30 de diciembre de 2009
Superstición, pereza y 2010
Calzarse y vestirse con lo mejor que tengas, tomar una cuchara de madera en la mano, coger una maleta en la otra, procurar dar el primer paso con el pie derecho, ponerse ropa interior roja y si, después de todo, te queda algún dedo libre, tomarse las doce uvas sin que se quede una en el plato. Estuve mirando por internet, que es esa herramienta virtual sin la que los jóvenes actuales ya no podríamos vivir, y he recopilado algunos de los consejos que, según la cultura de turno, deben seguirse para empezar el año con buen pie. ¡Qué sí, que sí! Que después va el destino y hace lo que le da la gana, pero por mi y mi supersticionismo que no quede, vamos.
Es como cuando eres pequeño y empiezas a plantearte retos tú solo por la calle. Tengo que llegar a aquella esquina antes que ese señor, tengo que alcanzar la parada de autobuses antes de que el coche rojo llegue a la rotonda. Y ahí ibas tú, con unos coloretes por la calle y unas sudadas de toma pan y moja. Si, por un azar de pecados, no podías cumplir la meta marcada en cuestión, rápidamente te buscabas otra hazaña para que la mala suerte no cayera sobre tí. Hubo una época de mi vida que me veía a mi misma haciendo tales mamarrachadas por la calle y me daba vergüenza ajena (sí, era ajena porque yo ni siquiera me reconocía a mi misma). Pero ahora no, gracias (o desgracias) a los tiempos en que nos ha tocado vivir he vuelto a mi más tierna infancia y vuelvo a creer en todas las supersticiones del mundo.
Y es que el 2009, no lo podéis negar, ha sido un año “plof” (la onomatopeya es la mejor opción que la lengua española me ofrece para el caso). El 2009 ha dado una pereza que te cagas y ahora que se acaba lo podemos decir bien alto. Estuvimos doce meses apechugando con lo que nos había tocado pero ¡basta ya!. Es hora de gritar a los cuatro vientos la Pereza que nos ha dado el 2009 con sus crisis, sus corrupciones, sus políticas, sus no políticas, sus ayudas inservibles a la compra de un coche, sus hipotecas impagadas, sus secuestros, sus curas retrógrados, sus embargos, sus despidos, sus miserias, sus huelgas y sus....¿a qué da pereza?.
En estos momentos de cambio de año, hago como el chiste de Forges que salió en El País: Dos hombres pasean por la calle, y uno le dice al otro “¿Qué pides para el 2010?”, a lo que el compañero responde “¿Yo?. ¡Qué se callen!”. Pues eso, que en el 2010 se callen los chulos, los prepotentes, los egoístas, los reaccionarios, los envidiosos, los pardillos, y no sigo porque igual me tengo que callar a mi misma.
Así que, si para que se cumpla todo lo que quiero, me tengo que poner mis mejores galas, coger una cuchara de madera con una mano, una maleta con la otra, ponerme bragas rojas y hacer malabares para tomar las uvas lo haré. (Solo espero no aparecer el día 1 en el telediario como la gilipollas que se rompió un brazo por superstición). Si consigo superar el “entramado” de las doce de la noche del 31, brindaré porque el 2010 nos traiga a todos buenas noticias
5 de diciembre de 2009
Ardor de mala leche
Doce meses después ahí sigue el abollón. Ni los testimonios de esos buenos conciudadanos ni el hecho que desde hace cuatro años pago religiosamente las cuotas del seguro, sirvieron para nada. Cierto es que uno de los testigos fue el cuponero de delante del Hospital Adaro y eso puede restar fiabilidad a sus palabras pero el hombre me asegura que, por el ojo que ve, lo observó todo con nitidez y claridad. De hecho, resumió el percance como "fue una cabrona". Algo que, a mi juicio, deja claro que el paisano se enteró de la movida perfectamente.
Total, que llevo doce meses, con las consiguientes visitas a la oficina de la aseguradora, sin que me den una solución a la abolladura de mi purrusaldo de cuatro ruedas y, la verdad, estoy empezando a cansar. Tardé, porque siempre fui de reacción lenta para las cosas que me afectan, pero es que esta mañana empecé a pensar en ello mientras me duchaba y me entró un ardor de mala leche que para qué contaros.
Resumiendo: Hasta las narices estoy de que las aseguradoras, telefónicas, empresas del gas, agua, basura y un largo etcétera hagan el agosto a costa de mi cuenta corriente. Cuando son ellos los que tienen que arreglar, reparar o devolver no hay con quien contar. Es como para tirarse al monte.
27 de noviembre de 2009
¿Estas ahí?
No hay cosa que más rabia me de que alguien se ponga delante y me pregunte: -¿Estás ahí?; o que me vea comer y pregunte: ¿Estas comiendo?, o que me vea leer y pregunte: ¿Estas leyendo?.¡Uf!. No, sí te parece yo, el libro y la fabada somos hologramas y tu estás para que te encierren en la Cadellada. Apetece responder así, la verdad. Y no lo haces, porque la rabia a la hora de "sociabilizar" con el resto de la humanidad está mal vista y porque, depende de quien esté delante tuyo (llámese madre, abuela, tía o demás familia), te puedes ganar una colleja "expres" que pica para el resto de la tarde.
