Eulalia tiene la casa con
mejores vistas de todo Langreo. Y lo sabe. Presume de ello con una sonrisa
cuando alguien se lo dice. Se lo dicen siempre. “Lali, fia, tienes les mejores
vistes de todo Langreo”. Sonríe y asiente. Pone una mano en la oreja. “Y por el
verano, si estás en silencio, escuchas la megafonía de Salvamento de Gijón. Es
como si estuvieras en la playa”, dice Eulalia mientras se seca las manos con el
mandil. En casa ha habido matanza y toca recoger. Tarda poco en ofrecer
picadillo casero.
-¿Pero cómo la playa, Lali, si
tas a 30 kilómetros?
-Que sí, que sí, la playa de
San Lorenzo, óyese el anunciu de les marees y les banderes. Óyese todo. Cuando
los temporales de diciembre, parecía que nos caía una ola encima.
-¡Qué exagerá fuiste toa la
vida, Lali!
Exageración o no lo cierto es
que desde casa de Eulalia, si el viento tira ligero del Nordeste y hace esa luz
de tarde de verano se escucha perfectamente la megafonía de la playa de San
Lorenzo. Se escucha nítida y el viento huele a calor, aunque ya sea finales de
agosto y se necesite una chaqueta para los hombros.
Respirar, mirar un horizonte y
sentirse bien. Es algo que debería hacerse más a menudo. Respirar y sentirse
bien, y escuchar los murmullos que nos rodean. Lali siente la megafonía de la
playa pero su hermana Antonia solo distingue el sonido del panadero antes de
que llegue a la tercera curva de abajo. “Eso son lo menos cinco kilómetros”, se
apresura a confirmar con mirada orgullosa. Antonia recoge y friega los aperos
de matanza con destreza. Tarda poco en ofrecer un filete con patatas. Y tu
estás allí y te apetece quedarte para toda la vida.
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