5 de julio de 2015

Patio de vecinos (CAPÍTULO 2)

Armando en realidad nació siendo ArmandArmand Favril, y creció en uno de los chalets de ingenieros belgas que se habían construido junto al río. Estudiaba cuarto año de Medicina cuando una carta le anunció la muerte de su padre en un estúpido accidente de mina y el suicidio de su madre dos horas después. La terrible noticia, las terribles noticias, le llegaron al joven Favril en una única cuartilla cuadrada y amarillenta, escrita en francés por algún trabajador de la compañía. “Una tragedia, nena. La carta no era una carta, era solo una frase, dos docenas de palabras. Decía: La Compañía Belga de Minas le urge a vaciar la casa de sus padres en el menor tiempo posible. Lamentamos la muerte de ambos”, me explicó la señora Matilde, la del primero, que lo conoce desde niño porque ella limpiaba aquellos chalets de estilo inglés en los que vivían los belgas. Ella fue la que se acercó a él en el funeral de sus padres y le ofreció una habitación donde quedarse antes de volver de nuevo a la Universidad. Y fue ahí, junto a la tumba de sus padres, que inauguraba el primer (y único) cementerio protestante de la región, cuando decidió que era Armando y no Armand, que no volvería a la Universidad y que no pararía hasta averiguar si el accidente de su padre había sido eso, un accidente, o había algo más. Y todo lo hizo apretando en su mano izquierda una cuartilla cuadrada y amarillenta en la que se podía leer, en francés, 24 palabras. 

-Hay una cosa que no entiendo. Doña Matilde, Tía Joaquina cómo un prometedor médico de familia pudiente ha terminado de Maquinista en la misma mina que su padre fundó y dirigió. 

Mi tía dejó el pincel sobre la mesa y me miró por encima de las gafas.

-Hay una cosa que no entiendo yo, querida sobrina. ¿Qué te ha dado a ti con Armando que desde que llegaste no me has preguntado por otra cosa que no fuese ese muchacho?.


(Continuará...)