Nicanor sintió una mano sobre su hombro derecho:
"No la olvides"
"No podría"
Ellos dos son los únicos que saben el secreto de la inscripción en la tumba de Camila y a la que todo el mundo le busca un significado místico. Pero G.I.E.D., que es lo que trae en letras bien grandes sobre mármol gris la lápida de Camila, es la manera en que ambos la querían: "Guapa, Inteligente, Enamoradiza, Dormilona".
(*Esta historia no es verdad, es el mosaico literario que se formó en mi cabeza tras un fin de semana en Luarca de mil conversaciones y abrazos acopiados para vencer al tiempo y al espacio. Y también es la respuesta que necesita una amiga que no duerme si se queda con la duda de saber qué significa GIED).

6 de enero de 2016

Lo típico

"Lo típico", acerté a responder cuando Eva me preguntó en el recreo que qué me habían traído los Reyes. Por suerte a ella los Magos le habían puesto un movil de última-nueva-súper-mega generación que la tenía bastante entretenida y no pidió muchas mas explicaciones. "Lo típico". Se me escapó una sonrisa. Aquellas Navidades habían sido de todo menos típicas:
Después de dos años viéndose a escondidas, que ella cree que no, pero yo sé que si, mamá pensó que la cena de Nochebuena era el momento indicado para presentar a la familia a su novio Eduardo que llegó sonriente y ya nunca mas se fue. El que retiró mas temprano de lo normal aquella noche fue el tío Gerardo. Cuando fui a buscar la bandeja de los turrones a la cocina escuché a tía Berta decirle a mamá, "de saber que Eduardo era el antídoto contra el cuñadisimo, te lo hubieras traído antes". Ambas se rieron.
Eduardo es médico pero no tiene trabajo así que desde Nochebuena ha tomado el mando de la casa. Cocina medio bien y hace un chocolate exquisito con una pizquina de sal con el que Martina se relame. Y él sonríe al verla disfrutar. Es un año y dos meses mayor que mamá pero no lo parece y menos cuando sonríe. Yo no le creía la edad hasta que me enseñó el pasaporte. 

-¿Ves? 16 de julio de 1969".
-Jo, pues pareces mas joven.
-Gracias... Muchas gracias, pero esto último no hace falta que se lo digas a tu madre. 
Y vuelve a sonreír, reímos los dos.
Me cae bien porque canta mientras cocina, porque tiene a mamá entretenida y por su sonrisa enorme. A mamá... bueno ya os podéis imaginar a mamá lo bien que le cae Eduardo. 

Y Martina... La verdad es que Martina está encantada porque cree que desde Nochebuena vive con nosotras en casa el Rey Baltasar.

19 de diciembre de 2015

La tumba de Hildemarie Elsembach

Nadie la llamaba por su nombre. En La Rebollada, Hildemarie Elsembach, era "La Alemana". Murió mayor, soltera y hermosa exactamente igual que el primer día que llegó a Mieres. Bueno no. La verdad es que Hildemarie Elsembach murió veinte años más vieja de lo que había llegado a Mieres pero igual de hermosa. Eso pensó Santiago Guilhou cuando la vio después de tanto tiempo. Santiago tuvo que desplazarse desde París a Asturias requerido por su hijo Numa "para no sé qué problema" con aquella fábrica que estaba contruyendo su vástago entre montañas y minas en los confines del mundo. Santiago dijo que sí y aunque nunca lo confesó abiertamente, al menos no al principio, buena parte de aquel "sí" fueron las ganas de ver a Hildemarie, de saber cómo estaba. Ella era alemana, había sido la niñera contratada por su mujer en los años veinte (del siglo XIX) para hacerse cargo de los tres pequeños, sobretodo de Numa, el más inquieto. Hildemarie y Numa se adoraban. Él la llamaba "oma" y ella, aún cuando él ya era el todopoderoso dueño de Fábrica de Mieres, lo apodaba cariñosamente "Maus" y le decía cosas todavía más cursis como "Mein Stern in der Nacht" o "Engel meiner Träume". Santiago, que había aprendido alemán de joven durante una estancia en Frankfurt empezó riéndose de las remilgadas ocurrencias de aquella mujer y acabó prendado de la forma en que sus labios se separaban para decir "nacht". Envidiaba a Numa con todo su ser. Por eso cuando le llegó el aviso de que su hijo necesitaba su ayuda "para no sé qué problema" con aquella fábrica entre carbón y humedad dijo que sí e hizo la maleta a sabiendas de que no volvería nunca a las calles parisinas (aunque eso tampoco lo confesó, al menos no al principio).
Hildemarie murió cinco años después de la llegada de Santiago Guilhou a Mieres. Cinco años en los que ambos acabaron disfrutando de un amor tan incondicional como esperado durante décadas. Las dudas iniciales de Numa por aquella relación, más celos que otra cosa, se diluyeron en cuanto su Oma empezó a debilitarse con los primeros síntomas de la tuberculosis.
Numa y Santiago decidieron enterrar a Hildemarie, a La Alemana, en la parte alta derecha del cementerio protestante de Fábrica de Mieres. Junto a ella, años después, reposarían los restos del propio Santiago, en un mausoleo al final de la escalera en un lugar donde la técnica y lógica dicen que no tenía que haber nada. ¿Pero qué saben la técnica y la lógica del amor?

