29 de junio de 2010

Donde hay Mundial que se quite lo demás...



Una sabe bien que se está disputando una competición deportiva de altura porque todo el mundo habla del tema con aparente nivel de conocimiento. Fernando Alonso corre una carrera de Fórmula 1 en el circuito de Monza, y muchos, que hace tan solo seis años ni siquiera sabíamos que existía la Fórmula 1, nos vemos en la necesidad imperiosa de opinar sobre lo malos que son los mecánicos de Lotus que no dan una, lo bien que se saltó la "chican" un tal Kúbica o si el fallo de los Toro Rosso estuvo en que eligieron neumáticos blandos en vez de duros. "¡Neumáticos blandos! ¿Pero de qué van?", digo, osada de mi, a voz en grito en el bar de turno cuando, he de confesar, no tengo ni idea de cuál es la diferencia entre ambos y tengo a mi Clio con los mismos desde que Alonso corría en Minardi que ya me dió el toque hasta el tipo de la ITV. Hablar de la Fórmula 1, tal y como yo lo hago, es lo mismo que hablar del tiempo lo que pasa que todo suena como más importante. No es lo mismo encontrarte al vecino en el ascensor y decir: "¡Vaya calorón! que toparte al susodicho vecino y plantarle: "¿A ti paezte normal lo de Hamilton? Home, pasose el "safeticar" por donde yo te diga". No es lo mismo, suena mejor.
Temporada a temporada vamos perfeccionando el vocabulario hasta convertirnos en auténticos cherif del comentario automovilístico. Claro que después te llega un Mundial de Fútbol y que queréis que os diga, yo me olvido de todo lo que va sobre cuatro ruedas. El tema es que tengo que hacer sitio en la cabeza para todo lo que conlleva una Copa del Mundo: los cruces de los equipos, las alineaciones, los días y horarios de los partidos, las cuentas de la liguilla previa, el pelazo rubio de Piqué, los taconazos de Maradona desde el banquillo --entiéndase taconazos como toque de balón no como prenda de vestir--, la cantada del portero inglés, Sara Carbonero y su churri bajo la portería, las vuvuzelas, los octavos, las pifias arbitrales, la selección de Japón, la alineación indebida, los recuerdos, los chistes de que Ghana gana, los triunfos...Y claro, cualquiera se acuerda de que, si no hay Mundial, nos pasamos los domingos viendo coches dar vueltas sin sentido y encima, con neumáticos blandos.

29 de mayo de 2010

¿Engordaste?



-"¿Engordaste algo, eh?"
-"Sí, señora, engordé y usted tiene unas arrugas sospechosas junto a los ojos".
No se puede, porque no se puede, pero cuantas veces te apetece responder de estas trazas cuando se acerca una vecina, conocida o ciudadana de a pie para poner en cuarentena la dieta que, de cuando en vez, tienes a bien seguir en tu cabeza (más que en estómago). Yo tengo preparadas en cartera un par de respuestas que no dejan indiferente a nadie. Depende de como me encuentre digo una u otra. La opción que más me gusta es: "Es que estoy embarazada de cinco meses, pero no le diga nada a mi madre que aún no lo sabe. Es una sorpresa". Quedan con una palidez extrema. A mi madre la tengo advertida, que a más de una le faltó tiempo para tras el "no, no, no, no te preocupes", marcar el teléfono de mi progenitora y chafarme la "exclusiva".
El caso es que el otro día, con la visita de la Princesa de Asturias a El Entrego, me di cuenta que a las señoras en general el tema de la gordura las trae por la calle de la amargura (pareado): "Tas muy guapina Leti, pero tienes que engordar un poco, fía, que tas esmirriaduca, como un xilguerín", "Ay, mio nena, has de comer más, que tas en chasis", "Madre, fia, tas igual que el espíritu de la golosina". Tras media doce más de frases por el estilo, me identifiqué con ella (pero al revés) y decidí solidarizarme con la susodicha Princesa. Que como dice una amiga mía, "son altezas, pero son personas".
Más allá de que forme parte de la realeza o no, que el tema Monarquía ya lo tocaremos en otra columna, lo cierto es que ella es una mujer a la que, como al resto, le debe fastidiar bastante que su peso sea objeto de conversación allá donde vaya. Con el añadido de que, además, forma parte del grupo de gente conocida que sale en los medios de comunicación a menudo, y tiene que aguantar ya no sólo a la vecina de turno sino a buena parte del pueblo español. Yo supongo que pondrá antena tierra y pasará del tema para no cogerse un ardor de estómago. Porque si a mi, una sola señora que afirma ante mi careto que engordé ya me pone de mala leche para toda la semana. No quiero pensar lo que tiene que ser escuchar a hordas de señoras llamarte "xilguerín".

