Susto o susto
No
me asusta (ni me disgusta) que la gente celebre Halloween. No me
asustan las calabazas ni los disfraces, ni que repitan, por enésima vez,
"Pesadilla en Elm Street". Bueno, de hecho la película no me asusta de
ninguna manera porque no la veo. Es que, aunque los sustos me asustan lo justito nunca me gustaron las películas de miedo ni las bromas que
dan miedo. No por el miedo en sí, sino porque veo tonto pasarlo mal
gratuitamente.
En
el apartado vital de "miedos" se puede decir que tengo "callo" para aguantar lo
que me echen. Desde que éramos pequeños en mi familia se practicó lo que
un psicólogo denominaría "Terapia de Choque" y que nosotros, mucho más
del pueblo llano y mayormente sin estudios de psicología, definimos como
"Si nun quies taza, taza y media".
Que
a ti te daba miedo el río porque no sabías nadar, pues ya se encargaban
un par de primos de tirarte al agua de cabeza para que tu misma, con
tus brazos y sin dramas -porque cuando en una casa hay muchos niños sólo
es aceptable el drama si hay abundante sangre-, salieras del mencionado
río por tu propio pie y te hicieras con ello una mujer de provecho. Que
el río no, pero la oscuridad te ponía frenética porque veías en ella a
todo un arsenal de monstruos y sombras acechándote para matarte, pues te
quitaban la tontería a fuerza de que te encargaras tú, y solo tú, de ir
a hacer todos los recados en los alrededores de la solitaria casa de tu
abuela en plena noche y sin linterna que la cosa corría prisa y, claro,
la linterna nunca está donde debe estar cuando se la necesita.
Superados
los miedos al agua y a la noche, con la adolescencia llegó el interés
por lo sobrenatural y el miedo a los espíritus y a las posesiones
diabólicas como si ya no fuera bastante demonio la adolescencia en sí
misma. Para esta época de la vida yo tuve un primo, mayor (aún lo sigo
teniendo), que vivió unos años de tendencia tétrica y esotérica bastante
importante. No es que nos creara callo al resto que veníamos detrás con sus esoterismos, es que nos
convirtió en callos sin sensibilidad ninguna. Tan pronto le daba por
invocar con la houija al fantasma de nuestro bisabuelo como nos decía
que si contábamos las escaleras mientras las subíamos hacia la cama se
nos aparecía la muerte y o bien nos mataba o bien nos decía como íbamos a
morir, que para el caso, ojiplática te quedabas toda la noche porque
claro, te lo ponen en bandeja y no te queda otra que contar escalones de
la que subes. Que no lo haces queriendo pero tienes un subconsciente
muy tétrico. Será genético.
En total, con estos antecedentes: no me asusta Halloween ni sus consecuencias.
Eso
sí, denuncio públicamente que le tengo pavor a la charcutera cuando me
dice, ¡un 31 de octubre!: "¡oyes, por si no te veo, felices fiestas!".
Brrrrr.... (Respigu).