Salvo ciertos capítulos de mi infancia -que no puedo comentar bajo pena de pagar cincuenta euros a mi hermana-, la agresividad nunca fue lo mío. Yo soy más del diálogo. Como el enano del chiste de guerra de Gila, que lo metían en un 600 y lo mandaban al frente enemigo para que insultara: “No mata, pero desmoraliza”.
El problema es que las palabras, cuando por el medio se mete algún culete de sidra de más, se convierten en nebulosas y, por otro lado, hay porteros de discotecas madrileñas que en su vida oyeron hablar de la Viuda de Angelón y ni ganas que tienen.
Una caja de sidra llegada de tierras patrias fue la causante de mi única discusión con un "segurata" en la capital del regino. Tras diez minutos contándole las bondades de la bebida autóctona, en cuestión de segundos el maromo me cogió con una mano, me levantó dos palmos del suelo, me apartó a un lado y me cortó el vacilón de raíz. Durante este lapso de tiempo, quiso ofenderme diciendo que yo era “una paleta de pueblo”. ¡Ya ves.! No me disgustó eso, la verdad. Además de ser cierto, lo llevo a mucha honra. Eso sí, cuando después, miró hacia mi, y me preguntó “¿Estás ahí?” no lo pude resistir: “No, si te parece soy un holograma y bla, bla, bla...”. Nunca dieron tanto de sí dos piernas.
29 de octubre de 2009
Mi otoño en Nueva York
28 de octubre de 2009
Un millón o más...
Situémonos espacio temporalmente: Nueva York, 17 de octubre de 2009. Una, que es de pueblo y por lo tanto más urbanita que nadie, disfruta de sus primeras horas de vida en la Gran Manzana. La susodicha una llega al único supermarket abierto tan tarde a esas horas del domingo otoñal y compra cuatro cosas para el desaryuno. Se pone a la cola mientras palpa sus primeros dólares y piensa en euros. Da un vistazo de curiosidad alrededor. Dos jóvenes con cervezas, un estante repleto de miles de mostazas, flores, pasteles, un policía en la puerta y detrás, dos señoras bien vestidas que rondan la setentena. Las mira a ellas que parecen embelesadas observando la fruta: “Madre fía, nun me digas que estes manzanes no son prestosísimes...”. ¡Ay, dios! “¿Pero de dónde son ustedes?”, “De Luanco, ¿y tú?”. “De la Cuenca”. “Bueno, ¡pues a pasálo bien, neña!”.
Bien, ésto que acabo de contar, lo juro, es una situación real y me pasó a mí. Sí, yo soy la susodicha “Una” cuya vida no hace más que confirmar cierta teoría a la que se sumó hace años y que apunta que, en realidad, los asturianos somos más del millón de personas que asegura el censo del Instituto Nacional de Estadística (INE). Porque, a ver, no es posible que podamos ser “sólo” un millón de paisanos en esta región y aún así estemos presentes en todos los puntos del globo terráqueo, a cualquier hora del día. La teoría no es mía, a qué lo voy a negar. La leí hace años en un artículo firmado por Suso Cuartas y, desde entonces, me he unido a ella como una fanática más. Es más, ya hace años que rondaba por mi alrededor semejante ideario. Tenía un profesor en la facultad que decía que si ibas a dar una conferencia a Pekín sobre genética molecular y preguntabas si en la sala había algún gallego, seguro que alguien levantaba la mano para decirte: “No, pero yo soy asturianu”.
Me gusta eso de que en el imperio astur de pensamiento, palabra y afirmación, al igual que en Nueva York, no se duerma nunca, que tampoco en él se ponga el sol.
12 de octubre de 2009
27 de septiembre de 2009
Un buen comienzo
Falda de flores de mil colores, chaqueta azul marino, calcetines blancos de "perlé" y diadema en la cabeza. De esas trazas empecé, a los once años, sexto de EGB en mi nuevo colegio. Con esas pintas de niña inocente, de mano ya os puedo decir que se la estaba metiendo doblada a todos. El engaño duró poco. En el primer recreo, mis compañeros se dieron cuenta de que el aspecto delicado que me envolvía no tenía nada que ver con la "marimacha" que habitaba dentro de mi. Ese día fui la capitana de uno de los equipos de fútbol y primer alumno/a, que se recordara en la breve pero intensa vida del colegio, en meter cuatro goles vistiendo falda de flores de mil colores, chaqueta azul marino y calcetines blancos de "perlé". Ese inicio de curso de 1991 fue, sin dudas, uno de los mejores comienzos de algo de toda mi vida. Sé que es así porque la "marimacha" que aún hoy reside en alguna parte de mi, se emociona cada vez que recuerda el tercer gol.
Los principios de las cosas son importantísimos. Los finales felices tienen más "tronío" en la sociedad actual pero donde esté un buen comienzo que se quite el resto.
Sólo hay una cosa que se le podía reprobar a los inicios cuando te vas haciendo mayor. De adulto, pocas veces te dan la oportunidad de mostrar tu valía a los compañeros y jefes con un balón en los pies.
