31 de enero de 2012

"No juguéis ahí"



"No juguéis ahí". Les repetía su tío Cundo cada vez que veía cómo se acercaban al final de la finca, justo al lado del pequeño precipicio desde donde se divisaba todo el valle. "No juguéis ahí, ¡venir para acá!". Y ellos creían que lo que temía el Cundo era que, entre la brutalidad de los mayores, Iván y Rodrigo, y la torpeza del pequeño Fernando, que venía de Madrid cada verano y ni siquiera sabía andar en madreñas, se armara alguna gorda y hubiera un accidente. Pero no.
Dos años después de la muerte del tío, Fernando lo entendió todo. Él, que ya había cumplido los cuarenta, y que además de aprender a andar en madreñas también se había convertido en todo un lúcido profesor de Ecología e Impacto Medio Ambiental de la Universidad Politécnica solo necesitó saltarse una vez la orden del hermano de su abuelo para entenderlo todo.
Había decidido hacer un pequeño merendero en aquel balcón natural que ofrecía una vista única. Lo iba a hacer con sus propias manos. Aprovechando la benevolencia de un invierno más suave y menos lluvioso de lo normal, Fernando subió en su coche los aperos y se puso manos a la obra en una tarde de domingo de finales de enero. Tan solo clavó una vez la pala en la tierra. Al retirar la herramienta se encontró la evidencia trágica y escuchó, en el fondo de su cabeza, las tres palabras del tío Cundo: "No juguéis ahí".
Cinco cuerpos. El equipo de voluntarios arqueólogos confirmó que, en aquel pequeño espacio de terreno que "daba al precipicio desde donde se divisaba todo el valle", había cinco cuerpos: "De cuatro hombres y una mujer". Así lo constató el juez tiempo después. Firmó el levantamiento de los cadáveres sin apenas mirar el informe de 1.200 hojas que habían preparado a conciencia y en el que contaban que los cuatro hombres eran Leocadio el ferroviario; los hermanos Mateo y Pedro; el joven Nicanor y la, única mujer, Eulalia, posiblemente la maestra más guapa de toda la comarca, y cuya única foto había estado presidiendo la habitación del tío Cundo hasta el día de su muerte.
(*Dedicado al juez Baltasar Garzón y a todos los que defienden la dignidad de los que fueron acallados con dos palmos de tierra)

2 de enero de 2012

Saltos

Mira por donde, el jersey de lana que su tía Carmina le había metido en el bolso a última hora, iba a servir para algo.
-¿Qué haces, tía? ¿Un jersey? Pero que voy a Australia, que allí ahora es verano, que no me va a hacer falta.
-Dice ella que verano, ¿pero vamos a ver, mi alma, cómo va a ser verano si estamos en enero? Tú cógelo, que para eso lo hice, y si no te vale, pues lo guardas para cuando vengas....Dice que verano...¡esta chavala está fatal!-había sentenciado la tía Carmina antes de darle un billete de cincuenta euros y pedirle que se cuidara mucho.
En casa no hubo grandes despedidas. Todos se habían prometido en la cena de Navidad que nada de escenas dramáticas. Ella se iba a trabajar a la otra esquina del mundo sí, pero no le quedaba otra. Además, con internet, se verían todos los días.
Ni su licenciatura superior en la Escuela de Minas ni sus ocho años de trabajo en una constructora le habían servido para labrarse un futuro estable hasta ese momento. Estaba harta de cobrar dos duros por currar lo suyo y lo de los demás. Así que cuando recibió el correo electrónico con la oferta de trabajo no se lo pensó mucho. "Empresa australiana precisa Ingeniero Superior de Minas para proyectos relacionados con la captación de aguas subterráneas". ¡Perfecto!. Su proyecto de fin de carrera la había hecho toda una experta -y enamorada- en la materia y su nivel de inglés era más que aceptable. El sueldo acabó por convencerla: 63.000 euros brutos al año durante seis años y dos viajes a España pagados por la empresa, uno en verano y otro en Navidad.
Y allí estaba, solo dos meses después de responder aquel correo electrónico, en un avión camino de Sidney.
-¿Eres Violeta Morales?
-Sí, sí, sí...-titubeó ella que se había quedado absorta mirando por la ventanilla.
-Vente para atrás con nosotros, llevamos dos horas calculando quién de todas las mujeres que van en turista sería Violeta Morales y por fin te encuentro. Ya pensábamos que no existías. Por cierto, me llamo Esteban, y no te asustes, no ha pasado nada, somos compañeros de trabajo. Yo y aquellos cafres del fondo que oyes gritar. Pero coge tus cosas y vente para acá que tienes mucho que oír. ¿Sabes cocinar? Esperamos que sí, eres la primera asturiana del grupo y la verdad, una fabada no vendrá mal de vez en cuando.
Esteban encadenaba un tema con otro y apenas la dejaba responder. Cuando se dio cuenta él ya llevaba su equipaje de mano hacia la cola del avión.
-¿Tendrás algo para taparte, no? Es que atrás hace un frío que pela.
Violeta abrió el bolso y con la mano derecha tocó el suave jersey de lana gorda de su tía Carmina.*
(*Para los que cruzáis charcos y sueños en busca de un futuro mejor)