30 de abril de 2012
A los de "La Voz" (FIN)
26 de abril de 2012
Las huelgas del 62 y una de sus miles de historias
20 de abril de 2012
Cerdos y payasos
(Publicada en el último número
del periódico La Voz de Asturias
que dejó de publicarse
el 19 de abril de 2012
por culpa de un mundo voraz)
Odio cosas. Odio, por ejemplo, las preguntas obvias. Ese amigo que te ve comer y sin decirte un hola ya te suelta: ¿Qué haces? No sé a vosotros pero a mí me apetece responderle mal, pero mal de rozar la ofensa y rondar la hostia si el que pregunta no es un amigo sino la madre que te ha parido y aguantado lo suficiente como para tener que andarse con milongas cuando te pones gilipollas.
Responder mal a las preguntas obvias, estúpidas, vacías, peligrosas y/o tendenciosas no consiste en dar una contestación borde sin más, que también. Se trata de dejar al contrario con cara de pánfilo y sin posibilidad de réplica. Por ejemplo que un señor te dice de malos modos que te apartes porque molestas, bajas la ventanilla del coche y le sueltas bien alto un “cállate, cerdo” - separando las dos palabras por un intervalo de dos segundos en silencio- que le dejas frío y sin palabras. Esa es la clave. Conste que yo no puedo hacer nada por frenar este impulso que tengo. Es algo genético que heredé de mi güelu Sevilla (que de andaluz no tenía más que el mote).
No puedes frenar el pensamiento borde pero sí la palabra. Es algo que aprendes a lo largo de la vida, a callarte (cerda) las burradas que amenazaban con pasar de la cabeza a los labios para después salir al aire, a conquistar mundo. Con el tiempo consigues incluso hasta reírte para adentro, tu misma en tu mismidad, de la gracia que tienes y el estilo. Lo más inquietante -cuando no patético- de la historia es que encima te haces gracia. Y te entra el síndrome “CR7”: reconoces que en el mundo hay gente buena y graciosa pero tú te ves mejor, como por encima de ellos. Y cuando metes un gol señalas con las dos manos hacia ti para que todo el mundo sepa el concepto tan maravilloso que tienes de tu persona.
Lo que pasa es que al final te das cuenta de que realmente lo de reírte de tus propias historias da pena penica. Es como esos políticos encantados de conocerse a los que les gusta ponerse delante de un micrófono o cámara y babean como Homer Simpson delante de una cerveza. Yo conozco a dos ediles electos -con su despacho en Ayuntamiento en toda regla- que llevan meses diciendo que ellos no son políticos ni creen en la política. Eso sí, en cuantito que intuyen una cámara de un medio de comunicación cualquiera en las proximidades comienzan un pintoresco ritual de apareamiento rondando al fotógrafo o camarógrafo en cuestión, como si del chifláu del Urogallo Mansín -¡qué dios lu tenga en su gloria!- se tratara. Hay políticos que entran en celo ante la sola presencia de un periodista. Y si ven al plumilla en cuestión un poco despistado entonces empiezan a lanzar al aire discursos rimbombantes en los que entrelazan palabras como “transparencia”, “gestión”, “sinergia”, “futuro”, “estructural”... Que yo pienso (pero no digo por eso de la educación que comentábamos antes): “¡Qué lástima que no te hayas dedicado al circo, payaso! (y ya sabéis cómo se hace, con una leve pausa de dos segundos entre circo y payaso).
18 de abril de 2012
El vacío del obispo
Desde el domingo de Pascua ando analizando al detalle los movimientos y gestos de los familiares y amigos que tengo y que son gais de palabra, obra u omisión. Les busco los cuernos y el rabo (con perdón) para ver si es cierto lo que dice el Obispo de Alcalá porque yo así, de mano, a los señores con gafas y gorro blanco con forma extraña les creo todo lo que me dicen aunque después, en cuantito que analizo lo que sale de esa bocachancla que tienen, ya se me pasa. Total que tanto mirar tanto mirar, tengo una prima que me ha ofrecido una colleja a mano abierta -”por esa cara de fatuca que se te queda”- y un amigo que me ha puesto en cuarentena y que dice que no vuelve a llamarme ni para tomar un café de la superpereza que le doy. No llego a comprender por qué desde algunos sectores conservadores de esta España de nuestras entretelas, y en concreto desde el departamento nacional de obispos católicos y afines, les molesta tanto con quien se acuesta o deja de acostarse alguien. Máxime teniendo en cuenta, y dicho desde el respeto que ellos no se pueden acostar con nadie, tan sólo con su fe y, si me apuras, algún cilicio. Miedo a que la raza humana se acabe no debe ser porque para que eso no pase ya se encargan de prohibir, vilipendiar o demonizar otros métodos tan polémicos o más que la propia homosexualidad.