Las cosas serían distintas si en las entrevistas de trabajo estuvieran presentes Mejuto o Quini en vez de los psicólogos de turno (el gremio va a empezar a odiarme). Pero empezar algo, por baladí que sea, en la edad adulta es un poco más complicado personal, profesional y, cómo no, burocráticamente. ¡Mamina!. ¡La pila de papeles que tuve de paseo entre la oficina de la Seguridad Social, Hacienda y el Servicio de Empleo para conseguir entrar en el régimen laboral de los autónomos!. Como será la cosa que yo no tengo del todo claro si ya soy autónoma o si acabaré en la cárcel por desfalco antes de fin de año. Me empanaré de algo cuando abra la puerta y se me pongan delante dos agentes de la policía judicial para llevarme de frente a la cárcel. ¡Quién sabe!, lo mismo en el patio de la trena hay un balón.
24 de agosto de 2009
Traumas infantiles
Nacer hace casi tres décadas, y recalco lo de casi, me evitó tres cosas: no tuve que poner aparato de dientes (de aquella no se llevaba), no me vi obligada a estudiar inglés (what?) y nunca pisé la consulta de un psicólogo. Hace casi treinta años, casi, si te movías de un lado para otro, rompías las cosas -incluso la piñata sin “brakets”– y hablabas como una cotorra, eras un “trastu”. Y punto. Porque el mundo de la psicología no descubrió la hiperactividad infantil hasta los noventa y después, para qué vamos a negarlo, todo cambió. Pese a la personalidad que me gastaba en mi más tierna infancia, de marcada tendencia al “trasterismo”, tengo que reconocer que no me comí grandes marrones ni castigos. Algún escobazo, zapatillazo y/o “ñalgazu” a mano abierta sí, pero nada más. Los adultos que me aguantaron tuvieron que hacerlo a pelo, con la única herramienta de la palabra y, en última instancia, de una escoba, zapatilla y/o mano. Lo pienso desde la distancia y fue un acierto haber nacido entonces. Las calles de mi pueblo tenían sus reglas y las acatabas sin por ello tener que ir los martes de cinco a seis a contárselo a un individuo de gafas de pasta y diploma en la pared. Normalmente, en los juegos mandaba siempre la misma persona. No tenía que ser el mayor, ni siquiera el más fuerte. Era el líder y si olvidabas la norma te podía caer un tortazo (en este caso la palabra sobraba). Mirándolo desde estos momentos de la vida, lo que nos hubiera gustado es que ese “jefe” de la calle sí fuera al psicólogo, al menos habríamos descansado una hora a la semana.
Tampoco es que ahora se viva mal como infante de la casa. Los cuidamos, los defendemos, jugamos con ellos, visitan el dentista con asiduidad y sobretodo, los mandamos a campamentos de verano bilingües, que les permitirán pedir comida, alojamiento o ropa en casi cualquier parte del mundo sin por ello tener que recurrir a una sarta de gestos que les hagan parecer mimos en pleno Trafalgar Square. Además, al final la vida es como un bucle y resulta que pasan los años y casi en la treintena te plantan unos hierros en la boca, porque para tener unos dientes bonitos ya no hay edad, y el jefe te obliga a aprender inglés aunque tus relaciones laborales no vayan más allá de Tudela Veguín. Creo que mañana le voy a pedir cita a un experto.
13 de agosto de 2009
29 de julio de 2009
Que me toquen las copas, que me toquen las copas....
Pero héte aquí que hay veces que la Ley de Probabilidad y Estadística juega malas pasadas. Hay una integrante de ese grupo de amigos al que, desde hace cinco fiestas, le han tocado oros. Es decir, hace cinco fines de semana y/o fiestas de guardar, que se dedica a ser la chófer de su pandilla, con lo de aguante, paciencia y responsabilidad que ello conlleva. Lo han acertado. Ésa "suertuda" soy yo. Y estoy hasta las narices de la Cerveza sin alcohol (que sabe igual que el tazón de cereales que me tomo todas las mañanas), del Biosolan (que tengo la vitamina C por las nubes) y de la Coca Cola (que encima llego a casa y no soy capaz a echar un sueño). Aprovecho pues esta columna para decirle a mis amigos una cosa: ¡Cabrones! (he mirado en el libro de estilo y no corrompo ninguna ética por insultarlos, que lo sepan los lectores). También quisiera remitir un mensaje a los agentes de la Guardia Civil que velan por nuestra seguridad: "Señores, cuando me vean conducir un coche con cara de póker, párenme y háganme el control de alcoholemia. Por favor. Que la noche me sirva para algo". Es que estoy hartita de que se me acerque el agente, me salude marcialmente, asome su cabeza al coche, vea el coro que llevo detrás entonando por quincuagésima vez "El Chalaneru" y me diga: "Siga circulando". Ya sé que doy pena, eso lo tengo más que claro, pero señor, que llevo siete horas sin tomar un culete. Ya que me para, hágalo, hágame soplar y regáleme la boquilla para mirarla cuando esté en la cocina de mi casa esperando a que me entre el sueñu y me pueda poner a rezar, a modo de "tantra": "que me toquen las copas, que me toquen las copas".
25 de junio de 2009
De boda y yo con estos pelos
Paulo y Soraya se dieron el sí quiero, fuimos testigos de ello, lo pasamos genial. En estos momentos, los novios, se encuentran en Ibiza y los odiamos un poco. Lo que popularmente se conoce en España como "envidia cochina".