29 de abril de 2010

Somos leyenda



Somos leyenda. Las generaciones que ahora rondamos la treintena somos leyenda. Ésta es la frase que me repito, cual mantra, todos los días cuando me enfrento a la vida moderna. Nosotros estamos en medio de una brecha humana que algún día se estudiará en las Universidades americanas y puede que incluso en algunas de los países nórdicos. Los "más o menos" treintañeros tenemos, por delante, a "nuestros mayores". A ellos, las nuevas tecnologías, los taitantos canales de televisión digital terrestre, los "esemeses" y demás virtualidades les han cogido así un poco como de sorpresa, y les han obligado a ponerse las baterías de litio a punto para no quedarse con cara de Robert de Niro o, lo que es lo mismo, con cara de tener una úlcera gastroduodenal.
Por el otro lado, y puchando, tenemos a la muchachada adolescente que ha nacido con un i-pan debajo del brazo y que ya vienen, de serie, con su disco duro interno cargado de maneras y modos de utilizar cualquier aparato y/o herramienta web que se les ponga por delante. Al menos eso parece, aunque también os digo que la que quedo con cara de Robert De Niro soy yo cuando interacciono con alguno de ellos. Les oigo hablar y tengo miedo; leo sus mensajes, no los entiendo y tengo miedo (porque ya me diréis lo que significa esto: "kba tia, oi n tub na en ksa yege als nef). Finalmente, pienso: "Estos me tienen que pagar a mi la jubilación" y tengo miedo, pero tampoco me obsesiono, que se busquen la vida en el futuro. Pobres. Dan penica porque se han perdido muchas cosas. "Nací en 1996", me dice uno el otro día, y yo grité para mis adentros "¿en mil novecientos noventa y qué?". Y acto seguido le empecé a contar lo felices que fuimos en éste su país con los Juegos Olímpicos de Barcelona; que, por aquel entonces, el mando a distancia era el hermano pequeño de la familia al que mandabas levantarse para ver si, por un azar del destino, había algo entretenido en La 2; y que lo más revolucionario que te podían regalar era un walkman Casio que, a día de hoy, sería considerado armamento pesado y peligroso en cualquier instituto de enseñanza.
Terminé mi discurso con un suspiro y con la mirada melancólica en lontananza. Él puso cara de estar pensando: ¡Y qué yo tenga que pagarle la jubilación a esta!.

29 de marzo de 2010

Diferencias

"Yo no me dí cuenta de que era diferente hasta Tercero de Primaria", explica Samuel con una sonrisa blanca en la que, juraría, hay más dientes de lo normal. Éste joven, y prometedor futbolista "del Atlético", vive en un pueblo de la sierra madrileña desde que sus padres le recogieran en un orfanato haitiano hace ya quince años y seis meses. El día que descubrió que era "diferente" no se le olvida porque "fue muy gracioso". Tras una intensa jornada escolar, Samuel llegó a casa emocionado. En el colegio habían celebrado el Día contra el Racismo y la profesora les explicó que "en el mundo hay personas con distinto color de piel: blancos, negros, más morenos, menos..., pero todos somos iguales". "Como en esta clase, que hay un niño con la piel negra, pero que es igual que los demás, si se porta bien, se le premia, si se porta mal se castiga. ¿Lo entendéis?", les dijo la educadora y todos asintieron. Samuel, encantado, llegó a casa diciendo: "¿Sabes qué, mamá, en clase tenemos un compañero negro?". Almudena, su madre, sonríe al acordarse y asegura: "Pensé...¡a ver cómo le decimos que ése niño negro es él!". El entuerto se resolvió sin problemas y gracias a la mediación de Pedro, el hermano mayor, que le cogió de la mano y le llevó a su habitación para que viera un cartel de Michael Jordan...."es como tú, ¿ves? y tú también serás una estrella de la NBA, Samu", sentenció Pedro.

Pasaron los años y el baloncesto, a decir verdad, nunca atrajo las querencias de aquel niño que un día de marzo de hace siete años descubrió que era "diferente" al resto de sus hermanos y sus compañeros de clase por el color de su piel, pero igual que ellos "por todo lo demás". Eso sí, Samuel reconoce que alguna vez le han intentado ofender utilizando su "diferencia" como insulto. Él "pasa de todo". Aunque al acordarse de "esas chungadas" se pone serio y habla con una claridad que asusta para su adolescencia: "La gente es muy ignorante, me parece tan absurdo juzgar a alguien por el color de su piel que la gente que lo hace me da hasta pena, porque se pierden muchas cosas", señala el chaval mientras muestra una sonrisa y la foto de Jimena, su novia, que también es "diferente" porque "es una empollona que saca notazas".

