Siempre que se acerca una cita electoral me
planteo la posibilidad de presentarme candidata a la alcaldía de lo mío. Sí, ya
lo sé. Es muy friki. ¡Qué queréis! hay gente que sueña con entrar en Gran
Hermano, otros con ingresar en la RAE y yo sueño con mandar.
Con la mano en el
corazón os digo que lo único que me echa para atrás para no concurrir a los
comicios es la posibilidad de perder. No el hecho de que crea que no vaya a
saber gobernar, que me vaya a quedar grande el puesto o que la política sea aburrida.
No, no, no. Yo lo que temo es no ganar por una mayoría absolutísima y tener que
aguantar a la oposición todo el día con el ñiñiñi en la boca. Que la gente cuando
pierde unos comicios en las urnas se ponen intensitos y les da por enfocar su
ira en el vencedor. Ya ves tú. Yo quiero levantarme por la mañana y decir
“quítame esa rotonda que me está poniendo mala”, “hoy hace sol, no se trabaja”
y que nadie pueda decir ni mú. ¡Ojo! Que yo no digo que para vosotros el
régimen aitanista vaya a ser el mejor del mundo, no. Pero yo disfrutaría como una guaja.
Las cosas como son.
Hace años que digo que no soy demócrata. Me di cuenta porque no soy capaz de respetar todas las opiniones que se me plantean en
este mundo. Me pongo mala, como con la rotonda. Y así se lo dije el otro día
a mi vecino Fonso en el ascensor:
-No soy demócrata, Fonso.
-Teniendo en cuenta que las últimas elecciones
que ganaste fueron las de delegada de clase en Quinto de EGB normal que no seas
demócrata. Eres “pringádacrata”. Confórmate.
-Touché.
Fonso, que tiene un periquito que se llama
“Vidal-Quadras” (me parece importante que sepáis este dato) tiene toda la
razón. He decidido tomar cartas en el asunto y democratizarme y mineralizarme.
Cuando finalice este proceso, que puede durar de dos meses a otros 34 años,
igual fundo un partido. El nombre de esta nueva alternativa política es lo
único que tengo claro. Se llamará “Jodemos” y así que nadie se eche las manos a
la cabeza. Con la verdad por delante, aunque
duela.
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