La política es matemática. Por mucho que algunos políticos
se ocupen estos días en decir a la ciudadanía (así en general) que no, sí. Lo
es. A ver. Matemática pura, pura, pura lo que se dice pura de “dos más dos son
cuatro”, tampoco. Es una cosa más complejilla, de derivadas, y porcentajes y
señores que se llaman D´Hont y cosas que no sé ni decir porque no en vano mi
aprobado raspado en Matemáticas de 3º de BUP
se debió no tanto a mis méritos como a la vena dramática que me apodera
a veces y que hizo sucumbir a mi profesora con un “anda, anda, anda quítate
pallá, prométeme que en COU vas a elegir Arte y no Matemáticas, por dios”. (lo
confieso ahora públicamente porque ha prescrito, que me he informado).
La política es química. O al menos debería serlo. Y
además en el sentido más cursi y ñoño de la palabra. Química política para ir a
votar, para decidirte por un candidato u otro, por un partido u otro… Meter la papeleta en el sobre y después
dársela al presidente de mesa para que haga lo propio en la urna es un coito
democrático en toda regla. Si todo ello
se hace con gustirrinín químico pues oye mejor que mejor. Parece que apetece
más. Ya sé, ya. Es "solo" cada cuatro años y siempre cae de domingo, pero tampoco nos
vamos a poner exquisitos. Los hay que “mojan” menos. Las cosas como son.
La política es historia, que no deja de ser una ciencia,
historia de lo que fuiste y lo que aspiras a ser. Y también literatura que va
desde los cantares de gesta hasta el teatro del absurdo (no me hagáis poner
ejemplos, por favor).
La política es muchas cosas, incluso zoología… Pero bueno,
eso ya lo sabéis.
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