1 de marzo de 2010

A "Los de La Voz"



Una de las mejores oportunidades que ofrece el ejercicio del periodismo es que permite conocer a personas increíbles. A veces, quien te sorprende es un entrevistado, otras, y juro que puede caber la posibilidad aunque sea muy pequeña, hasta encuentras a algún político comprometido y eficaz que vale la pena. Si bien, para ser sincera, a mí quien más me han sorprendido en estos ocho años de profesión, han sido los compañeros de gremio con los que he tenido que bregar. A ver, y continuemos con la sinceridad, idiotas los hay, como en todos lados. Y a ello añadiríamos que el mundillo periodístico, en concreto, tiene mucho fantasma suelto. Pero por norma general he descubierto colegas con una curiosidad excelsa por las cosas que les rodean, ya sean músicas, imágenes, conflictos o conjuraciones. Con algunos de ellos he aprendido a no dejarme llevar por los prejuicios, a respetar opiniones (sobretodo las de fútbol), a compartir esfuerzos, alabanzas y críticas; a discutir hasta por qué desaparecen los bolígrafos.
Compartir horas de espera, ruedas de prensa, viajes al infinito de las montañas y horas y horas de redacción acaba convirtiendo la presencia de los compañeros en algo tan necesario como satisfactorio.
La injusticia y, ¡como no!, la crisis ha hecho que cuatro colegas de La Voz de Asturias -Isabel, Nacho, Carlos y Sofía- hayan tenido que "abandonar" la casa periodística de las cuencas mineras. La causa de la marcha de estos cuatro compañeros es que el periódico ha sido adquirido por el diario de tirada nacional "Público". El cambio de titularidad de la cabecera asturiana trajo debajo del brazo el despido de la mayoría de la plantilla. La ignominia sobre la que se asentó el proceso de regulación en La Voz de Asturias ha tenido como resultado que decenas de compañeros de profesión con una experiencia y un buen hacer más que probados, se encuentren ahora en la calle, mientras que la pésima gestión de la situación queda impune.
Seguro que Isabel, Nacho, Carlos y Sofía "los de la Voz", no tardan en encontrar otra labor, porque se lo merecen y porque además han demostrado una valentía, eficacia y talento tan grande, que el mundillo no se va a permitir perderlos de vista por mucho tiempo. A ellos cuatro, y a todos los demás "afectados", van estas palabras y un beso.


14 de enero de 2010

URGENTE: Haití necesita AYUDA



Las desgracias se ceban con los que menos tienen.
El operativo humanitario ya está en marcha, y en los países más pobres del mundo, como Haití, sin la ayuda de ONGs y organismos internacionales, generalmente la solución a las catástrofes es muy limitada para gobiernos que tienen serias dificultades para resolver los problemas sociales.

Por eso, Solidaridad Internacional en Haití ha comenzado a evaluar los daños causados por el terremoto de 7,3 grados en la escala Richter, que ha dejado en ruinas la capital, Puerto Príncipe.

Aunque se desconoce el número de víctimas, una ciudad con más de 2 millones de habitantes, es altamente probable que asciendan a miles.

Solidaridad Internacional ha abierto dos cuentas para hacer donaciones que serán destinadas a satisfacer las necesidades de una población devastada, que a si situación de precariedad se le suman las gravísimas consecuencias de la catástrofe.

Las cuentas:

Banco Santander

Titular: Solidaridad Internacional

Cuenta: 0049 0001 54 2210042242

Caja Madrid

Titular: Solidaridad Internacional

Cuenta 2038 1001 37 6000888882

La Cruz Roja Española también ha puesto en marcha un operativo para ayudar a las víctimas, y ha habilitado un número de teléfono para contactarse y ofrecer ayuda: 902 22 22 92.

Otras entidades se suman a la ayuda humanitaria, y la organización Intermón Oxfam, que trabaja en 46 países, habilita sus números de cuenta para colaborar.

La Caixa 2100-0765-81-0200111128

Caixa Catalunya 2013-0500-16-0213198878

Caja Madrid 2038-8978-17-6000016604

CAN 2054-0300-56-9157938948

Santander 0049-1806-91-2111869471

BBVA 0182-6035-49-0201502475

Banc Sabadell-Atlántico 0081-7011-11-0001698879

Triodos Bank 1491-0001-21-0010010201

Cáritas
ha habilitado un teléfono de donaciones, el 902 33 99 99. Además, dispone de las siguientes cuentas bancarias:

Santander 0049-1892-64-2110527931

BBVA 0182-2000-21-0201509050

La Caixa 2100-2208-39-0200227099

Banesto 0030-1001-38-0007698271

Caja Madrid 2038-1028-15-6000969697

Banco Popular 0075-0001-81-0606839307

Sabadell-Atlántico 0081-0216-74-0001306932

C.E.C.A 2000-0002-20-9100382307

Bancaja 2077-1277-10-3100146740

CAM 2090-5513-04-0040370409

Para ayudar a través de Save the Children:

Santander 0049 0001 52 2410019194

La Caixa 2100 1727 12 0200032834

BBVA 0182-5502-58-0010020207

Caja Madrid 2038 1004 71 6800009930

Teléfono 902 013 224

Las redes sociales están difundiendo también estos datos. De esta manera, los usuarios más activos de Facebook y Twitter tienen la posibilidad de difundir estos datos y de utilizar la facilidad de la transferencia electrónica que casi todos los bancos ofrecen a sus clientes en Internet.