*Esta es una historia inventada. Porque hoy, cuando fuimos a grabar la rehabilitación del Cementerio Protestante de Fábrica de Mieres que están llevando a cabo los incansables chicos de la Asociación Cultural Santa Bárbara, me dio mucha pena saber que lo único que se sabe de esta tumba de la foto es que pertenece "a una sirvienta alemana". Y pensé que a lo mejor no estaba mal darle un nombre y una historia.

1 de diciembre de 2015

Catástrofe de Refalfiu*

No tengo emoticonos en el teclado no tengo cámara frontal, ni aplicaciones de redes sociales, no tengo todos los contactos que incorporé a mi agenda en los últimos cinco años...
El domingo sufrí lo que podríamos denominar una"Catástrofe de Refalfiu*". Es decir: Se me jodió el móvil deúltimageneraciónquetecagas y casi me da mal, claro. Hiperventilé durante los siguientes 30 segundos a que mi teléfono no respondiera a mis tocamientos como si de un masaje cardiáco se tratara. "Vuelve, vuelve, vuelve..." rezaba en voz baja ante la mirada que aguantaban la respiración. Hasta los de la tienda de reparaciones, ya de lunes, me miraban con cara de "madre, prubina, ¿que va a facer de su vida?". Dejé el aparato de últimageneraciónquetecagas en la susodicha tienda de reparaciones con un dramático: "En vuestras manos encomiendo mi espíritu".
Y hoy, tras dos días de oscuridad móvil he vuelto al paleolítico telefónico del año 2010, he vuelto al "troncomóvil". He recuperado un aparato en el que he vuelto a usar los puntos y paréntesis para mostrar mi alegría o decepción; en el que he vuelto a no salir en la mitad de los selfies y además creo que trabajo en La Voz de Asturias (O_o).
En la parte positiva está que gracias a la CdR (Catástrofe de Refalfiu) me he dado cuenta de toda la gente fantástica que disfruto cerquina desde hace un lustro.


*Refalfiu: Dícese del hastío causado por la abundancia

19 de noviembre de 2015

Colás y la moneda del miedo

Levantó la mano para enseñarme la moneda.
-¿La ves? Diomela mi pa antes de marchar a París. Diomela y nun me dio un besu porque los paisanos entonces nun daben besos. Nunca más volvimos a hablar de él en casa. Mi ma no nos dejaba. Y mi güela menos. Un día pillome mirando la moneda y me la quitó de la mano de una hostia. "Nunca más, ¿me oyes?. Nunca más". Taba tan enfadá que nun se dio cuenta de apañala de debajo la cama. Garrela yo y guardela encima de la viga del desván. Yo a veces metíame en la cama con el mi hermanu y preguntabai. "¿Cómo era? ¿Cómo hablaba?". "Era altu y hablaba bajino, pero quítate pallá, Colás, rediós, qué manía tienes de preguntar por él, como nos pille güelita mátanos a los dos. Además, ¿qué ye que tu nun te acuerdes? Pues bien que guardes la moneda que te dio, que lo sé yo, encima de la viga del desván". Yo, la verdad, acordábame de él al principio. Depués veníenme ráfagues a la cabeza de su voz, del su olor, de la su risa, pero nun yeren recuerdos, yeren sensaciones. ¿Me explico?. Asi tuvimos 38 años en mi casa. Sin hablar de él nunca, nunca más. Nun sabía de qué teníen mieu los demás, yo tenía mieu a que mi güela me volviera a dar una hostia...Y pel medio reímos, bailemos, y hasta me casé con la rapaza más guapa de la Pola y tuve dos guajes...



