24 de febrero de 2009

A propósito de los Oscar



No me puedo creer que Hugh Jackman cante, baile y encima sea tan guapo como es.

22 de febrero de 2009

La televisión naranja

Mi infancia son recuerdos de una tele encendida. En concreto una tele pequeña y tan naranja por fuera que las imágenes en blanco y negro que salían de ella no lo parecían tanto. Era de las que se colocaban encima de la nevera y se decoraba con un tapete de ganchillo. La despedimos una tarde de invierno.A cambio, un aparato grande y en color pasó a formar parte del salón y de nuestras vidas. La ubicación del nuevo televisor me permitía escapar de la cama, a medianoche, para ver «Canción triste de Hill Street» y«Luz de Luna». Cuando me pillaban sentada en el pasillo siempre me hacían la misma pregunta:¿Tu hermana duerme?. Sí, sí, sí, sí, decía yo con declamación de ruego. «Pues anda pasa». Así me nacieron las ojeras.
Ojeras que no se me quitaron durante la adolescencia cuando me dio la ventolera de engancharme a los programas que, siempre, emitían de madrugada. Así me pusieron las gafas de vista cansada. Una de ellas era, claro, «Doctor en Alaska». La serie me gustaba porque me enamoré de Chris Stevens ( John Corbett ), locutor de la radio local K-OSO (KBHR).Años después me enteré que se trataba de una de esas «series de culto», pero yo , una ignorante de la vida, cuando no aparecía mi amado Chris, cambiaba de canal.En uno de esos «zapineos» vi el famoso programa inexistente de«Sorpresa, sorpresa» del perro, la mermelada y Ricky Martin. Paradojas de la vida, esa noche Asturias registró un terremoto. Movimiento sísmico que se repitió al día siguiente, pero ya sólo en mi casa, cuando no me creyeron a pesar de jurar y perjurar que era mentira lo del potorro porque yo había visto el programa entero y Ricky Martin no salía por ningún lado. No me creyeron hasta que IsabelGemio sacó un comunicado de prensa desmintiendo la mayor. Así me nació el tremendo respeto que le tengo a la presentadora. Gracias a ella volví a contar con la confianza del entorno familiar al que, por cierto, exigí la publicación de un comunicado interno con las pertinentes disculpas.
Con la Universidad llegó el desenfreno. ¡Fuera de casa y con una tele para mi sola!. Lo pienso y se me cae la baba a lo Homer Simpson. En los cinco años que me llevó sacar la carrera, allí estuvo ella acompañando los aconteceres madrileños. El mismo día que se estrenó «Los Serrano», me enteré de que una vecina le estaba poniendo los cuernos al marido con el dueño de un puesto de golosinas que había junto al portal y casi no me pude concentrar en la historia. Aunque la cima de mi querencia televisiva la viví unas jornadas más tarde. Esperaba el ascensor para subir a casa cuando junto a mí, y sin previo aviso, se posicionó Mayra Gómez Kemp.Os juro que si se pone a mi lado John Corbett no tiemblo tanto. «Voy al tercero», me dijo la Kemp. Y yo, en un alarde de desfachatez que sólo contaré una vez y que negaré el resto de mis días, acerqué mi dedo a los botones y con una sonrisa en la boca canté:«Uuuuuun, dosssssss, tressssss». Sin comentarios.
Todo este rollo para deciros que, si vuestras infancias también son recuerdos de una tele encendida, no dejéis de leer el libro«Pechosfuera» del asturiano Pepe Colubi.

18 de febrero de 2009

Pregunta del día

"A veces lo más inteligente es hacerse el tonto", rezaban unas cajetillas de tabaco. La pregunta que lanzamos al aire hoy es la siguiente:
-¿Por qué el que piensa que es el más inteligente en realidad es el más tonto?

4 de febrero de 2009

Playing for change (y lo que haga falta)

Y una, digan lo que digan, le cantan esto y va, y se lo cree:

1 de febrero de 2009

La historia olvidada de "El Jefe"


Pie de foto: Ceferino Álvarez Rey, Emilio Morán -comandante militar de León- y Hermino García. (Foto cedida por el colectivo "Todos los nombres")