11 de enero de 2010

¿Enfriamiento global?



Les xelaes no lu dejen marchar, aquí ta desde fae unos días. Puse-y de nombre "Siber".

30 de diciembre de 2009

Superstición, pereza y 2010


Calzarse y vestirse con lo mejor que tengas, tomar una cuchara de madera en la mano, coger una maleta en la otra, procurar dar el primer paso con el pie derecho, ponerse ropa interior roja y si, después de todo, te queda algún dedo libre, tomarse las doce uvas sin que se quede una en el plato. Estuve mirando por internet, que es esa herramienta virtual sin la que los jóvenes actuales ya no podríamos vivir, y he recopilado algunos de los consejos que, según la cultura de turno, deben seguirse para empezar el año con buen pie. ¡Qué sí, que sí! Que después va el destino y hace lo que le da la gana, pero por mi y mi supersticionismo que no quede, vamos.

Es como cuando eres pequeño y empiezas a plantearte retos tú solo por la calle. Tengo que llegar a aquella esquina antes que ese señor, tengo que alcanzar la parada de autobuses antes de que el coche rojo llegue a la rotonda. Y ahí ibas tú, con unos coloretes por la calle y unas sudadas de toma pan y moja. Si, por un azar de pecados, no podías cumplir la meta marcada en cuestión, rápidamente te buscabas otra hazaña para que la mala suerte no cayera sobre tí. Hubo una época de mi vida que me veía a mi misma haciendo tales mamarrachadas por la calle y me daba vergüenza ajena (sí, era ajena porque yo ni siquiera me reconocía a mi misma). Pero ahora no, gracias (o desgracias) a los tiempos en que nos ha tocado vivir he vuelto a mi más tierna infancia y vuelvo a creer en todas las supersticiones del mundo.

Y es que el 2009, no lo podéis negar, ha sido un año “plof” (la onomatopeya es la mejor opción que la lengua española me ofrece para el caso). El 2009 ha dado una pereza que te cagas y ahora que se acaba lo podemos decir bien alto. Estuvimos doce meses apechugando con lo que nos había tocado pero ¡basta ya!. Es hora de gritar a los cuatro vientos la Pereza que nos ha dado el 2009 con sus crisis, sus corrupciones, sus políticas, sus no políticas, sus ayudas inservibles a la compra de un coche, sus hipotecas impagadas, sus secuestros, sus curas retrógrados, sus embargos, sus despidos, sus miserias, sus huelgas y sus....¿a qué da pereza?.

En estos momentos de cambio de año, hago como el chiste de Forges que salió en El País: Dos hombres pasean por la calle, y uno le dice al otro “¿Qué pides para el 2010?”, a lo que el compañero responde “¿Yo?. ¡Qué se callen!”. Pues eso, que en el 2010 se callen los chulos, los prepotentes, los egoístas, los reaccionarios, los envidiosos, los pardillos, y no sigo porque igual me tengo que callar a mi misma.

Así que, si para que se cumpla todo lo que quiero, me tengo que poner mis mejores galas, coger una cuchara de madera con una mano, una maleta con la otra, ponerme bragas rojas y hacer malabares para tomar las uvas lo haré. (Solo espero no aparecer el día 1 en el telediario como la gilipollas que se rompió un brazo por superstición). Si consigo superar el “entramado” de las doce de la noche del 31, brindaré porque el 2010 nos traiga a todos buenas noticias

