Ahora si. Pasan los kilómetros y la emisora continúa. Se escucha nítida aunque cada vez estemos más lejos. En el coche apenas se habla. Hace sol y viento. Se suceden los pueblos, las casas pequeñas, los peajes, las risas, las canciones. De vez en cuando vemos a alguien trabajar serenamente en una huerta. Pues se ve que esto es Europa. Nadie, nunca, nos la muestra así. Como lo que realmente es, una sucesión de tierra a veces verde, a veces amarilla, a veces negra, y que acoge a millones de personas cuya mayor diferencia es que hablamos distintos idiomas. Pero eso desde el coche no se ve ni se siente. Todo parece lo mismo. Todos parecemos los mismos.
Sabemos que no estamos en España porque hemos pasado entre unas casetas que algún día fueron aduanas o puestos fronterizos, que algún día fueron límite. Si no fuera por eso no habríamos sabido discernir si estamos en otro país o aún es España la que soporta nuestro peso.
Viajar es la forma que tengo de coger aire. Viajar en primavera, antes de que el verano llegue con sus fiestas, sus ausencias, sus multitudes y sus calores es, desde hace años, la mejor de las terapias anti estrés. Viajar, y cruzar fronteras, facilita una sana desconexión. Te permite ver desde fuera, incluso valorar, las pulsiones que nos acompañan en el día a día, los egos, las gilipolleces y también las cosas (la gente) que realmente valen la pena...
A veces hay que marchar, aunque solo sea unos días, para echar en falta la cotidianidad.
Y eso que ya sabes de antemano que al final -porque siempre te pasa lo mismo- lo que más vas a terminar añorando será el viaje.
De repente la radio se va, y suena una canción muy tierna, hacemos esfuerzos por entender al locutor. Ahora si, estamos fuera. Volveremos.
(Y volvimos).
17 de mayo de 2014
En ruta
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