30 de marzo de 2012

Gesto

Su hijo le decía muchas cosas. Demasiadas. "¡Cuidate!", "¡Tomá la medicación!", "No pasees hoy que hace frío", "¿Votar, para qué? ¡Dále, mamá! ¡No seas pelotuda! ¡Si ya llevas cuarenta años acá!. No necesitan tu voto". Pero Enedina no le hacía caso en nada, salvo en lo de los medicamentos -que no quería andar jugando con el corazón débil que había heredado de su abuela Aurora. Así que, unos días antes de que finalizara el plazo para poder votar, quedó con Alfredo, Marcos y La Chata, y lo fue a hacer en persona, al consulado. Quedaron en verse frente al Mercado de las Pulgas de la Avenida Álvarez Thomas. Allí cogerían el colectivo que les acercaba hasta el cementerio de La Recoleta y de ahí, ya dando un paseo, hasta la Oficina Consular. Otras veces había enviado la papeleta por Correos. Le gustaba pensar en cómo iba a levantar su primo Gerardo las cejas cuando viera el sobre con su nombre. Él, que había vivido en Argentina hasta su jubilación, hacía ya veinte años, era ahora un destacado dirigente del Foro Asturias de Tineo -primero lo había sido del PP- y ella, que había optado por quedarse para ayudar a cuidar de sus nietos, seguía fiel a las siglas socialistas, las mismas por las que tuvo que huir, primero a Francia, después a México y, finalmente, a Buenos Aires. "¡Dale, Nedi! ¡No seas pelotuda! ¿Seguís votando a los mismos?", le decía Gerardo cuando volvía por Navidad marcando el acento argentino casi tanto, o más, de lo que marcaba antes de marcharse el español. "¡Ay, Gerardo, no seas pelotudo tú, rey, y déjame en paz", le respondía ella ante la inquisitoria mirada de los hijos de ambos que veían venir, una vez más, la eterna discusión política de la cena navideña.
Aquella vez iba a ir a votar al Consulado, le había parecido bien el plan que le ofreció La Chata, sobretodo si reunirse para ir a votar significaba también comer en alguno de los italianos de Puerto Madero. ¡Hacía siglos que no comía una pizza en condiciones!
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"Enedina Menéndez Feito" repitió en voz alta el joven del consulado que les pidió sus pasaportes antes de sacar la urna. "Vota", susurró el chico y ella miró como su papeleta caía sobre un lecho de sobres "No servirá para nada, pero ahí está", pensó. Sin saber que, quince días después, ese gesto valdría todo un diputado.

Puro vicio

Los asturianos hemos convertido la fiesta de la democracia en una orgía por puro vicio. Siempre hemos sido muy dados a transformar en vicio cualquier sufrimiento (y a las resacas de sidra me remito); así que si hay que volver a las urnas otra vez, pues lo hacemos y aprovechamos la coyuntura para rajar del contrario. Las elecciones son una catarsis social que hace a la gente soltar adrenalina en los chigres y en los muros de Facebook para que después estén tranquilinos como ciudadanos de a pie. No sé qué hacíamos antes cuando no existían las redes sociales en las que ensalzar a un candidato y vilipendiar al contrario. Y lo más importante, no sé qué hacían antes los partidos políticos con tanto hulligan suelto por el mundo. ¿Los tendrían encerrados para sacarlos solo en mitines, congresos y otras fiestas de guardar? Es uno de los grandes enigmas sociales de la Asturias Democrática.
Yo ya he hecho varias apuestas defendiendo que lo del vicio nos gusta tanto que repetiremos la cita con las urnas en 2013, con el País Vasco y Galicia. Elecciones hasta el infinito y más allá es una alternativa. La otra es pedir la anexión a cualquiera de estos dos territorios. Si nos hiciéramos vascos Asturias pasaría a ser Azt-ura y David Villa podría jugar en el Athletic de Bilbao. Quedarían flecos como saber qué hacer con Gabino De Lorenzo, pero bueno, ya veríamos. Si nos hiciéramos gallegos fusionaríamos al Deportivo de La Coruña con el Sporting de Gijón para ver si entre los dos equipos formamos uno que valga para Primera. Y con Gabino nada, miramos a ver si le gusta Sanxenxo y ya si eso le damos la alcaldía.
En fin. Yo no quería hablar de política esta semana y aquí me tenéis. Lo que pasa es que eso de ser demócrata, en democracia, se lleva bien hasta que el contrario te empieza a tocar las narices. Todas las conversaciones sobre política de las que he sido testigo en la vida han acabado o a hostia limpia, o con unos morros de aquí a Logroño o con mi tío Mamblé contando su mili en el Hoyo Manzanares -«Mardito joyo»- para destensar el ambiente. Supongo que os habéis dado cuenta, por los carteles que hay por ahí y porque seguro que os encontrásteis a algún candidato en el mercado, que en Asturias tenemos elecciones autonómicas otra vez. Llevamos en campaña un año y eso se nota en que cualquier decisión que tomes en la vida tiene una lectura política. Te gusta un concierto que van a dar en el Niemeyer pero te lo piensas dos veces antes de ir porque dices que si vas igual es que apoyas a unos y si no vas, es que eres claramente de los otros. Y el listado de temas de los que un asturiano de a pie elige no hablar para evitar pugnas es cada vez mayor: Niemeyer, Festival de Cine de Gijón, la RTPA (Sí), el lobo como especie cinegética, los complementos de vestuario de Cherines, los fondos mineros...Ése asturiano de a pie sufridor (y amante de la sidra) ni siquiera puede hablar ya de que en su oficina están cambiando el mobiliario porque seguro que alguien se pone a pensar mal.