8 de septiembre de 2015

"Deja el arbitraje y métete a puta"

"Deja el arbitraje y métete a puta" algo así le dijo un hombre a Zaira Morales, de 14 años, en el campo de fútbol del Gijón Industrial. Fue al final de la temporada mientras ella arbitraba un partido de alevines. Ahora Zaira dice que lo quiere dejar, que a ella le gusta mucho pitar pero no pasarlo mal en los campos, y que se va. Comprensible. 
Yo le digo a Zaira que no lo deje. Que si es su pasión, que siga hasta el infinito y más allá. Porque nos tiene a su lado. 
Y le digo al energúmeno que le gritó la horrenda frase en el campo del Gijón Industrial, en un partido de alevines, que muchas gracias. Muchísimas gracias por darnos un toque de atención. Porque esto nos sirve, y no solo a las mujeres, también a los hombres que aborrecen gestos y palabras de ese estilo, para alertarnos, a todos, de que queda todo por hacer en esta sociedad. 
#ánimoZaira

2 de septiembre de 2015

1995-2015 Nicolasa, 20 años después


"Nunca me despierto temprano y ese día a las siete de la mañana me desperté. A mi no me llegaron a llamar de la empresa. Me llamó una vecina primero. ´Vete pal Pozu que pasó algo´. Desperté al mi fiu, que aquel día, justo, taba en casa. Dijei: ´Despierta vida, que algo pasó en Nicolasa´. Y garramos un taxi. El taxista llevaba la radio puesta y en les noticies decíen que yera muy grave. A la puerta del pozu me encontré al mi cuñau: ´No te preocupes, ta bien, que me lo diz tol mundo´. Y entramos a ver a Luis, el graduado. Que nos dijo: ´Sentaivos... ta muertu´. El mi cuñau decía: ´No, Luis, me dicen que no, que ta vivu´. Luis nos miraba a los tres, al mi cuñau, al mi fiu, y a mi: ´Bueno... no sé...´. Yo repetia-i al mi cuñau: ´Si son los sus chavales, él taba allí. No los dejaba solos. Si son ellos, él taba allí´. Estaba sentada enfrente de Luis que tenía un folio en la mesa. El mi fiu le dio la vuelta a la hoja y vio el nombre de su padre en la lista. Junto al nombre traía una palabra "Muerto". No sé el tiempo que estuve allí sentada sin poder levantarme (....) No sé si me creerás Aitana, pero desde entonces hay muchos días que, sin sentíu, me despierto a las siete de la mañana".
Le dije que la creía y no pude decirle mucho más. El lunes ella, y su hijo, irán a la plaza del Pozu Nicolasa al homenaje que han preparado por el aniversario del accidente más grave de la minería asturiana de los últimos 70 años. El lunes hará exactamente 20 años -menos un día- que ella no pisa la plaza del Pozu Nicolasa. "Hay veces que pienso que pasó una vida, y hay otras que siento que fue ayer mismo".

Me dijo que iba a ir a Nicolasa por el su hombre, por los otros 13 que fallecieron aquel 31 de agosto de 1995 y por todos los mineros que murieron en accidente de trabajo. No quier salir en la tele. "¿Pero un besu dejarasme date, no?", le pregunté. "Y dos también, ne", sonrió, yo sé que esti tipo de muyeres siempre sonríen cuando dicen estes coses.