5 de diciembre de 2009

Ardor de mala leche

Hace un año me dieron un golpe al coche. El vehículo en cuestión estaba correctamente estacionado y una señora sin escrúpulos (y sin carnet porque conducía uno de esos minicoches para los que no hace falta permiso) le dio un hostión que dejó la puerta del copiloto como una obra de Barceló. Dos testigos vieron el incidente y cogieron los datos de la susodicha mujer. Después me avisaron y yo, inocente de mi, fui a la aseguradora (Mapfre) con toda la información del incidente, incluidos los teléfonos de ambos testigos.
Doce meses después ahí sigue el abollón. Ni los testimonios de esos buenos conciudadanos ni el hecho que desde hace cuatro años pago religiosamente las cuotas del seguro, sirvieron para nada. Cierto es que uno de los testigos fue el cuponero de delante del Hospital Adaro y eso puede restar fiabilidad a sus palabras pero el hombre me asegura que, por el ojo que ve, lo observó todo con nitidez y claridad. De hecho, resumió el percance como "fue una cabrona". Algo que, a mi juicio, deja claro que el paisano se enteró de la movida perfectamente.
Total, que llevo doce meses, con las consiguientes visitas a la oficina de la aseguradora, sin que me den una solución a la abolladura de mi purrusaldo de cuatro ruedas y, la verdad, estoy empezando a cansar. Tardé, porque siempre fui de reacción lenta para las cosas que me afectan, pero es que esta mañana empecé a pensar en ello mientras me duchaba y me entró un ardor de mala leche que para qué contaros.
Resumiendo: Hasta las narices estoy de que las aseguradoras, telefónicas, empresas del gas, agua, basura y un largo etcétera hagan el agosto a costa de mi cuenta corriente. Cuando son ellos los que tienen que arreglar, reparar o devolver no hay con quien contar. Es como para tirarse al monte.

27 de noviembre de 2009

¿Estas ahí?


No hay cosa que más rabia me de que alguien se ponga delante y me pregunte: -¿Estás ahí?; o que me vea comer y pregunte: ¿Estas comiendo?, o que me vea leer y pregunte: ¿Estas leyendo?.¡Uf!. No, sí te parece yo, el libro y la fabada somos hologramas y tu estás para que te encierren en la Cadellada. Apetece responder así, la verdad. Y no lo haces, porque la rabia a la hora de "sociabilizar" con el resto de la humanidad está mal vista y porque, depende de quien esté delante tuyo (llámese madre, abuela, tía o demás familia), te puedes ganar una colleja "expres" que pica para el resto de la tarde.

Salvo ciertos capítulos de mi infancia -que no puedo comentar bajo pena de pagar cincuenta euros a mi hermana-, la agresividad nunca fue lo mío. Yo soy más del diálogo. Como el enano del chiste de guerra de Gila, que lo metían en un 600 y lo mandaban al frente enemigo para que insultara: “No mata, pero desmoraliza”.

El problema es que las palabras, cuando por el medio se mete algún culete de sidra de más, se convierten en nebulosas y, por otro lado, hay porteros de discotecas madrileñas que en su vida oyeron hablar de la Viuda de Angelón y ni ganas que tienen.

Una caja de sidra llegada de tierras patrias fue la causante de mi única discusión con un "segurata" en la capital del regino. Tras diez minutos contándole las bondades de la bebida autóctona, en cuestión de segundos el maromo me cogió con una mano, me levantó dos palmos del suelo, me apartó a un lado y me cortó el vacilón de raíz. Durante este lapso de tiempo, quiso ofenderme diciendo que yo era “una paleta de pueblo”. ¡Ya ves.! No me disgustó eso, la verdad. Además de ser cierto, lo llevo a mucha honra. Eso sí, cuando después, miró hacia mi, y me preguntó “¿Estás ahí?” no lo pude resistir: “No, si te parece soy un holograma y bla, bla, bla...”. Nunca dieron tanto de sí dos piernas.

29 de octubre de 2009

Mi otoño en Nueva York

Los que tienen facebook ya las han visto, así que me parece justo y necesario que también vosotros "los sin facebook" podáis verlas...Un besín

28 de octubre de 2009

Un millón o más...


Situémonos espacio temporalmente: Nueva York, 17 de octubre de 2009. Una, que es de pueblo y por lo tanto más urbanita que nadie, disfruta de sus primeras horas de vida en la Gran Manzana. La susodicha una llega al único supermarket abierto tan tarde a esas horas del domingo otoñal y compra cuatro cosas para el desaryuno. Se pone a la cola mientras palpa sus primeros dólares y piensa en euros. Da un vistazo de curiosidad alrededor. Dos jóvenes con cervezas, un estante repleto de miles de mostazas, flores, pasteles, un policía en la puerta y detrás, dos señoras bien vestidas que rondan la setentena. Las mira a ellas que parecen embelesadas observando la fruta: “Madre fía, nun me digas que estes manzanes no son prestosísimes...”. ¡Ay, dios! “¿Pero de dónde son ustedes?”, “De Luanco, ¿y tú?”. “De la Cuenca”. “Bueno, ¡pues a pasálo bien, neña!”.
Bien, ésto que acabo de contar, lo juro, es una situación real y me pasó a mí. Sí, yo soy la susodicha “Una” cuya vida no hace más que confirmar cierta teoría a la que se sumó hace años y que apunta que, en realidad, los asturianos somos más del millón de personas que asegura el censo del Instituto Nacional de Estadística (INE). Porque, a ver, no es posible que podamos ser “sólo” un millón de paisanos en esta región y aún así estemos presentes en todos los puntos del globo terráqueo, a cualquier hora del día. La teoría no es mía, a qué lo voy a negar. La leí hace años en un artículo firmado por Suso Cuartas y, desde entonces, me he unido a ella como una fanática más. Es más, ya hace años que rondaba por mi alrededor semejante ideario. Tenía un profesor en la facultad que decía que si ibas a dar una conferencia a Pekín sobre genética molecular y preguntabas si en la sala había algún gallego, seguro que alguien levantaba la mano para decirte: “No, pero yo soy asturianu”.

