4 de febrero de 2016

La clase de las comadres


Hartas de andar de casa en casa y creyendo que tenían ante ellas la oportunidad del siglo, alquilaron un piso enorme, casi señorial y céntrico muy cerca de la Plaza de los Chorizos. No les costó dar con él y lo que fue aún mejor, ni siquiera les costó negociar un alquiler barato.  El propietario, el hijo de un fallecido y reconocido industrial dueño de minas y fincas, tenía poco interés en su vida y mucho en deshacerse de la carga de la vivienda así que ni siquiera les pidió explicaciones. “El alquiler son 30 pesetas. Alguien vendrá a cobrarlas el día 8 de cada mes”. Fue lo primero y último que les dijo antes de entregarles las llaves y esfumarse. Nunca firmaron un contrato.. A las 9 de la mañana, cada 8 de mes, un chiquillo acudía puntual y educado a la academia. Traía una cartera que abría ante ellas. Allí le metían las 30 pesetas. Volvía a cerrar el macuto y se iba con un gracias en los labios. Nunca supieron su nombre.
Los comienzos fueron caprichosos. Porque un capricho fue que Doña Catalina, la elegante señora del Tercero, quisiera cambiar los muebles del comedor casi el mismo día que ellas abrieron su academia en el edificio:
“-Dígales a las chicas de abajo que si quieren las sillas y la mesa. A mi ya no me sirven.
-¡Pero señora! ¿A esas dos mujeres que están solas le va a dar estos muebles tan bonitos y con esta madera?
-También estoy sola yo, Herminia, y no veo que a ti te disguste tanto. ¡Dígaselo!”
Capricho también fue que la primera en pasar por delante de la academia fuera fuera Julia la mujer de Pechón el electricista. “Os digo yo que os lo hace gratis, reinas. Vamos que si os lo hace gratis”.
En cuanto se corrió la voz de que abrían sus clases, empezaron a recibir matrículas. Y también alguna amenaza.  “Dos mujeres solas. Debería daros vergüenza”. “Y a vuestros maridos más”, oían continuamente en la calle a su paso. No les importaba lo más mínimo. Y a sus maridos menos.
Ofrecían buenos precios y un horario flexible. Lo primero les llenó los turnos de mañana y tarde de hijos de familias mineras que necesitaban un empuje para llegar a la tan ansiada formación profesional, también –por supuesto- la universidad. Lo segundo, el hecho de que la academia abriera casi a cualquier hora, completó el turno de la noche con mujeres de todas las edades. Era una clase de 12 de la noche a 3 de la mañana. Tres horas al día durante el tiempo que fuera necesario hasta conseguir el graduado escolar.
Era “La clase de las Comadres”, como empezaron a llamarlo en el pueblo a la primera de cambio.

¡Feliz Día, Comadres!

17 de enero de 2016

La tumba de Camila

Camila, la hija mayor de Don José Rodríguez Rico, murió con 13 años el 13 de diciembre de 1913. El óbito se produjo a las 13 horas (aunque esto en Luarca no lo sabían al no existir todavía en la villa los relojes digitales). Camila murió, pues, a la 1 de la tarde y hasta bien entrada la noche las campanas de la Ermita del Nazareno no dejaron de sonar. Don José Rodríguez, armador y dueño de la mitad de las acciones del Ferrocarril del Norte, le había pagado la cantidad de 20 reales a los cuatro chicos de la finca de Almuña para evitar el silencio del campanario. Esas campanas eran las únicas de la villa que se escuchaban siempre (daba igual de donde soplara el viento) desde la habitación de Camila en el último piso de la fantástica Villa Excélsior a donde su familia se había mudado catorce meses antes del fallecimiento de la chica. Eran las únicas que se oían en aquella estancia luminosa y bajo la cúpula en donde pasaba los días enferma Camila y eso bien lo sabía el joven Nicanor, que no quiso los cinco reales que le hubieran correspondido por tañer las campanas de la ermita del Nazareno, aunque él fue, de los cuatro de Almuña, quien más hizo doblar aquella tarde las campanas del templo. Los demás no lo vieron pero lloró durante todo el tiempo. Cansado de brazos y alma esa noche volvió a casa con la secreta y firme intención de marcharse muy lejos, a Cuba. 
Don José, al que tanto había temido cuando se colaba entre los muros de Villa Excélsior para ver a Camila y robarle besos, le ayudó en todo. Le dio un pasaje en uno de sus barcos y contactos suficientes para hacerse una vida muy lejos, en Cuba.
Antes de embarcarse acudió con él al cementerio. Rezaron. Al marcharse, en silencio, Nicanor sintió una mano sobre su hombro derecho:
"No la olvides"
"No podría"
Ellos dos son los únicos que saben el secreto de la inscripción en la tumba de Camila y a la que todo el mundo le busca un significado místico. Pero G.I.E.D., que es lo que trae en letras bien grandes sobre mármol gris la lápida de Camila, es la manera en que ambos la querían: "Guapa, Inteligente, Enamoradiza, Dormilona".
(*Esta historia no es verdad, es el mosaico literario que se formó en mi cabeza tras un fin de semana en Luarca de mil conversaciones y abrazos acopiados para vencer al tiempo y al espacio. Y también es la respuesta que necesita una amiga que no duerme si se queda con la duda de saber qué significa GIED).

6 de enero de 2016

Lo típico

"Lo típico", acerté a responder cuando Eva me preguntó en el recreo que qué me habían traído los Reyes. Por suerte a ella los Magos le habían puesto un movil de última-nueva-súper-mega generación que la tenía bastante entretenida y no pidió muchas mas explicaciones. "Lo típico". Se me escapó una sonrisa. Aquellas Navidades habían sido de todo menos típicas:
Después de dos años viéndose a escondidas, que ella cree que no, pero yo sé que si, mamá pensó que la cena de Nochebuena era el momento indicado para presentar a la familia a su novio Eduardo que llegó sonriente y ya nunca mas se fue. El que retiró mas temprano de lo normal aquella noche fue el tío Gerardo. Cuando fui a buscar la bandeja de los turrones a la cocina escuché a tía Berta decirle a mamá, "de saber que Eduardo era el antídoto contra el cuñadisimo, te lo hubieras traído antes". Ambas se rieron.
Eduardo es médico pero no tiene trabajo así que desde Nochebuena ha tomado el mando de la casa. Cocina medio bien y hace un chocolate exquisito con una pizquina de sal con el que Martina se relame. Y él sonríe al verla disfrutar. Es un año y dos meses mayor que mamá pero no lo parece y menos cuando sonríe. Yo no le creía la edad hasta que me enseñó el pasaporte. 

-¿Ves? 16 de julio de 1969".
-Jo, pues pareces mas joven.
-Gracias... Muchas gracias, pero esto último no hace falta que se lo digas a tu madre. 
Y vuelve a sonreír, reímos los dos.
Me cae bien porque canta mientras cocina, porque tiene a mamá entretenida y por su sonrisa enorme. A mamá... bueno ya os podéis imaginar a mamá lo bien que le cae Eduardo. 

Y Martina... La verdad es que Martina está encantada porque cree que desde Nochebuena vive con nosotras en casa el Rey Baltasar.