Su hijo le decía muchas cosas. Demasiadas. "¡Cuidate!", "¡Tomá la medicación!", "No pasees hoy que hace frío", "¿Votar, para qué? ¡Dále, mamá! ¡No seas pelotuda! ¡Si ya llevas cuarenta años acá!. No necesitan tu voto". Pero Enedina no le hacía caso en nada, salvo en lo de los medicamentos -que no quería andar jugando con el corazón débil que había heredado de su abuela Aurora. Así que, unos días antes de que finalizara el plazo para poder votar, quedó con Alfredo, Marcos y La Chata, y lo fue a hacer en persona, al consulado. Quedaron en verse frente al Mercado de las Pulgas de la Avenida Álvarez Thomas. Allí cogerían el colectivo que les acercaba hasta el cementerio de La Recoleta y de ahí, ya dando un paseo, hasta la Oficina Consular. Otras veces había enviado la papeleta por Correos. Le gustaba pensar en cómo iba a levantar su primo Gerardo las cejas cuando viera el sobre con su nombre. Él, que había vivido en Argentina hasta su jubilación, hacía ya veinte años, era ahora un destacado dirigente del Foro Asturias de Tineo -primero lo había sido del PP- y ella, que había optado por quedarse para ayudar a cuidar de sus nietos, seguía fiel a las siglas socialistas, las mismas por las que tuvo que huir, primero a Francia, después a México y, finalmente, a Buenos Aires. "¡Dale, Nedi! ¡No seas pelotuda! ¿Seguís votando a los mismos?", le decía Gerardo cuando volvía por Navidad marcando el acento argentino casi tanto, o más, de lo que marcaba antes de marcharse el español. "¡Ay, Gerardo, no seas pelotudo tú, rey, y déjame en paz", le respondía ella ante la inquisitoria mirada de los hijos de ambos que veían venir, una vez más, la eterna discusión política de la cena navideña.
Aquella vez iba a ir a votar al Consulado, le había parecido bien el plan que le ofreció La Chata, sobretodo si reunirse para ir a votar significaba también comer en alguno de los italianos de Puerto Madero. ¡Hacía siglos que no comía una pizza en condiciones!.
"Enedina Menéndez Feito" repitió en voz alta el joven del consulado que les pidió sus pasaportes antes de sacar la urna. "Vota", susurró el chico y ella miró como su papeleta caía sobre un lecho de sobres "No servirá para nada, pero ahí está", pensó. Sin saber que, quince días después, ese gesto valdría todo un diputado.
1 comentario:
Ayy prima, !que actividad¡¡¡ voy tener que coger vacaciones para seguirte...
Buen gesto el democrático, man que pierda.
Besos
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