Hasta hace unos días, cuando se publicó la noticia de su muerte, pocos conocían el nombre de Ceferino Álvarez Rey y su intensa vida. Todo comenzó a principios del siglo XX y acabó el pasado 25 de enero, con su fallecimiento en Toulouse, a los 100 años de edad. Ese día murió un padre, un abuelo, leonés de nacimiento y mierense de adopción; un comunista condecorado por la URSS, el militar republicano vivo de mayor grado. «El Jefe», como le decían en casa. Los responsables de la Fundación Juan Muñiz Zapico, de CC OO, y Luis Miguel Cuervo, presidente del colectivo «Todos los Nombres» han recuperado su historia.
Álvarez Rey nació en la localidad leonesa de San Andrés de Rabanedo en 1909 y, cuando aún era un niño, se trasladó con su familia a Turón. Hijo de minero, apenas levantaba dos palmos cuando inició su actividad militante ayudando a los trabajadores que se tenían que esconder por la represión posterior a la huelga de 1917. «El Jefe» comenzó a trabajar en la mina a los 15 años y se afilió al Partido Comunista en 1924. Fue uno de los fundadores del PCE en Asturias. Desempeñó los cargos de miembro del comité ejecutivo regional y secretario general del radio de Turón, y participó en la creación del Sindicato Único de Mineros (SUM), del que llegó a ser secretario. El SUM, que tuvo más 6.000 afiliados, nació tras la expulsión de los comunistas del SOMA y estuvo adscrito a la CNT hasta 1931. Cuatro años más tarde volvió a unificarse con UGT. El SUM fue ilegalizado, lo que no impidió que organizara las principales movilizaciones mineras de aquellos años.
La convulsa juventud de Álvarez Rey tuvo otro punto de inflexión en 1934. Durante la Revolución de octubre tomó parte activa combatiendo contra los cuarteles de la Guardia Civil de Turón y más tarde frente al Ejército en Campomanes. Al ver que había fracasado el movimiento obrero, emprendió la huida a pie hacia León con su hermano Virgilio y los hermanos Herminio y Pin García. Más tarde el grupo se separó. Luis Miguel Cuervo explica, en un texto de homenaje a Álvarez Rey, que la idea con la que funcionaban era que «un hermano de cada familia fuera por cada lado. Si caen unos, que no caigan los otros». Cuatro de los hermanos Álvarez Rey murieron como consecuencia de la represión: dos están enterrados en la fosa común de Oviedo, uno en el Pozo Fortuna y otro falleció en un campo de concentración en Francia.
Su primer viaje fuera de Asturias fue también el del primer exilio de Rey. Cuervo asegura que de León fueron a Madrid y San Sebastián, para después pasar a Francia. «Tras permanecer unos meses en París, viajó a Moscú, donde realizó diferentes cursos hasta regresar a España en marzo de 1936 acogiéndose a la amnistía decretada tras la victoria electoral del Frente Popular», señala.
La Guerra Civil es otra de las claves que explican la vida de Álvarez Rey, la que lo encumbró a los altos mandos del Ejército republicano. Tras el alzamiento militar, el mierense formó parte del Comité de Guerra de Turón. En agosto de 1936 se desplazó al frente occidental de Asturias, donde fue nombrado delegado político en la Comandancia Militar de Occidente y participó en la defensa de Cornellana. Más tarde ocupó el mismo cargo en la Comandancia de Trubia. Tras la militarización, llegaría a ser comisario político en la 8.ª Brigada de Asturias y más tarde en la 5.ª, 1.ª y 60 divisiones, esta última con puesto de mando en Lugones. Allí, el día 21 de octubre de 1937, recibió un enlace enviado por el mayor anarquista Víctor González, que le avisaba de que se había acordado la evacuación y que todo el mundo se marchaba esa noche. Le dijo también que su mujer, su hija y su cuñado ya habían embarcado en Gijón, y que lo mejor era que «intentara salir desde Avilés, porque en Gijón ya no quedaban barcos». González y Álvarez Rey recorrieron el camino hasta la villa avilesina apuntándose con una pistola. No se fiaban uno del otro. Pero la cosa salió bien y pudieron embarcar con otras 50 personas rumbo a Francia, desde donde pasaron a Cataluña. No cesó en su lucha para defender la «República legítima» y llegó a ocupar el cargo de comisario político de división en Teruel y en el Ejército del Ebro. Con la guerra terminada y perdida, y con la familia en el exilio, el objetivo de Álvarez Rey fue marchar de España. Consiguió llegar al norte de África, para pasar después a la URSS. Allí le sorprendió el inicio de la II Guerra Mundial. Versado, a su pesar, en las artes de la guerra, Álvarez Rey tomó parte en la batalla de Moscú, dentro de la 4.ª compañía especial de la Brigada Motorizada Independiente de Tiradores de la NKVD, integrada por 125 republicanos españoles. Él era el jefe, y su misión -nada más y nada menos-, defender el Kremlin. Más tarde, combatió en el Cáucaso.
Cuervo explica: «Entre las distinciones que tenía destacaban la condecoración de la Estrella Roja de la URSS, orden de la Victoria en la Gran Guerra Patria de la URSS, medalla de la Defensa de Moscú y el Cáucaso, y las conmemorativas de los 20.º, 30.º y 40.º aniversarios de la Victoria. También fue distinguido con la medalla de la Liberación de Yugoslavia».
Acabada la Guerra Mundial, se trasladó a Francia. Eran los años cuarenta y con ocasión del intento de invasión por el valle de Arán estaba previsto que formara parte de la segunda oleada para acabar con el régimen de Franco. Así, fijó su residencia en la localidad francesa de Toulouse. Nunca se olvidó de sus orígenes comunistas y desarrolló su papel como formador de cuadros del PCE. También participó en el congreso de 1959 del PCE en Praga. El resto de su vida trabajó, hasta su jubilación, como albañil.
Con la dilatada redacción de la vida de Álvarez Rey parece que no queda lugar para nada más, pero sí. Al parecer, y eso ya no aparece en su historia oficial, llegó a espiar al Ejército nazi vestido de militar alemán, y aunque él nunca lo contó «porque era secreto de partido», su familia y amigos creen que alguna vez volvió a España para participar en acciones clandestinas del PCE. «Desaparecía durante tres meses y cuando volvía a casa nadie preguntaba nada, seguían con su vida normal», apunta Cuervo. Porque Álvarez Rey siempre dijo que ciertas cosas se irían con él a la tumba y, como todas las promesas que hizo en vida, cumplió hasta el final.
Una íntima ceremonia familiar despidió, el pasado 26 de enero, a Álvarez Rey en Toulouse, donde reposan sus restos, y adonde tal vez lleguen las noticias de que su muerte sirvió para recordar que «El Jefe» pervive en la memoria de una nación que, ahora con leyes y homenajes, intenta recuperar los nombres que se creían olvidados.