De
la que te pones a bajar la Faya los Llobos hay dos curvas (bueno, ya
sabéis, quien dice dos dice siete millones). El caso es que hay dos
curvas en concreto que tienen sendas pintadas fantásticas. A saber:
"Apúrala Marcelino" y "Rosana ye temible". No sé
quiénes son Marcelino y Rosana pero desde que el otro día leí las
dos frases quiero conocerlos. Estoy convencida de que me iban a caer
genial los dos, incluso Rosana que por mucho que digan seguro que su
carácter no es para tanto.
Con
las pintadas que llevan nombre propio soy de involucrarme muy
rápidamente. Como García Márquez (ala, ya me vine arriba). Cuenta
el escritor colombiano en uno de sus artículos periodísticos la
desazón que le entró después de ver, día sí y día también, una
declaración de amor pintada en una pared muy cerca de su casa. El
artículo es de abril de 1982, se publicó en El País y empieza: "En
un largo muro blanco, frente a mi casa de México, amaneció el
viernes pasado un letrero enorme: Peggy, dame un beso. Está pintado
con un soplete de tinta indeleble, de esos que se usan para la guerra
política de las paredes, y se le nota el pulso tenso e intenso de
los letreros clandestinos escritos con el alma en un hilo en el
sigilo de la madrugada, mientras los cómplices vigilan las esquinas
para dar el aviso oportuno". El escrito de García Márquez
continuaba disertando sobre la actualidad de aquellos tempranos
ochenta y también sobre sexo que, por poco tratado en las cuatro
décadas precedentes, era un tema que llamaba la atención a los
españoles ochenteros.
En
Turón hace años que hay una pintada: "Cualquier díi
t´atarazo". Esta declaración de intenciones, que al primer
golpe de vista parece escrita en italiano, me tiene hablando sola
desde que la vi. Apetece poner una respuesta debajo: "¿Topástelu?".
El
artículo de García Márquez acababa suplicándole a Peggy que le
diera un beso a su amor anónimo. Yo, por eso de que ya estoy
envalentonada, voy a emular al Premio Nobel para decir: "Venga,
Marcelino, tío, apurala".
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