22 de junio de 2009
"Nos vamos de vacaciones"
El último día de las clases, nuestros padres nos recogían a la puerta del colegio y nos mandaban a comer a casa de la abuela, lugar que ya no abandonaríamos en los siguientes tres meses. Al principio, la vuelta a casa no se producía hasta justo el día antes de que arrancaran las clases. El retorno a la civilización se hacía tan duro que las dos precisamos de asistencia psicológica para poder enfrentar, en perfectas condiciones psicomotrices, la recuperación de los horarios y las obligaciones y el abandono del salvajismo que tan bien nos había sentado. Fue el propio psicólogo infantil el que recomendó a nuestros progenitores, tras ver cómo mi hermana y yo nos subíamos a su mesa para colgarnos de la lámpara, que procuraran traernos a casa una semana antes del colegio, para ir adaptándonos a la situación. Eran siete días infernales de llantos, recuerdos y saltos hacia las lámparas. Atrás habían quedado las horas en el río, las bolsas de pipas, las fiestas, los amigos estivales llegados de medio mundo. En esta lista de cosas buenas del verano iba a incluir el sol, pero partiendo de la base de que la casa de mi abuela está en Llanes y que allí como le de un verano por orbayar no para hasta diciembre, vamos a obviarlo. El final del verano estaba lleno de emociones (¿quién no lloró escuchando la canción del mismo nombre), de promesas (“juro que te voy a escribir todos los días”), de bronceado (si se dejaba el tiempo), y de memoria. La misma que recordarán en secreto, dentro de mucho tiempo, mis vecinos Samuel y Ángel, dos hermanos pecosos y alegres de once y ocho años que ayer me encontré en la calle. Con una maleta al hombro, que ya no era “la de los libros”, y una sonrisa indescriptible los dos me dijeron al unísono “nos vamos de vacaciones”. Les devolví una sonrisa llena de melancolía. ¡Quién pudiera cambiarse por ellos!... y volver a aquel pueblo, a las bolsas de pipas en las escuelas, a los amigos llegados de todo el mundo...
24 de mayo de 2009
"Calla, que empieza la novela"
En verano, los niños de la casa esperábamos a que los mayores se sentaran frente al televisor a ver la telenovela de turno para hacer maldades por los alrededores sin tener que recibir la adulta mirada inquisitoria o, en casos de extrema travesura, una hostia. Un día, durante un capítulo de Cristal, gastamos diez kilos de pintura negra en convertir tremenda roca en carbón. Nuestra intención, tras la conversión, era prenderle fuego y que ardiera “para toda la eternidad”. No resultó, pero la piedra, veinte años después, sigue negra (como el carbón).
Otra tarde, mientras el milagro del amor hacía que Topacio recuperara la vista, nos dedicamos a hacer un curso acelerado de corte y confección, sobretodo de corte, con la ropa del tendal. Maldita la gracia que le hizo a mi tío tener que gastar, el resto del verano, unos calcetines que, por uno minutos, habíamos llegado a convertir “en el último modelo de Valentino”, versión Barbie. ¡Schhhhhhhh, calla que empieza la novela!, nos decían y, despacito, nos escabullíamos entre las patas de la mesa para salir a la calle.
El mundo era todo nuestro y la sensación de poder tan grande que en la mayoría de las ocasiones nosotros mismos nos delatábamos peleándonos por ver quién comandaba la aventura. Así que en una misma jornada podíamos llegar a descubrir varias sensaciones: el poder, la ira, la humillación y, dependiendo cuál fuera el alcance de la ocurrencia, también el dolor. Gracias a las telenovelas también podías darte cuenta de cuándo alguno del grupo había llegado a la edad del pavo. Era el mismo día que, ya de mañana, te decía “yo igual me quedo hoy a ver de qué va eso de la telenovela que dicen que está entretenida”. El caso es que tú llevabas un tiempo mosqueada porque desde hacía unos días estaba medio tonto con cierto veraneante del pueblo, y no paraba de suspirar en toda la noche, y después también suspiraba delante del televisor, viendo a los protagonistas de la novela en cuestión queriéndose. Claro, algo veías venir.
Mi edad del pavo llegó con una serie venezolana. ¡Dios qué disgustos pillé con las idas y venidas de amor de aquellos protagonistas!. Hasta llegué a pensar que yo pasaba de aquello, que a mi tanto sufrir no me podía venir bien. El caso es que estos días, y aprovechando que los jefes han tenido la delicadeza de adelantarme las vacaciones estivales mandándome al paro, he encontrado la susodicha telenovela en Internet. He estado bajándome los últimos capítulos que no llegué a ver en su día porque se el verano terminó y con él las sobremesas silenciosas frente al televisor. Descargo los episodios bajo la internáutica mirada inquisitoria del churri. “A veces me das miedo”, me dice. Y yo pienso: “pues mira, o esto o pillo un bote de pintura negra de diez kilos y me pongo a ser creativa”. Por cierto, al final, cásense. Y sí, lloré.
12 de mayo de 2009
30 de abril de 2009
Voy con la moda
28 de abril de 2009
Imperdibles (I)
Javier Ortíz, escritor y columnista, nació en Donostia-San Sebastián el 24 de enero de 1948 y murió el pasado 27 de abril de 2009 en Aigües (Alicante), tras dejar escrito su propio obituario. Con sus palabras inicio la sección "Imperdibles" de este, mi blog.
