31 de diciembre de 2012

Destilando el 2012

                                     Destilando el 2012
Algún día lograremos mirar el 2012 sin la rabia que destilamos ahora cada vez que recordamos sus doce meses completitos (lease el "completitos" con rabia destilada). En cierto modo a mi ya me está pasando. No me hagáis caso, soy una sentimental y de tendencia peliculera pero es que lo veo marcharse y me da algo de nostalgia dentro...
Es cierto que el 2012 nos enseñó cosas sin las que podíamos haber seguido viviendo tan panchamente. La lista es "larguita" (rabia destilada):  la prima de riesgo, la Troika, los desahucios en masa, la injusticia, la pérdida de derechos, los cierres, la caradura de muchos, el paro, las despedidas para siempre, la "aventura de la emigración" (que por cierto no hace ninguna gracia cuando la protagonizan nuestros amigos e hijas, primos, sobrinas, nietos y hermanas). La lista es tan "larguita" como dolorosa. De hecho vale más parar y no seguir pensando en el pasado año al que a partir de ahora denominaremos: "dosmildocedeloscojones".
(Respiraciones, buen rollo, respiraciones, buen rollo)
A poco que nos esforcemos (aunque cueste) también se le encuentran las guindas al pastel de 2012. Piénsalo. Seguro que hubo algo (o mucho) bueno. Tal vez solo fuera un instante. Pudo ser una cena,  un viaje,  un libro, un nuevo amigo, un grito que diste en alguna manifestación, una conversación, un resultado médico positivo, unas risas, una canción...¡Algo!. Con esto de las nuevas tecnologías y de que hay cámaras de fotos hasta en algunos empastes de dientes, es fácil echarle una mirada rápida al año y quedarte con una foto, una palabra o un instante. Con el equipaje de lo bueno nos adentramos en el 13, número al que, por cierto, España -y cuando digo España quiero decir país/nación/conglomerado/
bancomalo/coyunturageográfica- ya no le tiene superstición alguna.  ¡Quién dijo 13!.

Mi deseo: Salud, ideas, risas, proyectos, viajes, libros, películas, canciones, conversaciones y, oye, si hay que ir de manifestación, pues se va.

25 de diciembre de 2012

Desprecio

Se me había salido la cadena, la metí como pude y en un bar cercano pedí, por favor, si podía lavarme las manos llenas de grasa de la bicicleta. Entonces, un hombre me miró y dijo: "¿Bicicleta?. Mejor tabes en casa planchando, que no tienes diez años". Ni siquiera vi necesario responderle, más que nada porque no suelo discutir con ornitorrincos, pero el caso es que allí mismo al escucharle me acordé y entendí una frase que había leído esa misma mañana en el periódico: "El arma más poderosa que tienen las mujeres es el desprecio de algunos hombres".

5 de diciembre de 2012

Partes y todo: Manolita

Manolita llegó a Sama el mismo día que cumplía doce años. Hasta entonces, había pasado 11 años y once meses de su vida en un pueblo de Almería y los treinta días restantes sobre un carro, dos camionetas y un tren que la trajeron a Sama. Y aquí sigue, siete décadas después. A veces, como ahora mismo, la oigo cantar por el patio de luces. Y eso que hoy no hace un día especialmente soleado porque si no seguro que nos deleitaba con algún fandango. Aunque lo suyo es la copla. Canta bien. Siempre coincido con ella de compras por el barrio.
-"Ye que er mi Pepe"-la oigo decir en la cola de la panadería.
Y sonrío, porque percibo en ese deje astur-almeriense un sonido ancestral de las Cuencas mineras. Un acento que explica por qué somos lo que somos: muchos de muchas partes que forman un todo.
Y me presta.

2 de diciembre de 2012

Lo mío con el Instituto


Estoy escuchando tangos a la vez que escribo estas líneas. Lo digo para eximirme (al menos parcialmente) del pasteleo que voy a escribir, con total seguridad, a partir de ya mismo. Echémosle pues las culpas a la música para hablar del aniversario del Instituto Jerónimo González de Sama y darle un par de vueltas a la memoria de los años que pasé en el lugar, primero como estudiante, y después como hija de "Flora la de la cafetería". Como toda historia, lo mío con el instituto tiene un arranque en lo que denominaremos "El Principio de los Tiempos". Ésta época empezó una mañana en un pasillo largo y oscuro y terminó aproximadamente quince minutos después cuando una servidora decidió que ya estaba integrada. Al éxito de la óptima incursión en la vida de una estudiante de secundaria ayudaron muchas personas pero es imposible no mencionar a Eli y Soraya. El capítulo dos es un poco más largo. Bajo el título "En la cresta de la ola" en esta fase de la narración se abordan los altibajos propios de una relación estrecha entre institución y persona. La adolescencia efervescente y las matemáticas de Tercero de BUP son las dos grandes crisis de este periodo que terminó felizmente cuatro años (menos quince minutos) después con una nota que me permitió estudiar lo que quería.
La fase tres, denominada "¿Acuerdeste cuando en el Instituto?", suele ser, en la mayoría de historias de este tipo, la parte final. Pero en mi caso no. El anexo, sorprendente, me lo otorgó un nuevo título. Además de "alumna" o "ex-alumna", dentro de aquellas paredes a la orílla del río Nalón comencé a ser también "la hija de la de la cafetería". Aquí se abrieron nuevos horizontes y aprendimos cosas nuevas, como que los profesores también son seres vivos, mamíferos y hasta, en casos extremos, tienen buena conversación o que, al otro lado de la barrera, efectivamente el recreo parecía una estampida de zombis hambrientos. ¡Feliz cumpleaños!.