Le vengo dando vueltas al asunto desde el domingo y no termino de verle la peligrosidad a que dos personas se quieran y practiquen el sexo o lo hagan sin quererse, simplemente por placer. Creo que no soy católica practicante por eso. Porque mira que está el mundo amargando todos los días con cosas tristes y dolorosas, como para que encima tengamos que andar poniéndole puertas al placer.
Yo no practico la religión católica (que ya estabais pensando mal) pero respeto y admiro a muchos representantes de este credo que me han demostrado, desde Ciañu a Guatemala, que su única meta en la vida es ayudar a los demás con el altruismo por bandera. Ellos, y sobretodo ellas, son las que viven a diario con el dolor y la tristeza que, de cuando en vez, recogen nuestros telediarios como dejándonoslo caer. Es dolor y es tristeza, pero, lo que me da a mí escuchar las palabras de ese sacerdote de Alcalá , es impotencia. Ese paisanón hace décadas que ha dejado de escuchar a un país que avanza (aunque alguno de sus políticos se empeñen en darle una patada hacia atrás). El tipo de sombrero blanco de forma extraña ya ni siquiera escucha a sus feligreses. No le hace falta, ahora está en el púlpito y sólo se dedica a hablar. Y todas esas décadas que lleva perdidas entre sus palabras son, el mismo tiempo que hace que este señor se pregunta por qué los templos están más desiertos de jóvenes que el día anterior. No sabe que seguirán vaciándose porque los que tendríamos que ir a escucharle ya no estamos obligados a hacerlo, y además tenemos hermanos, primos, hijos, amigos, tíos, compañeros que son gais y que nos alegran muchísimo más la vida que él.
10 de abril de 2012
Moderneo
Total que con un poco de aquí y otro poco de allá he ido descubriendo que yo soy moderna desde siempre y con carácter retroactivo. Antes era moderna sin saberlo pero ahora que lo sé, y encima me trato con otros modernos, pues ya lo voy explotando por el mundo.
El moderno de pueblo, que es la categoría en el que cualquier experto en la materia me incluiría a mi, no tiene ni idea de serlo durante sus primeros quince años de existencia; después lo lleva con aires de grandeza (que la tontería del pavo no te la quita nadie así vivas aislado en lo alto de Peña Mea) y, finalmente, ya cuando entras en la edad adulta, pues te lo tomas con resignación y luchas para no acabar tus días como un ser bipolar que por la mañana le da vuelta a la hierba en un prau y por la tarde se pasea por la Gran Vía.
En el pueblo eres el “moderno” y alguna vecina te mira con cara de “¡pobre, es buena y estudiosísima, pero muy rarina de Dios!”. En la ciudad, donde has ido a estudiar y/o trabajar, eres una especia exótica que conoce el calendario de plantación de la patata y que ha participado activamente en la matanza de al menos tres especies animales que, a las pocas horas, ha comido sin el menor remordimiento (porque tu güela y la fame no dejaban que surgiera en la mesa signo alguno de compunción, todo sea dicho de paso).
Total que en la gran urbe despliegas tu conocimiento del mundo rural, de los refranes, de las distintas maneras de nombrar un rastrillo, de cómo andar por el monte, de las señales que nos dicen si va a llover o no; y así, poco a poco, acabas convirtiéndote en una gurú de la vida moderna aunque tú no lo sepas y siempre haya alguien que te diga: “-Jo, debe ser muy complicado venir de un pueblo pequeño a esta ciudad tan grande, ¡te perderás! ¡Con tanto coche!. Por cierto, ¿es verdad que en tu pueblo no hay semáforos?”. Y tú dices que no, que no hay semáforos ni tampoco hay aceras, y que sí, que es muy difícil el cambio sobretodo porque ya no ves desde la ventana de tu habitación los manzanos que te alegran la vista en primavera. Y miras al interlocutor, que calza unas botas negras de goma muy modernas que le costaron por internet algo más de cien euros “traídas expresamente desde la fábrica de la marca en Inglaterra”. Y sonríes por dentro mientras piensas: “A ti quería vete yo amarrando al pesebre las vacas de mi tíu Daniel”.