"Javier Ortiz fue el sexto hijo de una maestra de Irún, María Estévez Sáez, y de un gestor administrativo madrileño, José María Ortiz Crouselles. Sus abuelos fueron, respectivamente, un señor de Granada con aspecto de policía -lo que tal vez se justifique considerando el hecho de que era policía-, una señora muy agradable y culta con allure y apellido del Rosellón, un honrado y discreto carabinero orensano con habilidades de pendolista y una viuda de Haro casada en segundas nupcias con el recién mencionado, Javier Estévez Cartelle, del que se derivó el nombre de pila de nuestro recién difunto. Si algún interés tienen todos estos antecedentes, cosa que dista de estar clara, es el de demostrar que, en contra de lo que suele pretenderse, el cruce de razas no mejora el producto. (Obsérvese qué gran variedad de procedencias se puso en juego para acabar fabricando a un vasco calvo y bajito.)
La infancia de Javier Ortiz transcurrió en San Sebastián, ciudad que le venía muy a mano, porque nació allí. Se dedicó básicamente a mirar lo que había por sus cercanías, en particular el pecho de las señoras -ahora que ya está muerto podemos descubrir ese inocente secreto suyo-, y a estudiar cosas tan peregrinas como las ciudades costeras del Perú, de las que no logró olvidarse hasta su postrer respiro. Los jesuitas trataron de encauzarlo por el buen camino, pero él descubrió muy pronto que era comunista. Eso malogró del todo su carrera religiosa, ya de por sí poco prometedora, sobre todo desde que notó con desagrado el interés que algunos sacerdotes ponían en sus partes pudendas.
Su primer trabajo como escribidor, aparecido en una página del periódico del colegio, fue, curiosamente, una necrológica, con lo que cabría decir que su carrera como periodista ha resultado capicúa, singular circunstancia de la que muy pocos podrían presumir, aún en el improbable caso de que lo pretendieran.
A los 15 años, hastiado de las injusticias humanas -algunas de las cuales seguían teniendo como referencia obsesiva los pechos femeninos-, decidió hacerse marxista-leninista. Los años siguientes tuvo que emplearlos en averiguar qué era eso que acababa de hacerse, a lo que contribuyeron decisivamente algunos esforzados miembros de la Policía política franquista.
A partir de lo cual, se dedicó con gran entusiasmo a cultivar el noble género del panfleto. Sin parar. A diario. Año tras año. Fue cambiando de punto de residencia, no siempre por voluntad propia -ahí merecen especial mención sus estancias carcelarias y su exilio, primero en Burdeos, luego en París-, pero jamás varió su inquebrantable afán de agitador político, que él pretendía haber adquirido, por absurdo que parezca -y sea, de hecho-, en la lectura de Los documentos póstumos del Club Pickwick, de don Carlos Dickens, y de las Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Padarox, de don Pío Baroja.
Burdeos, París, Barcelona, Madrid, Bilbao, Aigües, Santander... Recorrió incontables sitios y holló innúmeros parajes sin parar de escribir, erre que erre. Zutik!, Servir al Pueblo, Saida, Liberación -y Mar, y Mediterranean Magazine- y El Mundo, y una docena de libros, y varias radios, y algunas televisiones... Por escribir, incluso escribió para otros y otras, ejerciendo de negro en momentos de particular penuria. También lo hizo a veces por amistad.
Movido por la lectura del Selecciones de Reader's Digest y otras publicaciones estadounidenses tan aficionadas a ese género de operaciones, un día decidió calcular cuántos kilómetros cubrirían sus escritos, en el caso de colocarlos todos en una sola larguísima línea de cuerpo 12. El resultado de la estimación fue concluyente: ocuparían la tira.
En materia de amores (de la que sería injusto decir que careciera de alguna experiencia), también fue capicúa. Decía que las mejores mujeres, las más cariñosas y las más nobles con las que compartió sus días (sin desdeñar dogmáticamente a ninguna otra), le resultaron la primera y la última. Aunque la favorita le apareciera por medio: su hija Ane.
Y todo para acabar con algo tan vulgar como la muerte. Por parada cardio-respiratoria, como queda dicho. En fin, otro puesto de trabajo disponible. Algo es algo.
25 de abril de 2009
25 de abril
¿Puede haber un nombre más guapo para una Revolución que "la de los claveles"? Tal vez sí, pero los que padecemos de lusofilia siempre elegiremos éste.
17 de abril de 2009
Modesta a referéndum y/o Referéndum modesto
En un alarde de deformación profesional, salí a la calle a palpar la opinión de los langreanos y adyacentes. Lo que se viene a llamar un referéndum de palu y/o de andar por casa. ¿Qué pondrías tú en el suelo de Modesta?. Ésa era la única pregunta del plebiscito popular. Las respuestas fueron variadas. Paso a resumirlas.
«Fácil. Una macrosidrería en la que no sólo puedas tajate, sino que también tengas la oportunidad de catar diferentes modalidades de sidra, hacer cursos de escanciao y, por supuesto, fumar sustancies ilegales», apuntó Julitona «La Garabata», natural de Sama y residente en La Fresneda desde que una disputa vecinal relacionada con una plantación la obligara a abandonar el barco langreano.
