31 de enero de 2006

Solidaridad con Pikachu

Las muestras de solidaridad con el "bicho ese" (el enviado lisérgico dixit en anteriores comentarios), no se han hecho esperar. Ante esta muestra de cariño mundial, he decidido alargar la agonía del pokémon y esperar a ver si alguien me ofrece dinero por su liberación: acepto dracmas, sextercios y cheques. Soy así.

30 de enero de 2006

Crónica de un secuestro anunciado (Primera Parte)

Pikachu sigue sin comer frostis de kelos y anoche le quité el vozka (que es de lo que se alimenta su espíritu). Estoy muy enfadada, mucho. Puede que un día de estos abrais esta bitácora y os encontreis con una sorpresa desagradable. Chicos, he descubierto el lado oscuro de la vida, y me gusta... Ni la mirada tierna de Pikachu va a conseguir resarcirme esta vez. Proclamo.

28 de enero de 2006

Diccionario de la R.A.F (Real Academia Frikiñola)

Dando tumbos por este internes de mis entreteloides he descubierto: Frikipedia. Al igual que la enciclopedia, tremendamente conocida, Wikipedia, esta página te da toda la información del mundo frikal. Ellos se definen como: "compendio extremadamente serio de todo el conocimiento humano (la tercera especie más inteligente de la Tierra) y parte del de los delfines (que son la segunda). Yo navegando por ella he descubierto:
1- que el País Vasco no existe
2-que Chuk Norris no es chinorris
3-Los secretos de Mac Gyver

PD: Voy advirtiendo que si nadie comenta nada en este blog, estoy dispuesta a matar a Pikachu. Su vida está en vuestros dedos, por lo pronto, os pongo una afoto, para que os vaya dando pena. Parece alegre, pero ayer ya no ha comido frostis de kelos.....juju

26 de enero de 2006

Dolor intrínseco

Hoy me
levanté de la cama con un dolor intrínseco. En el hospital una enfermera me preguntó si fuma
ba y yo le dije: «pues desde ayer noche no he fumado nada» y va la tía cachonda y pone en mi historial «ex fumadora desde hace 24 horas». Quedé loca. Ahora cada vez que me entran ganas de echar un cigarrín me acuerdo de mi historial médico y no fumo...por remordimiento. En total, que lo que no ha conseguido la nueva ley antitabaco lo consiguió una becaria del Hospital de Villa.... Manda webs

18 de enero de 2006

De climas y otras idiosincrasias



Hay veces, en esta suerte de Norte que nos ha tocado vivir, que todo el mundo se vuelve gris plomizo. Las calles, las gentes, incluso las luces de los coches que te cruzas por una carretera cualquiera. La niebla está tan baja que ni siquiera ves el final de las montañas que te rodean. Entonces crees que el universo, más allá de estos cuatro montes, es incomprensible y, en ocasiones malvado. Los metereólogos se empeñan en avisarnos, desde hace meses, de una ola de frío tras otra. Nada de eso acaba de llegar nunca. Aunque claro, para caldear el ambiente siempre tenemos algún estatuto que discutir o alguna absurdez política que comentar. Digo yo. ¿no sería más fácil bajarse del escenario, apagar las luces y verlo todo desde la platea?. Sería un ejercicio de humildad para muchos. Howard Kurtz dice: «deberiamos prestar más atención a la condición humana..». En el fondo, y eso es lo que yo considero, la realidad de este trabajo en el que estamos se dicta más por los oscurantismos políticos y económicos que por las verdades directas, es el mayor problema. Pienso muchas veces en cómo será mi vuelta a Madrid, a menudo también sueño con las calles y las gentes de la ciudad. Allí también había gris, pero era más bien asfáltico, y rara vez las nubes impedían la visión de las montañas de cemento que se alzan indolentes junto a las grandes y extensas calles. Recuerdo el primer día que llegué a la ciudad, era octubre y yo llevaba ropa de invierno, pero en Madrid no hace frío hasta noviembre y hubo de sortear ese indómito clima de la meseta con el olfato que tenemos los norteños, ese que cada mañana nos hace abrir la ventana y valorar la humedad, la temperatura y hasta la dirección del viento. Allí se reían de mi. Decían que los asturianos hacíamos de las conversaciones insustanciales que todo el mundo tiene sobre el tiempo auténticas teorías sobre la naturaleza humana. Es cierto, yo conozco varias maneras de llamar a la niebla y la lluvia que hoy cae sobre nuestras cabezas. Ninguna de ellas la aprendí en el diccionario...

