24 de enero de 2009

Ingenuidad

Ingenua era una palabra que no le gustaba nada. Y se lo llamaban desde pequeña. Sus amigos, sus profesores, sus compañeros de trabajo. «Eres una ingenua» le decían y ella, como tal, sonreía. Hace unos días todo cambió. Miraba la televisión sorbiendo y soplando una infusión, un «floritu» como dice su güela, y de repente, lo vió claro. Era de madrugada, y al otro lado de la pantalla, del océano, un hombre prometía luchar para lograr un mundo mejor. «¿Y si esta vez es cierto?», pensó y sus palabras debieron colarse en el aire hasta llegar a la cocina, donde su marido, finiquitaba el crucigrama diario. «Anda, no seas ingenua y apaga esa tele, que el Obama este va a ser igual que los demás, o ¿qué te crees, que es el Mesías?», le replicó su marido. Ella, hasta entonces ensimismada con un desfile de majorets que invadía la Avenida Pensilvania suspiró. «Llámame ingenua y lo que te de la gana. Llámame tonta, imbécil, niñata. Hoy no me importa. Es más te diría que sí, que soy todas esas cosas y más, porque creo en la gente que lucha por conseguir ilusiones y fomentar esperanzas», gritó al vacío.

Y las palabras, como si ella también tuviera un redactor de discursos, salieron de su boca sin titubeos. «Tal vez, los que luchan, no consigan todo lo que se proponen. Tal vez siempre existan los intereses ocultos y el terrorismo, y la maldad, y las crisis económicas, y la injusticia. Pero yo hoy quiero pensar que mientras alguien luche por hacerlos desaparecer, aún queda un resquicio para la esperanza». Y siguió gritando: «Las cosas no cambian solas, hay que dejarse la piel en la vida, hay que intentar que, con el tiempo, los que vengan, se den cuenta que la rendición es la peor de las derrotas», señaló y, sin un amago de temblor en sus dedos, alzó la copa para brindar con nadie: «Va por vosotros, por los que no os rendís». De reojo, vio a su marido apoyado en la puerta. La miraba con cara de extrañeza. Debía pensar que estaba loca de remate, que a esas horas, en la oscuridad del salón, o el sueño le podía o definitivamente eran delirios de una chiflada.

Nada más lejos de la realidad. Recostado contra el marco de la puerta del salón, con los brazos cruzados sobre su pecho y una sonrisa en los labios, él, ahora, estaba seguro que, aquella chica menuda a la que había conocido en el ascensor de la Facultad, era, en realidad, la mujer más maravillosa del mundo.

12 de enero de 2009

El ojo que todo lo ve, está en Laviana.

No sabéis la rabia que me da, a estas alturas del año, haber prometido que las fotos de Nochevieja no podían entrar a formar parte del mundo virtual. Trece días después, sus cuento lo que pasó:
Alquilamos una casa en el concejo de Laviana. Muy guapa y muy soleyera. Éramos nueve personas, dos perros e íbamos para cuatro días, pero compramos comida como mi güela la de Llanes en los años noventa, cuando era verano y primos, nietos y demás familia pasábamos tres meses largos de vacaciones (¿qué digo tres meses? yo creo que eran cuatro) en su casa. A saber: Un sacu de patates, una caja de vino, nueve kilos de cordero, quince litros de leche y un largo etcétera.
La tarde de Nochevieja (paradójico) subimos, preparamos manteles, nos pusimos los disfraces (¿a que entendéis ahora mi pesar en las primeras líneas), cenamos, comimos las uvas y bailamos, bailamos, bailamos....Juan hizo las veces de DJ Plaza, con bigote pelirrojo "tipo ABBA" incrustado bajo la nariz incluido (diossss, ¡esas fotos!). Hubo un par de borracheras y cuatro amagos de mareo. Esa noche también nos dimos los regalos del Amigo Invisible.
El año nuevo empezó el día de idem con un sol de espatarrar. Soraya A hizo paella, su santo la supervisó y los demás la degustamos. Todo regado con un par de raciones de Play Station que para eso somos la generación que va después de la X y que nació para aprender "a la trágala" cómo funcionan todos esos aparatos y así poder seguir siendo adolescentes in pectore. Soraya B y su santo Iván abandonaron la casa. Nominados. Dormimos.
El viernes, día 2 del año nueve, Paulo se fue a trabajar y los demás hincamos el diente a la estupenda fabada elaborada por Juan, que hizo las veces de Chef Plaza. Después la cocina de carbón se incendió y casi salimos en las noticias, pero eso es una historia que prefiero no recordar porque es de noche y después sueño... Paulo llegó de trabajar, peritó los daños, dijo que no era "pa´ tanto", que eramos "unos exageraos" y nos fuimos para la cama sin ningún sentimiento de culpa. Somos así.
El día sábado amaneció entre caídas del colchón y "apagasaluzdeunapuñeteravez" entre los dientes. La convivencia comenzaba a hacer mella, pero nosotros, incansables al desaliento, continúamos como si nada. Somos así. Juan, que hizo las veces de Chófer Plaza, y servidora, acudimos a un bautizo familiar en Gijón. En nuestra ausencia, los cinco restantes, se despellejaron unos a otros en el sentido más metafórico y terapéutico del verbo. Cuando volvimos, el ambiente estaba supercalmado. Nos asustamos. Ésa noche, con la ausencia de Eli e Isaac que prefirieron marchar para la cama, hablamos y bebimos. Todo regado con un par de raciones de baraja que para eso somos la generación que va después de la X y que nació para escuchar a sus abuelos cómo se hacen trampas a las cartas. Ganó Ricardo. Nos pulió, el Ricardito. Sin rencor, nos fuimos para la cama.
El domingo llovió. Fue como una señal: Nuestra convivencia en la casa se había terminado. Sólo nos faltaba la Mercedes Milá en la puerta de la mansión lavianesa diciendo: tú ganaste, tú perdiste. Recogimos. Juan, que hizo las veces de Chacha Plaza, no dejó mota de polvo sin limpiar. Y la verdad, después de todo, al cerrar la puerta, nos dio hasta pena. Ni siquiera, con los apaños que habíamos hecho, se notaba nada del incendio sabatino. (Por cierto, que del siniestro no hay fotos pero de lo otro sí, y al final, he pensado, que casi mejor cuelgo una de ellas. Total, ¿quién se va a enterar?)