Holegario Fernández (sí, con hache), vecino de Ciañu «de toda la vida», apostó por «trasladar la zona de juegos infantil del parque Dorado a las instalaciones de Modesta». La razón de Fernández fue la siguiente: «Tengo un nietín de dos años y la mi fía trabaya, así que lu llevo toles tardes al parque pa que airee. Como los columpios tan a la vera el río, llevo dos años sin apear el resfriao. Esti añu púseme la vacuna de la gripe dos veces, una en el ambulatorio de Ciañu, en noviembre, y otra en Boñar en el Puente de la Constitución, porque-y dije al médicu que tovía nun la había tomao. Pero ¡qué va, ni con eses!».
Otra de las opiniones recogidas, la resumen muy bien estas palabras de Jennifer Casas Matas: «Que levanten un museo en honor a Cabano el de Física o Química que el otru día vilu en La Pola y flipé».
En el abanico de ideas aportadas a este referéndum destacan, además, la posibilidad de que se construyan en la zona unos chalecinos adosados, de que se habilite una gran zona verde, que se ponga en marcha un polígono industrial al que podríamos llamar «No es Riaño VI» y/o que «construya un polideportivo como el de La Felguera». Pero todas estas, que queréis que os diga, me parecen más aburridas como para detallarlas.
Ahí dejo el testigo para que lo recoja quien buenamente tenga a bien y/o gobierne este municipio.
22 de marzo de 2009
Quietorl.....
Con todo, lo peor no es que los vocables de la “chiquitilengua” se acaben en “orl”. Tengo una amiga que cada vez que dice una “chiquitipalabra” se echa la mano al riñón y pega un saltín. “No puedorl, no puedorl”, dice, y salta. A mí esa actitud, más que vergüenza ajena, me da dentera. Como cuando pienso en que muerdo un jersey de lana pura. Algo que, paradójicamente, no me pasa con “po zí” o “cuñaaaao”. Efectivamente, soy de las que doblo la espalda hasta que el jorobado de Notre Dame parece una modelo de la pasarela Cibeles y recito: “Po zí Amparo, ¿tas fumao un porro? Po zí, po zi". Por no hablar de mi inclinación a pegar un papel y/o chicle en mi paleto superior izquierdo (otrora roto por un castañazo que me dí en mi más tierna infancia) para repetir sin descanso “Cuñaaao, no eres bueno ni ná, cuñaaao”. Menos mal que mis dos ídem, a los que vamos a denominar J. e I., se parten el culo cada vez que se lo digo, porque si no, es como para poner en entredicho su relación con la familia política. Y ya en el fin del repaso mental a alocuciones frikis del castellano aparecen otras que, en mayor o menor medida, han ido desapareciendo o no se conoce el origen. Hablo de frases como «ya vestruz» o «digamelón». Hay gente romántica que sigue utilizándolas en su vida diaria con la consiguiente mirada de desaprobación del auditorio que pone cara de estar pensando «Dios mío, cuanto daño hicieron los ochenta».
«Jarl,hasta luego, Lucarl»
10 de marzo de 2009
24 de febrero de 2009
A propósito de los Oscar
No me puedo creer que Hugh Jackman cante, baile y encima sea tan guapo como es.
22 de febrero de 2009
La televisión naranja
Con la Universidad llegó el desenfreno. ¡Fuera de casa y con una tele para mi sola!. Lo pienso y se me cae la baba a lo Homer Simpson. En los cinco años que me llevó sacar la carrera, allí estuvo ella acompañando los aconteceres madrileños. El mismo día que se estrenó «Los Serrano», me enteré de que una vecina le estaba poniendo los cuernos al marido con el dueño de un puesto de golosinas que había junto al portal y casi no me pude concentrar en la historia. Aunque la cima de mi querencia televisiva la viví unas jornadas más tarde. Esperaba el ascensor para subir a casa cuando junto a mí, y sin previo aviso, se posicionó Mayra Gómez Kemp.Os juro que si se pone a mi lado John Corbett no tiemblo tanto. «Voy al tercero», me dijo la Kemp. Y yo, en un alarde de desfachatez que sólo contaré una vez y que negaré el resto de mis días, acerqué mi dedo a los botones y con una sonrisa en la boca canté:«Uuuuuun, dosssssss, tressssss». Sin comentarios.
Todo este rollo para deciros que, si vuestras infancias también son recuerdos de una tele encendida, no dejéis de leer el libro«Pechosfuera» del asturiano Pepe Colubi.
18 de febrero de 2009
Pregunta del día
-¿Por qué el que piensa que es el más inteligente en realidad es el más tonto?
4 de febrero de 2009
Playing for change (y lo que haga falta)
1 de febrero de 2009
La historia olvidada de "El Jefe"
Álvarez Rey nació en la localidad leonesa de San Andrés de Rabanedo en 1909 y, cuando aún era un niño, se trasladó con su familia a Turón. Hijo de minero, apenas levantaba dos palmos cuando inició su actividad militante ayudando a los trabajadores que se tenían que esconder por la represión posterior a la huelga de 1917. «El Jefe» comenzó a trabajar en la mina a los 15 años y se afilió al Partido Comunista en 1924. Fue uno de los fundadores del PCE en Asturias. Desempeñó los cargos de miembro del comité ejecutivo regional y secretario general del radio de Turón, y participó en la creación del Sindicato Único de Mineros (SUM), del que llegó a ser secretario. El SUM, que tuvo más 6.000 afiliados, nació tras la expulsión de los comunistas del SOMA y estuvo adscrito a la CNT hasta 1931. Cuatro años más tarde volvió a unificarse con UGT. El SUM fue ilegalizado, lo que no impidió que organizara las principales movilizaciones mineras de aquellos años.
