Se me había salido la cadena, la metí como pude y en un bar cercano pedí, por favor, si podía lavarme las manos llenas de grasa de la bicicleta. Entonces, un hombre me miró y dijo: "¿Bicicleta?. Mejor tabes en casa planchando, que no tienes diez años". Ni siquiera vi necesario responderle, más que nada porque no suelo discutir con ornitorrincos, pero el caso es que allí mismo al escucharle me acordé y entendí una frase que había leído esa misma mañana en el periódico: "El arma más poderosa que tienen las mujeres es el desprecio de algunos hombres".
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