13 de enero de 2006

Correspondencias



Háblame para que yo te vea, dijo un día Séneca. Las palabras no siempre dejan ver, en ocasiones también esconden. Cuando era pequeña y caía en mis manos un diccionario siempre buscaba la palabra «martes», en la mayoría de enciclopedias solía traer «segundo día de la semana», otros eran más detallístas y precisaban «entre el lunes y el miércoles», por último siempre había textos que se aventuraban a buscar el origen etimológico de esas
seis letras, que procedían de alguna deidad antigua. Después crecí, y hube de buscar en los diccionarios otras palabras, para derimir la realidad de su significado o la correcta utilización de una hache intercalada. Hoy, vuelvo al diccionario, al de la Real Academia de la Lengua Española, y lo hago por motivos de trabajo, casi siempre para buscarle matices a un sustantivo y nunca por placer. Después están aquellas personas que les dan un valor extremo a las palabras, y los que las infravaloran tanto que ni siquiera saben lo que pueden llegar a doler «una palabra puede herir más que una espada» dijo cierto inglés. A lo que, años después, respondió un filósofo francés «la palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha», lo que finalmente nos lleva al refranero popular, definición de nuestra España, «no ofende quien quiere sino quien puede». Y, llegados a este punto, no hay conclusión. Es lo bueno que tienen las palabras, que nunca se acaban. Como tampoco finalizan las palabras de las cartas que algún día me escribieron y que guardo, celosamente, en una caja de zapatos gris (la caja, no los zapatos). Mezcladas con las misivas que me envió algún amigo (sobretodo amiga, querida Eli), escondo las cartas que yo escribí y que nunca me atreví a enviar, bien por vergüenza, bien por desesperanza o bien porque entendí que incluían tantos retazos de mi alma que no podían ser echadas al viento y voceadas por emisarios anónimos. Siempre me emocionaron las postales, alguna vez quise coleccionar sellos y aún, de vez en cuando, cogo lápiz y papel y derimo mi existencia entre tipografías y estampas...que, por supuesto, nunca destinaré a nadie....o tal vez sí

5 de enero de 2006

Cosmogonias de Aobsil (II)


Parece que vivimos para aparecer en un cuaderno de bitácora, pero eso no es malo. A veces pienso que sólo entiendo lo que escribo, por eso me gusta escribir. Le pedimos todo a la vida sin dejarla meter baza. Me gusta descifrar los silencios de la vida, que a veces se materializan en risas y caricias, otras en truenos y tormentas. Todo ello es, al final, un consejo enorme de la existencia. Cuesta hacerlo, pero basta con pararse y mirar. En Lisboa descubrimos que la templada brisa también puede llegar en invierno, que las carreras en busca de una cuenta atrás no siempre son malas y que las palabras que se dicen al oído pueden convertise en auténticos alimentos para el espíritu. A la vuelta de esa Lisboa que está más cerca del mar que de cualquier otra cosa en el mundo, pienso en lo que quiero escribir, y en lo que alguien querrá leer: viajeros, teoría y práctica de la amistad, los fantasmas de Gorazde, el temblor de tierra, los cruces de tren, las escaleras que discurren por ciudades de sueño, el elogio del beso, la elegía al número impar.... También pienso en las conversaciones que se tienen cuando la carretera no tiene curvas (ni barro) y los kilómetros que te quedan por delante son más que el mil por mil de los años que te quedan por vivir. Alguna vez soñé unos ojos que ahora sueñan a mi lado, otras, como me pasó en Lisboa, son las miradas de esos ojos las que me quitan el sueño para traerme a la realidad constante y bella de lo que existe. Puede que Lisboa sea el lugar donde habite para siempre el dulzor de las cosas que se dicen con ese acento entre inexistente y eterno del portugués, o puede, quizás, que sea allí donde una se de cuenta de todo....

4 de enero de 2006

Cosmogonías de Aobsil



Ya estoy de vuelta en esta cuenca cósmica. La Lisboa calurosamente invernal que dejamos atrás quedó cuajada de flores. Los niños, que aún no han empezado las clases pululan por las calles como racimos de uvas, transparentes, con su gotita de miel intacta, esperando la espera de los regalos.
Hemos vuelto de Lusitania demasiado pronto. Nos reclaman compromisos laborales anteriores que no pueden esperar. Atrás quedan Rosa, Verónica, Caetano, Ana Cardoso, el señor de los perros grises, el hombre que se creía un mulá, los tranvías, las leiterias, los «obrigados», las escandhinas»... Nos pasamos la vida intentando adelantar a nuestra propia sombra para que no le pille nada de sorpresa. Después de nueve horas en coche por los campos de Castilla (y Portugal), nos encontramos arrastrando el trolley por una calle de Sama llena de polvo negro y resquicios de los que debió ser un año nuevo festivo. Al día siguiente tenemos que ponernos a tono con nuestras vidas, y acompañamos el devenir de la vuelta con la música. Fados para no olvidar del todo lo que dejamos atrás. La voz de Amalia Rodríguez me encanta, ella fue la primera persona a la que yo escuché cantar fados, en aquel tiempo las sensaciones al oir esas canciones se me escurrían por la cabeza, eran los años en los que siempre me sentía como un bicho raro porque no me gustaba Alejandro Sanz. Con la tranquilidad de tener, ahora, un poco más de espacio vital y mayor equilibrio entre edad y pensamiento, escribo estas líneas. Ahora, miro a mi izquierda y veo a un ser maravilloso con pelo ondulado y ojeras de leer, o de amar (puede ser de ambas cosas pero yo sé que es más de lo último...). Confío en Lisboa como el lugar donde habitarán nuestras relaciones (ya sean de amistad o de amor). Creo que el primer viaje que realizan juntas unas personas es el avance en miniatura del resto del viaje vital. La exageración convierte lo importante en irrelevante. Cuando lo único que hacemos es mirarnos el ombligo tan sólo amamos del otro nuestro reflejo invertido, por eso son buenos los viajes, porque te hacen cambiar la perspectiva y mirar al frente, tal vez al cielo e intentar descubrir un pedacito de aquella luna que dejamos de ver cuando nos metimos en las recoletas calles de la Alfama....