La pita postmoderna

(Publicado el 14 de marzo de 2012 en La Voz de Asturias)
Les Cuenques son uno de los pocos sitios del Mundo en el que te puedes encontrar a unes pites roxes pastando en una rotonda que da acceso a una autovía. Esto es así. Postmodernismo en estado puro. Sé que hay gente a la que este comentario le puede parecer mal y sé también que alguno dirá: Mira ésta tiparraca poniendo a les cuenques mal para que se rían de nosotros y piensen que estamos/seguimos sin civilizar. Pero nada más lejos de la realidad. Mi intención nuca será hacer daño a esta tierra. Todo lo contrario. Soy "cuencófila" y "pancuenquista". Lo primero no lo puedo remediar: Me gusta todo de aquí. A lo segundo llegué por trabajo y, después de cinco años puedo decir que incluso en Mieres se puede encontrar una a gente maja por la calle. Afirmación que debe contar el doble porque viene de una langreana. Sí, me gusta todo de Les Cuenques. La sidra, los chigres, los pueblos, las calles, la gente, los vestigios industriales, las batas de flores de las mujeres y esa tendencia a mezclar risa y tragedia que, sin duda, nos hace dueños de uno de los humores negros más extravagantes de España. "Nos estamos quedando sin homes...¡Tan bien tous pallá, cangondiola!. Ponme una chapata", sentí decir a una mujer -con bata de flores- el otro día en la panadería. Todas las que estábamos a la cola nos reímos con la ¿gracia? de la señora que se vino arriba ante el éxito de crítica y público comenzó a recitar los pésames a los que había acudido en los últimos quince días. "¡Sin homes...!¡Venga!....¡Sin homes!", se fue gritando camino del Adaro mientras el resto de clientas y la mismísima panadera continuábamos riendo. ¡Vete tú a indagar el por qué!
Bueno yo, a todo esto, hago referencia a lo de les pites en la rotonda porque como lo del carbón no pinta bien y lo de la reconversión, ¿cómo decirlo sin que esto acabe en un disgusto?, pues tiene sus "lagunillas", creo que lo que tenemos que hacer es empezar a vender ipsofácticamente nuestra idiosincrasia, que esa sigue teniendo mucho éxito entre los forasteros. Yo ya me lo estoy imaginando. El Nalón y el Caudal llenos de modernos venidos de todos los puntos del planeta para ver y fotografiar las praderías cerradas herméticamente con somieres de muelles (práctica extendida a todo el Principado) o los muros con pintadas en las que se pueden leer palabras que son versos, reivindicaciones y, a la vez, amenazas. Como esa de: «Cualquier dii t' atarazo». (No digáis que no parece italiano del mismísimo Dante).
Ademas de modernos con gafas de pasta y cámara de fotos, aquí también podrían venir científicos de diversas disciplinas. Antropólogos que estudien el por qué de que, tenga la edad que tenga, el ejemplar macho de estas comarcas siempre acabará con un codo apoyado en la barra de un bar una pierna semiflexionada hacia atrás. Lingüistas que demuestren que las expresiones «calla ho» y «calla ne» bien podrían ser nombradas Patrimonio Inmaterial de la Humanidad o sociólogos que aclaren las razones que nos llevan a discutir cualquier cosa como si nos estuviéramos matando para terminar invitándonos a sucesivas rondas que, éstas sí, pueden acabar en tragedia. Pero eso ya es otra historia.

13 de marzo de 2012

El niño vintage

(Publicado en La Voz de Asturias el 8/03/2012)
Yo es que he ido a esquiar siendo niño”. Así, con su pretérito perfecto mal puesto y todo, se explicaba un antiguo compañero de colegio el otro día en Facebook. Hice memoria para recordar la infancia compartida, pero nada. A mi cabeza solo vinieron imágenes de una cuesta y de un par de sacos de plástico con los que nos azotábamos monte abajo sin miedo a nada, salvo a la bronca materna por alternar pingaduras con unos manchurrones de carbón que no salían ni con jabón del chimbo . Bueno, pues parece ser que aquel deporte de riesgo, con el cambio de milenio, se ha convertido en esquí alpino.