Me gusta eso de que en el imperio astur de pensamiento, palabra y afirmación, al igual que en Nueva York, no se duerma nunca, que tampoco en él se ponga el sol.

12 de octubre de 2009

Quedan 5 días....



y tengo que hacer 50.000 cosas antes de coger el vuelo, es decir: 10.000 cosas al día...

27 de septiembre de 2009

Un buen comienzo



Falda de flores de mil colores, chaqueta azul marino, calcetines blancos de "perlé" y diadema en la cabeza. De esas trazas empecé, a los once años, sexto de EGB en mi nuevo colegio. Con esas pintas de niña inocente, de mano ya os puedo decir que se la estaba metiendo doblada a todos. El engaño duró poco. En el primer recreo, mis compañeros se dieron cuenta de que el aspecto delicado que me envolvía no tenía nada que ver con la "marimacha" que habitaba dentro de mi. Ese día fui la capitana de uno de los equipos de fútbol y primer alumno/a, que se recordara en la breve pero intensa vida del colegio, en meter cuatro goles vistiendo falda de flores de mil colores, chaqueta azul marino y calcetines blancos de "perlé". Ese inicio de curso de 1991 fue, sin dudas, uno de los mejores comienzos de algo de toda mi vida. Sé que es así porque la "marimacha" que aún hoy reside en alguna parte de mi, se emociona cada vez que recuerda el tercer gol.

Los principios de las cosas son importantísimos. Los finales felices tienen más "tronío" en la sociedad actual pero donde esté un buen comienzo que se quite el resto.

Sólo hay una cosa que se le podía reprobar a los inicios cuando te vas haciendo mayor. De adulto, pocas veces te dan la oportunidad de mostrar tu valía a los compañeros y jefes con un balón en los pies.

Las cosas serían distintas si en las entrevistas de trabajo estuvieran presentes Mejuto o Quini en vez de los psicólogos de turno (el gremio va a empezar a odiarme). Pero empezar algo, por baladí que sea, en la edad adulta es un poco más complicado personal, profesional y, cómo no, burocráticamente. ¡Mamina!. ¡La pila de papeles que tuve de paseo entre la oficina de la Seguridad Social, Hacienda y el Servicio de Empleo para conseguir entrar en el régimen laboral de los autónomos!. Como será la cosa que yo no tengo del todo claro si ya soy autónoma o si acabaré en la cárcel por desfalco antes de fin de año. Me empanaré de algo cuando abra la puerta y se me pongan delante dos agentes de la policía judicial para llevarme de frente a la cárcel. ¡Quién sabe!, lo mismo en el patio de la trena hay un balón.

24 de agosto de 2009

Traumas infantiles

Nacer hace casi tres décadas, y recalco lo de casi, me evitó tres cosas: no tuve que poner aparato de dientes (de aquella no se llevaba), no me vi obligada a estudiar inglés (what?) y nunca pisé la consulta de un psicólogo. Hace casi treinta años, casi, si te movías de un lado para otro, rompías las cosas -incluso la piñata sin “brakets”– y hablabas como una cotorra, eras un “trastu”. Y punto. Porque el mundo de la psicología no descubrió la hiperactividad infantil hasta los noventa y después, para qué vamos a negarlo, todo cambió. Pese a la personalidad que me gastaba en mi más tierna infancia, de marcada tendencia al “trasterismo”, tengo que reconocer que no me comí grandes marrones ni castigos. Algún escobazo, zapatillazo y/o “ñalgazu” a mano abierta sí, pero nada más. Los adultos que me aguantaron tuvieron que hacerlo a pelo, con la única herramienta de la palabra y, en última instancia, de una escoba, zapatilla y/o mano. Lo pienso desde la distancia y fue un acierto haber nacido entonces. Las calles de mi pueblo tenían sus reglas y las acatabas sin por ello tener que ir los martes de cinco a seis a contárselo a un individuo de gafas de pasta y diploma en la pared. Normalmente, en los juegos mandaba siempre la misma persona. No tenía que ser el mayor, ni siquiera el más fuerte. Era el líder y si olvidabas la norma te podía caer un tortazo (en este caso la palabra sobraba). Mirándolo desde estos momentos de la vida, lo que nos hubiera gustado es que ese “jefe” de la calle sí fuera al psicólogo, al menos habríamos descansado una hora a la semana.

