La
esponjosidad está infravalorada en esta vida. Todo iría mucho mejor si
fuéramos mas esponjosos. El mundo tiene muchas aristas y ahí está el
problema. Una se levanta por la mañana, enciende la radio y todo son
filos y cortantes. Noticias que de alguna u otra manera acuchillan el
alma. Pero es que sale a la calle y tal cual, o lee las redes
sociales y tres cuartos de lo mismo, las opiniones viajan entre la bilis
y las heces de unos hacia otros. Arista, arista, arista. Qué las hay que ir
esquivando como si fuera una Paquito Fernandez Ochoa bajando una ladera a
modo slalom y de medalla de bronce. No es plan. Tengo una amiga que
ante la mirada atónita y desconcertada de sus hijos siempre dice: "no
discutáis, ninios (lo dice así), quiero un hogar esponjoso". Y los
ninios se callan, atienden y entienden porque se les ha inculcado que la
esponjosidad es algo necesario en la vida. Lo piensas y es así, mucho
mejor enseñar a los ninios la esponjosidad que la buena educación en la
mesa (aunque ésta nunca está de mas).
La
esponjosidad hay que buscarla principalmente en tres niveles: el hogar,
las relaciones de amistad y, lo más complicado, el trabajo de cada uno
si es que tiene la suerte de tenerlo. Los dos primeros niveles son
complicados pero como hay confianza puedes hasta imponer la esponjosidad
a voces, que es un poco contradictorio pero todos sabemos que hay
ciertas parejas sentimentales, hijos adolescentes, cuñados sabelotodos y
hermanos cojoneros que solo entienden las cosas a voces. Y el fin
esponjoso justifica los medios.
Lo
de alcanzar el grado master de esponjosidad en el curro ya es profesional.
De hecho no conozco a nadie que lo haya conseguido en su plenitud. Es
como el nivel 130 del Candy Crush. Solo reservado a una élite. Y yo,
viendo la bilis que suelto algunas mañanas, no estoy en ella.
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