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"-Te está sonando el teléfono -le digo tendiéndole el bolso que yo le aguantaba durante la entrevista.
Y a ella no le hace falta mirar ni la hora ni el móvil para saber que son las dos y que el que llama es su hermano pequeño.
"Siempre llama cuando sabe que sale mi relevo". Sonríe.
Tamara Espeso tenía 15 años cuando su padre, Luis Antonio Espeso "Zape", murió en el accidente del Pozu Nicolasa del 31 de agosto de 1995. Aquel día no sonó el teléfono en casa porque estaban de mudanza y no tenían. Al principio el retraso del padre no les pareció extraño. "Estará con los amigos", decía la madre. Pero después...
El teléfono si sonó en casa de Tamara tres años más tarde. Como huérfana de minero y a punto de cumplir la mayoría de edad tenía derecho a entrar a trabajar en Hunosa. Y entró. "Mi madre y yo hablábamos de a dónde me mandarían. Hunosa tenía talleres, economatos... Hasta que un día me dijeron: Tienes que venir a hacer análisis. ¿Análisis pa qué?. ¿Cómo pa qué?... vas a entrar a la mina". Y entró. Y poco tiempo después, como ayudante minera, le tocó pasar por la capa octava, entre las galerías cuarta y quinta, del pozo San Nicolás a 400 metros bajo tierra. "La cabeza quiere saber y yo a los mineros con los que trabajo se lo pregunté todo. Todo".
Tras 16 años en la mina, que se dice pronto, esta mujer, pequeña morena y con sonrisa en los ojos, habla con firmeza aunque a veces se le cae una lagrimota del ojo izquierdo.
"¿El homenaje?. Te voy a contestar de dos maneras: como hija y como compañera. Como hija te digo que todo acto en honor a mi padre me parece bien, porque él se lo merecía. Como compañera creo todos los mineros fallecidos en accidente de trabajo se merecen honores. ¿O es que si mueres tu solo en la mina vales menos que si mueres con otros 13?".
*Tamara Espeso tiene 35 años. Los mismos que su padre cuando murió. El lunes va a ir al acto de Nicolasa con su marido, minero en el Pozu María Luisa, su madre, que hace 20 años que no pisa Ablaña y su hermano pequeño, que siempre la llama cuando sabe que sale su relevo.
**La foto es de Nacho Orejas, se publicó en la primera página de La Nueva España el 1 de septiembre de 1995. Era viernes. Compartió portada con una noticia sobre la guerra de Bosnia"



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5 de julio de 2015

Patio de vecinos (CAPÍTULO 2)

Armando en realidad nació siendo ArmandArmand Favril, y creció en uno de los chalets de ingenieros belgas que se habían construido junto al río. Estudiaba cuarto año de Medicina cuando una carta le anunció la muerte de su padre en un estúpido accidente de mina y el suicidio de su madre dos horas después. La terrible noticia, las terribles noticias, le llegaron al joven Favril en una única cuartilla cuadrada y amarillenta, escrita en francés por algún trabajador de la compañía. “Una tragedia, nena. La carta no era una carta, era solo una frase, dos docenas de palabras. Decía: La Compañía Belga de Minas le urge a vaciar la casa de sus padres en el menor tiempo posible. Lamentamos la muerte de ambos”, me explicó la señora Matilde, la del primero, que lo conoce desde niño porque ella limpiaba aquellos chalets de estilo inglés en los que vivían los belgas. Ella fue la que se acercó a él en el funeral de sus padres y le ofreció una habitación donde quedarse antes de volver de nuevo a la Universidad. Y fue ahí, junto a la tumba de sus padres, que inauguraba el primer (y único) cementerio protestante de la región, cuando decidió que era Armando y no Armand, que no volvería a la Universidad y que no pararía hasta averiguar si el accidente de su padre había sido eso, un accidente, o había algo más. Y todo lo hizo apretando en su mano izquierda una cuartilla cuadrada y amarillenta en la que se podía leer, en francés, 24 palabras. 

-Hay una cosa que no entiendo. Doña Matilde, Tía Joaquina cómo un prometedor médico de familia pudiente ha terminado de Maquinista en la misma mina que su padre fundó y dirigió. 

Mi tía dejó el pincel sobre la mesa y me miró por encima de las gafas.

-Hay una cosa que no entiendo yo, querida sobrina. ¿Qué te ha dado a ti con Armando que desde que llegaste no me has preguntado por otra cosa que no fuese ese muchacho?.


(Continuará...)