La convulsa juventud de Álvarez Rey tuvo otro punto de inflexión en 1934. Durante la Revolución de octubre tomó parte activa combatiendo contra los cuarteles de la Guardia Civil de Turón y más tarde frente al Ejército en Campomanes. Al ver que había fracasado el movimiento obrero, emprendió la huida a pie hacia León con su hermano Virgilio y los hermanos Herminio y Pin García. Más tarde el grupo se separó. Luis Miguel Cuervo explica, en un texto de homenaje a Álvarez Rey, que la idea con la que funcionaban era que «un hermano de cada familia fuera por cada lado. Si caen unos, que no caigan los otros». Cuatro de los hermanos Álvarez Rey murieron como consecuencia de la represión: dos están enterrados en la fosa común de Oviedo, uno en el Pozo Fortuna y otro falleció en un campo de concentración en Francia.
Su primer viaje fuera de Asturias fue también el del primer exilio de Rey. Cuervo asegura que de León fueron a Madrid y San Sebastián, para después pasar a Francia. «Tras permanecer unos meses en París, viajó a Moscú, donde realizó diferentes cursos hasta regresar a España en marzo de 1936 acogiéndose a la amnistía decretada tras la victoria electoral del Frente Popular», señala.
La Guerra Civil es otra de las claves que explican la vida de Álvarez Rey, la que lo encumbró a los altos mandos del Ejército republicano. Tras el alzamiento militar, el mierense formó parte del Comité de Guerra de Turón. En agosto de 1936 se desplazó al frente occidental de Asturias, donde fue nombrado delegado político en la Comandancia Militar de Occidente y participó en la defensa de Cornellana. Más tarde ocupó el mismo cargo en la Comandancia de Trubia. Tras la militarización, llegaría a ser comisario político en la 8.ª Brigada de Asturias y más tarde en la 5.ª, 1.ª y 60 divisiones, esta última con puesto de mando en Lugones. Allí, el día 21 de octubre de 1937, recibió un enlace enviado por el mayor anarquista Víctor González, que le avisaba de que se había acordado la evacuación y que todo el mundo se marchaba esa noche. Le dijo también que su mujer, su hija y su cuñado ya habían embarcado en Gijón, y que lo mejor era que «intentara salir desde Avilés, porque en Gijón ya no quedaban barcos». González y Álvarez Rey recorrieron el camino hasta la villa avilesina apuntándose con una pistola. No se fiaban uno del otro. Pero la cosa salió bien y pudieron embarcar con otras 50 personas rumbo a Francia, desde donde pasaron a Cataluña. No cesó en su lucha para defender la «República legítima» y llegó a ocupar el cargo de comisario político de división en Teruel y en el Ejército del Ebro. Con la guerra terminada y perdida, y con la familia en el exilio, el objetivo de Álvarez Rey fue marchar de España. Consiguió llegar al norte de África, para pasar después a la URSS. Allí le sorprendió el inicio de la II Guerra Mundial. Versado, a su pesar, en las artes de la guerra, Álvarez Rey tomó parte en la batalla de Moscú, dentro de la 4.ª compañía especial de la Brigada Motorizada Independiente de Tiradores de la NKVD, integrada por 125 republicanos españoles. Él era el jefe, y su misión -nada más y nada menos-, defender el Kremlin. Más tarde, combatió en el Cáucaso.
Cuervo explica: «Entre las distinciones que tenía destacaban la condecoración de la Estrella Roja de la URSS, orden de la Victoria en la Gran Guerra Patria de la URSS, medalla de la Defensa de Moscú y el Cáucaso, y las conmemorativas de los 20.º, 30.º y 40.º aniversarios de la Victoria. También fue distinguido con la medalla de la Liberación de Yugoslavia».
Acabada la Guerra Mundial, se trasladó a Francia. Eran los años cuarenta y con ocasión del intento de invasión por el valle de Arán estaba previsto que formara parte de la segunda oleada para acabar con el régimen de Franco. Así, fijó su residencia en la localidad francesa de Toulouse. Nunca se olvidó de sus orígenes comunistas y desarrolló su papel como formador de cuadros del PCE. También participó en el congreso de 1959 del PCE en Praga. El resto de su vida trabajó, hasta su jubilación, como albañil.
Con la dilatada redacción de la vida de Álvarez Rey parece que no queda lugar para nada más, pero sí. Al parecer, y eso ya no aparece en su historia oficial, llegó a espiar al Ejército nazi vestido de militar alemán, y aunque él nunca lo contó «porque era secreto de partido», su familia y amigos creen que alguna vez volvió a España para participar en acciones clandestinas del PCE. «Desaparecía durante tres meses y cuando volvía a casa nadie preguntaba nada, seguían con su vida normal», apunta Cuervo. Porque Álvarez Rey siempre dijo que ciertas cosas se irían con él a la tumba y, como todas las promesas que hizo en vida, cumplió hasta el final.
