1 de diciembre de 2014

Be esponjosos, my friends



La esponjosidad está infravalorada en esta vida. Todo iría mucho mejor si fuéramos mas esponjosos. El mundo tiene muchas aristas y ahí está el problema. Una se levanta por la mañana, enciende la radio y todo son filos y cortantes. Noticias que de alguna u otra manera acuchillan el alma. Pero es que sale a la calle y tal cual, o lee las redes sociales y tres cuartos de lo mismo, las opiniones viajan entre la bilis y las heces de unos hacia otros. Arista, arista, arista. Qué las hay que ir esquivando como si fuera una Paquito Fernandez Ochoa bajando una ladera a modo slalom y de medalla de bronce. No es plan. Tengo una amiga que ante la mirada atónita y desconcertada de sus hijos siempre dice: "no discutáis, ninios (lo dice así), quiero un hogar esponjoso". Y los ninios se callan, atienden y entienden porque se les ha inculcado que la esponjosidad es algo necesario en la vida. Lo piensas y es así, mucho mejor enseñar a los ninios la esponjosidad que la buena educación en la mesa (aunque ésta nunca está de mas). 
La esponjosidad hay que buscarla principalmente en tres niveles: el hogar, las relaciones de amistad y, lo más complicado, el trabajo de cada uno si es que tiene la suerte de tenerlo. Los dos primeros niveles son complicados pero como hay confianza puedes hasta imponer la esponjosidad a voces, que es un poco contradictorio pero todos sabemos que hay ciertas parejas sentimentales, hijos adolescentes, cuñados sabelotodos y hermanos cojoneros que solo entienden las cosas a voces. Y el fin esponjoso justifica los medios.
Lo de alcanzar el grado master de esponjosidad en el curro ya es profesional. De hecho no conozco a nadie que lo haya conseguido en su plenitud. Es como el nivel 130 del Candy Crush. Solo reservado a una élite. Y yo, viendo la bilis que suelto algunas mañanas, no estoy en ella. 
Ya sabéis: be esponjosos, my friends.