27 de noviembre de 2009

¿Estas ahí?


No hay cosa que más rabia me de que alguien se ponga delante y me pregunte: -¿Estás ahí?; o que me vea comer y pregunte: ¿Estas comiendo?, o que me vea leer y pregunte: ¿Estas leyendo?.¡Uf!. No, sí te parece yo, el libro y la fabada somos hologramas y tu estás para que te encierren en la Cadellada. Apetece responder así, la verdad. Y no lo haces, porque la rabia a la hora de "sociabilizar" con el resto de la humanidad está mal vista y porque, depende de quien esté delante tuyo (llámese madre, abuela, tía o demás familia), te puedes ganar una colleja "expres" que pica para el resto de la tarde.

Salvo ciertos capítulos de mi infancia -que no puedo comentar bajo pena de pagar cincuenta euros a mi hermana-, la agresividad nunca fue lo mío. Yo soy más del diálogo. Como el enano del chiste de guerra de Gila, que lo metían en un 600 y lo mandaban al frente enemigo para que insultara: “No mata, pero desmoraliza”.

El problema es que las palabras, cuando por el medio se mete algún culete de sidra de más, se convierten en nebulosas y, por otro lado, hay porteros de discotecas madrileñas que en su vida oyeron hablar de la Viuda de Angelón y ni ganas que tienen.

Una caja de sidra llegada de tierras patrias fue la causante de mi única discusión con un "segurata" en la capital del regino. Tras diez minutos contándole las bondades de la bebida autóctona, en cuestión de segundos el maromo me cogió con una mano, me levantó dos palmos del suelo, me apartó a un lado y me cortó el vacilón de raíz. Durante este lapso de tiempo, quiso ofenderme diciendo que yo era “una paleta de pueblo”. ¡Ya ves.! No me disgustó eso, la verdad. Además de ser cierto, lo llevo a mucha honra. Eso sí, cuando después, miró hacia mi, y me preguntó “¿Estás ahí?” no lo pude resistir: “No, si te parece soy un holograma y bla, bla, bla...”. Nunca dieron tanto de sí dos piernas.