Una íntima ceremonia familiar despidió, el pasado 26 de enero, a Álvarez Rey en Toulouse, donde reposan sus restos, y adonde tal vez lleguen las noticias de que su muerte sirvió para recordar que «El Jefe» pervive en la memoria de una nación que, ahora con leyes y homenajes, intenta recuperar los nombres que se creían olvidados.
24 de enero de 2009
Ingenuidad
Y las palabras, como si ella también tuviera un redactor de discursos, salieron de su boca sin titubeos. «Tal vez, los que luchan, no consigan todo lo que se proponen. Tal vez siempre existan los intereses ocultos y el terrorismo, y la maldad, y las crisis económicas, y la injusticia. Pero yo hoy quiero pensar que mientras alguien luche por hacerlos desaparecer, aún queda un resquicio para la esperanza». Y siguió gritando: «Las cosas no cambian solas, hay que dejarse la piel en la vida, hay que intentar que, con el tiempo, los que vengan, se den cuenta que la rendición es la peor de las derrotas», señaló y, sin un amago de temblor en sus dedos, alzó la copa para brindar con nadie: «Va por vosotros, por los que no os rendís». De reojo, vio a su marido apoyado en la puerta. La miraba con cara de extrañeza. Debía pensar que estaba loca de remate, que a esas horas, en la oscuridad del salón, o el sueño le podía o definitivamente eran delirios de una chiflada.
Nada más lejos de la realidad. Recostado contra el marco de la puerta del salón, con los brazos cruzados sobre su pecho y una sonrisa en los labios, él, ahora, estaba seguro que, aquella chica menuda a la que había conocido en el ascensor de la Facultad, era, en realidad, la mujer más maravillosa del mundo.
12 de enero de 2009
El ojo que todo lo ve, está en Laviana.
Alquilamos una casa en el concejo de Laviana. Muy guapa y muy soleyera. Éramos nueve personas, dos perros e íbamos para cuatro días, pero compramos comida como mi güela la de Llanes en los años noventa, cuando era verano y primos, nietos y demás familia pasábamos tres meses largos de vacaciones (¿qué digo tres meses? yo creo que eran cuatro) en su casa. A saber: Un sacu de patates, una caja de vino, nueve kilos de cordero, quince litros de leche y un largo etcétera.
La tarde de Nochevieja (paradójico) subimos, preparamos manteles, nos pusimos los disfraces (¿a que entendéis ahora mi pesar en las primeras líneas), cenamos, comimos las uvas y bailamos, bailamos, bailamos....Juan hizo las veces de DJ Plaza, con bigote pelirrojo "tipo ABBA" incrustado bajo la nariz incluido (diossss, ¡esas fotos!). Hubo un par de borracheras y cuatro amagos de mareo. Esa noche también nos dimos los regalos del Amigo Invisible.
El año nuevo empezó el día de idem con un sol de espatarrar. Soraya A hizo paella, su santo la supervisó y los demás la degustamos. Todo regado con un par de raciones de Play Station que para eso somos la generación que va después de la X y que nació para aprender "a la trágala" cómo funcionan todos esos aparatos y así poder seguir siendo adolescentes in pectore. Soraya B y su santo Iván abandonaron la casa. Nominados. Dormimos.
El viernes, día 2 del año nueve, Paulo se fue a trabajar y los demás hincamos el diente a la estupenda fabada elaborada por Juan, que hizo las veces de Chef Plaza. Después la cocina de carbón se incendió y casi salimos en las noticias, pero eso es una historia que prefiero no recordar porque es de noche y después sueño... Paulo llegó de trabajar, peritó los daños, dijo que no era "pa´ tanto", que eramos "unos exageraos" y nos fuimos para la cama sin ningún sentimiento de culpa. Somos así.
El día sábado amaneció entre caídas del colchón y "apagasaluzdeunapuñeteravez" entre los dientes. La convivencia comenzaba a hacer mella, pero nosotros, incansables al desaliento, continúamos como si nada. Somos así. Juan, que hizo las veces de Chófer Plaza, y servidora, acudimos a un bautizo familiar en Gijón. En nuestra ausencia, los cinco restantes, se despellejaron unos a otros en el sentido más metafórico y terapéutico del verbo. Cuando volvimos, el ambiente estaba supercalmado. Nos asustamos. Ésa noche, con la ausencia de Eli e Isaac que prefirieron marchar para la cama, hablamos y bebimos. Todo regado con un par de raciones de baraja que para eso somos la generación que va después de la X y que nació para escuchar a sus abuelos cómo se hacen trampas a las cartas. Ganó Ricardo. Nos pulió, el Ricardito. Sin rencor, nos fuimos para la cama.
El domingo llovió. Fue como una señal: Nuestra convivencia en la casa se había terminado. Sólo nos faltaba la Mercedes Milá en la puerta de la mansión lavianesa diciendo: tú ganaste, tú perdiste. Recogimos. Juan, que hizo las veces de Chacha Plaza, no dejó mota de polvo sin limpiar. Y la verdad, después de todo, al cerrar la puerta, nos dio hasta pena. Ni siquiera, con los apaños que habíamos hecho, se notaba nada del incendio sabatino. (Por cierto, que del siniestro no hay fotos pero de lo otro sí, y al final, he pensado, que casi mejor cuelgo una de ellas. Total, ¿quién se va a enterar?)