17 de mayo de 2007

Yo también hice la Comunción. Capítulo 6 (y último): Azahara, alias «La Villajoyosa»

Ninguna niña que hiciera la comunión en los ochenta pudo evitar que su madre, abuela, tía y/o fotógrafo le «chantara» en la cabeza un lazillo blanco con cosas colgando (después de darle muchas vueltas es la mejor definición que he encontrado del detalle). Ahora, lo de Villajoyosa tiene mérito que encima tuvo que apañar unes rosuques y facese la buena. Con lo pécora que ye en estos momentos de la actualidad.




«Esta es la crónica de un fracaso amoroso de primera (comunión): Resulta que una, que ya era un poco Tellín Tellado a los ocho años, estaba súper-enamorada de un guaje de mi pueblo que era muy rubín y muy curiosín. Y él más de mí. Era un amor perfecto, puro y tierno como la hostia sagrada. Era la hostia. Y, p'encima, suertuda yo, me había tocado con él de pareja en la coreografía que nos habían preparado las monitoras de nuestro catecismo, que p'a mí que estaban flipadas o se habían endrogao o algo y se creían que estábamos en Eurovisión en vez de en misa. Bueno, pues resulta ser que, a última hora, después de cienes de ensayos, decidieron que nos cambiaban de orden y que yo dejaba de ir al altar con ese neno tan rubín y tan curiosín a cantar el «Que canten lo niños que alcen la voz» (ese gran "hit" del verano de Perales). Ahora me tocaba caminar hasta don Ovidio con otro morenín con dientes de conejo (mis paletos tampoco estaban mal) que era medio primo mío. En total: que las flipadas de las catequistas me dieron la comunión. Y que, cuando ví entrar a mí ex pareja todo vestido de almirante, tan blanco, tan rubio y tan curioso, de pareja de otra, casi me da de mal y se me atraganta la hostia y todo. El floripondio de la cabeza, como una escarpia, oyes. Hoy en día, él está casado y tien un guaje que se llama Adrián. El otro día participó en un experimento: los protagonistas fueron Adrián –que estudia en un cole público– y Borja, otro guaje de su edad que estudia en un cole privado. La pregunta fue: ¿Cómo se llama este animal? –«Un cerdito», dijo Borja. –«Eso ye un gochu», dijo Adrián. Verídico total».

15 de mayo de 2007

Yo también hice la Comunción. Capítulo 5: Fernando, «Nutria»

«Aquí estoy, de blanco y con el mi hermanu pequeño, David, en el columpio de casa». Fernando, el escueto. Ojo con el pose que nos gastaba el chaval. En Laviana siempre fueron muy chulinos, ne.

12 de mayo de 2007

Yo también hice la Comunción. Capítulo 4 Ivan de Cedemonio

(Nota de cabeza de foto: no pongo foto actual de Ivan porque está exactamente igual ahora que de guaje. Natural de Cedemonio, en el occidente astur, Ivan no quería que esta foto saliera publicada en sitio virtual alguno, de ahí que el texto esté en tercera persona. Las declaraciones han sido recogidas por una intrépida reportera)



«Parece ser que después de la comida festiva los nenos de la familia estaban aburridísimos, hasta que un tío de Sampol, de éste no me sé el nombre, les propuso una excursión en coche hasta el bar de Piñeira. Lo que pasa que el tío en cuestión iba algo cargado de etílico y en la primera curva volcó con todo el cargamento infantil. Todo quedó en un susto».

2 de mayo de 2007

Yo también hice la Comunión. Capítulo 3: Martius

Marta Pérez, de esclavitud reportera occidental
Lo de los colmillos es verdad. Existen. Yo los ví. En lo de los cuernos creo que exagera.

«Yo de mi comunión recuerdo que estaba un pelín enfadada con mi madre porque no sabe peinar, o lo que es mejor, peina fatal. Pero, tampoco quería llevarme a la peluquería. Hasta que llegó mi tía Josefina de Corigos y tomó el relevo peluquero. Ahí vi la luz. De hecho, la foto que te mandé es la de la iglesia, porque en la del recordatorio, que me peinó mi madre, no se sabe si soy vampiro o demonio. Vampiro por los colmillos y demonio por los cuernos que me plantó en la cabeza».

1 de mayo de 2007

Yo también hice la Comunión. Capítulo 2: Ricardo

Ricardo Candás, de profesión sus labores docentes y poéticas.
¡Menuda nuez que te salió con los años Ricardín, fiu!

«Por aquel tiempo yo era un querubín que descubrió que había corbatas postizas a las que no hacía falta hacer el nudo. Esto, estoy convencido, fue una premonición de cuán falso iba a revelárseme el mundo pasín a pasín. Como en mi casa no había perres pa gastar en ropa que namás se iba a poner un día, pues me vistieron «de calle», eufemismo que con el tiempo aprendí que quier decir «así porque tu familia nun tien perres, so pobre». En honor a este día, y como un acto de autoafirmación de mi pobreza, instauraría el archiconocido refrán que ora «Donde hay percha no manda marinero», que percha no había mucha en aquellos días enclenques, pero a guapín pocos me ganaben y eso, a les güeles de los demás, ye lo que-yos dolía. Por lo demás no recuerdo nada reseñable, lo cual me suele pasar en mi relación turbulenta y turbadora con la Iglesia (tampoco del bautizo recuerdo nada reseñable), de lo cual se concluye que si algún día me da por facer un casoriu será borrachu perdíu. Ya pa acabar (que sé que es un pie de afoto muy grande pero yo es que calzo un 43) hacerle una pregunta a la comunidad científica o en su defecto a Iker Jiménez: ¿cómo una ricura de neñu puede degenerar tanto tras ventitantos años?.»