Tampoco es que ahora se viva mal como infante de la casa. Los cuidamos, los defendemos, jugamos con ellos, visitan el dentista con asiduidad y sobretodo, los mandamos a campamentos de verano bilingües, que les permitirán pedir comida, alojamiento o ropa en casi cualquier parte del mundo sin por ello tener que recurrir a una sarta de gestos que les hagan parecer mimos en pleno Trafalgar Square. Además, al final la vida es como un bucle y resulta que pasan los años y casi en la treintena te plantan unos hierros en la boca, porque para tener unos dientes bonitos ya no hay edad, y el jefe te obliga a aprender inglés aunque tus relaciones laborales no vayan más allá de Tudela Veguín. Creo que mañana le voy a pedir cita a un experto.

29 de julio de 2009

Que me toquen las copas, que me toquen las copas....

El grupo de amigos está formado por nueve personas, cinco tienen carnet y cuatro coche. Cuando deciden acudir a cualquier evento donde el alcohol vaya a estar presente (y eso, en esta Cuenca de nuestras entretelas, es lo mismo que decir "siempre que deciden ir a un evento") tienen que llevar, al menos, dos vehículos como medio de transporte. Así que, dos de esos amigos (al menos), se ven abocados a: abstenerse de tomar un culete, "naguar" con cada culete que toman los demás y, tercero y más importante, aguantar las locuras transitorias, exaltaciones de la amistad, cantos regionales y alguna que otra caída de sus compañeros. Todo con cara de póker y con un rezo interior a modo de "tantra": "Que me toquen las copas, que me toquen las copas, que me toquen las copas". Y es que, este grupo de amigos formado por nueve personas, cinco de ellas con carnet, han decidido llevar a cabo un ritual cada vez que se van de fiesta: Cogen cinco cartas de la baraja, tres de ellas del palo de las Copas y dos de Oros, las barajan y eligen. Si tocan copas, marchuqui; si tocan oros, cara de póker. El que va a conducir es denominado, a partir de cierta hora de la noche: "La Ficha Verde". Es lo que hay.
Pero héte aquí que hay veces que la Ley de Probabilidad y Estadística juega malas pasadas. Hay una integrante de ese grupo de amigos al que, desde hace cinco fiestas, le han tocado oros. Es decir, hace cinco fines de semana y/o fiestas de guardar, que se dedica a ser la chófer de su pandilla, con lo de aguante, paciencia y responsabilidad que ello conlleva. Lo han acertado. Ésa "suertuda" soy yo. Y estoy hasta las narices de la Cerveza sin alcohol (que sabe igual que el tazón de cereales que me tomo todas las mañanas), del Biosolan (que tengo la vitamina C por las nubes) y de la Coca Cola (que encima llego a casa y no soy capaz a echar un sueño). Aprovecho pues esta columna para decirle a mis amigos una cosa: ¡Cabrones! (he mirado en el libro de estilo y no corrompo ninguna ética por insultarlos, que lo sepan los lectores). También quisiera remitir un mensaje a los agentes de la Guardia Civil que velan por nuestra seguridad: "Señores, cuando me vean conducir un coche con cara de póker, párenme y háganme el control de alcoholemia. Por favor. Que la noche me sirva para algo". Es que estoy hartita de que se me acerque el agente, me salude marcialmente, asome su cabeza al coche, vea el coro que llevo detrás entonando por quincuagésima vez "El Chalaneru" y me diga: "Siga circulando". Ya sé que doy pena, eso lo tengo más que claro, pero señor, que llevo siete horas sin tomar un culete. Ya que me para, hágalo, hágame soplar y regáleme la boquilla para mirarla cuando esté en la cocina de mi casa esperando a que me entre el sueñu y me pueda poner a rezar, a modo de "tantra": "que me toquen las copas, que me toquen las copas".

25 de junio de 2009

De boda y yo con estos pelos


Paulo y Soraya se dieron el sí quiero, fuimos testigos de ello, lo pasamos genial. En estos momentos, los novios, se encuentran en Ibiza y los odiamos un poco. Lo que popularmente se conoce en España como "envidia cochina".

22 de junio de 2009

"Nos vamos de vacaciones"


El último día de las clases, nuestros padres nos recogían a la puerta del colegio y nos mandaban a comer a casa de la abuela, lugar que ya no abandonaríamos en los siguientes tres meses. Al principio, la vuelta a casa no se producía hasta justo el día antes de que arrancaran las clases. El retorno a la civilización se hacía tan duro que las dos precisamos de asistencia psicológica para poder enfrentar, en perfectas condiciones psicomotrices, la recuperación de los horarios y las obligaciones y el abandono del salvajismo que tan bien nos había sentado. Fue el propio psicólogo infantil el que recomendó a nuestros progenitores, tras ver cómo mi hermana y yo nos subíamos a su mesa para colgarnos de la lámpara, que procuraran traernos a casa una semana antes del colegio, para ir adaptándonos a la situación. Eran siete días infernales de llantos, recuerdos y saltos hacia las lámparas. Atrás habían quedado las horas en el río, las bolsas de pipas, las fiestas, los amigos estivales llegados de medio mundo. En esta lista de cosas buenas del verano iba a incluir el sol, pero partiendo de la base de que la casa de mi abuela está en Llanes y que allí como le de un verano por orbayar no para hasta diciembre, vamos a obviarlo. El final del verano estaba lleno de emociones (¿quién no lloró escuchando la canción del mismo nombre), de promesas (“juro que te voy a escribir todos los días”), de bronceado (si se dejaba el tiempo), y de memoria. La misma que recordarán en secreto, dentro de mucho tiempo, mis vecinos Samuel y Ángel, dos hermanos pecosos y alegres de once y ocho años que ayer me encontré en la calle. Con una maleta al hombro, que ya no era “la de los libros”, y una sonrisa indescriptible los dos me dijeron al unísono “nos vamos de vacaciones”. Les devolví una sonrisa llena de melancolía. ¡Quién pudiera cambiarse por ellos!... y volver a aquel pueblo, a las bolsas de pipas en las escuelas, a los amigos llegados de todo el mundo...

24 de mayo de 2009

"Calla, que empieza la novela"

En verano, los niños de la casa esperábamos a que los mayores se sentaran frente al televisor a ver la telenovela de turno para hacer maldades por los alrededores sin tener que recibir la adulta mirada inquisitoria o, en casos de extrema travesura, una hostia. Un día, durante un capítulo de Cristal, gastamos diez kilos de pintura negra en convertir tremenda roca en carbón. Nuestra intención, tras la conversión, era prenderle fuego y que ardiera “para toda la eternidad”. No resultó, pero la piedra, veinte años después, sigue negra (como el carbón).

Otra tarde, mientras el milagro del amor hacía que Topacio recuperara la vista, nos dedicamos a hacer un curso acelerado de corte y confección, sobretodo de corte, con la ropa del tendal. Maldita la gracia que le hizo a mi tío tener que gastar, el resto del verano, unos calcetines que, por uno minutos, habíamos llegado a convertir “en el último modelo de Valentino”, versión Barbie. ¡Schhhhhhhh, calla que empieza la novela!, nos decían y, despacito, nos escabullíamos entre las patas de la mesa para salir a la calle.

El mundo era todo nuestro y la sensación de poder tan grande que en la mayoría de las ocasiones nosotros mismos nos delatábamos peleándonos por ver quién comandaba la aventura. Así que en una misma jornada podíamos llegar a descubrir varias sensaciones: el poder, la ira, la humillación y, dependiendo cuál fuera el alcance de la ocurrencia, también el dolor. Gracias a las telenovelas también podías darte cuenta de cuándo alguno del grupo había llegado a la edad del pavo. Era el mismo día que, ya de mañana, te decía “yo igual me quedo hoy a ver de qué va eso de la telenovela que dicen que está entretenida”. El caso es que tú llevabas un tiempo mosqueada porque desde hacía unos días estaba medio tonto con cierto veraneante del pueblo, y no paraba de suspirar en toda la noche, y después también suspiraba delante del televisor, viendo a los protagonistas de la novela en cuestión queriéndose. Claro, algo veías venir.

Mi edad del pavo llegó con una serie venezolana. ¡Dios qué disgustos pillé con las idas y venidas de amor de aquellos protagonistas!. Hasta llegué a pensar que yo pasaba de aquello, que a mi tanto sufrir no me podía venir bien. El caso es que estos días, y aprovechando que los jefes han tenido la delicadeza de adelantarme las vacaciones estivales mandándome al paro, he encontrado la susodicha telenovela en Internet. He estado bajándome los últimos capítulos que no llegué a ver en su día porque se el verano terminó y con él las sobremesas silenciosas frente al televisor. Descargo los episodios bajo la internáutica mirada inquisitoria del churri. “A veces me das miedo”, me dice. Y yo pienso: “pues mira, o esto o pillo un bote de pintura negra de diez kilos y me pongo a ser creativa”. Por cierto, al final, cásense. Y sí, lloré.