Toda la culpa es del recorrido que está teniendo la década de los ochenta. La cosa está así: los que tuvimos infancia ochentera estamos rentabilizando mejor los chándals de táctel, los juegos reunidos y la aventura que siempre es tener unos padres con hombreras que el dinero que nuestras respectivas güelas nos metieron en esas primeras cuentas de Cajastur que todo asturiano de bien estrena antes que el primer diente.

Ahora resulta que esas megagafas de pasta negra que hicieron la vida imposible a más de uno en la escuela son cool porque son vintage . Vamos, que los hubo que tuvieron que aguantar toda la EGB cariñosos apelativos como cuatro ojos, cegato, ciego, topo y/o gafotas; y a los que, en estos momentos de la vida, no les queda otra que soportar que sus amigos, los mismos que les insultaban, luzcan unas bifocales de tal tamaño cuyos cristales guapamente se le podrían encargar a Rioglass para evitarle otro ERE. Si pasas una niñez traumatizado porque no quieres llevar gafas y una juventud conteniéndote para no arrancárselas de cuajo a todo bicho viviente de tu alrededor, lo normal es que acabes en la consulta del psicólogo.

Lo de que un experto analice tu modus operandi en la sociedad para luego reconducirte por el buen camino, eso sí es nuevo para los que ahora somos treintañeros. La psicología y la pedagogía durante nuestra escolarización tenían solo tres caminos a seguir. A saber: borrador en la frente con una velocidad de saque que ya quisiera Nadal; colleja en la nuca con efecto lexatín y/o visita al despacho de dirección donde te librabas de lo primero, pero lo segundo flotaba en el ambiente como una amenaza perpetua hasta la hora del recreo.

No digo yo que aquello fuera mejor que lo que hay ahora. Simplemente era distinto y se asentaba en otros principios. Lo que buscaban los mayores entonces era que aprendieses a arreglártelas por tu cuenta en el medio hostil que era la vida y, sobre todo, que les dejases a ellos vivir la suya en paz. Esta filosofía paternal de éxito se basaba en el principio neoliberalista de “laissez faire, laissez passer”. Siempre, eso sí, que no interfirieras en las conversaciones y el devenir de los adultos, porque entonces tiraban de otro gran filósofo de su época, que era Serrat, y rápidamente te soltaban aquello de “niño, deja ya de joder con la pelota. Niño que eso no se dice, que eso no se hace, que eso no se toca”.

Hakuna Matata

(Publicado en La Voz de Asturias el 1/03/2012)

Me gusta vivir la vida al límite, así que lo voy a decir sin rodeos: No me molesta que los catalanes hablen catalán. ¡Hala, ya está!. Me pasa desde siempre. Es más, siendo una guaja hasta me halagaba que los pocos catalanes con los que coincidía en mis veranos por el Oriente astur hablaran catalán en mi presencia. Creía, en mi ignorancia idiomática, que lo hacían porque nos intentaban imitar a los asturianos. ¿Qué queréis? Los escuchaba decir que tal cosa valía “un duru” o no sé “cuántes pesetes” y me decía: mira qué majos estos catalanes que ya que vienen aquí intentan integrarse en el medio también desde la palabra. Claro que “estos catalanes” que conocía yo en concreto eran muy de integrarse en la sociedad llanisca porque bailaban el pericote mejor que nadie y birlaban al bolo palma como si sus güelos fueran del mismísimo Cuera.

Me hacía gracia el catalán, que entendía a medias. Y me admiraba el euskera. Tanto que hasta le pedí a uno de los niños vascos con los que trataba que me enseñara a decir los números hasta el infinito. Y aprendí. Fue en una sobremesa de barbacoa mientras los mayores arreglaban el mundo. Lejos de ser algo inútil en la vida, mi conocimiento del nombre de los números en vasco me convirtió en una atracción de feria durante mi infancia. (Mires por donde lo mires, era bastante raro que una neña de Ciañu supiese decir “ciento veintisiete” en euskera). Lo peor es que aún sé. Llegados a este punto debo confesar que gané bastantes apuestas en mi juventud por tierras madrileñas gracias a esta memoria selectiva que tengo y que funciona por parámetros abertzales.

En Madrid, seis de cada diez personas a las que conocí creyeron, de mano, que era gallega. No me parecía mal. Al menos me colocaban al norte. Pero había algo dentro de mí que rascaba. “¿Gallega, cómo que gallega? Pero vamos a ver, fatu, cómo que gallega, ho”. Sí, sí. Cinco años en la capital del reino y no sólo no se me quitó ni gota del acento cuenquil, es que llegó a agudizarse más si cabe. Mi madre está convencida a estas alturas de que nunca pasé de Campomanes en aquel lustro de estudios periodísticos, que la engañé. El colmo de los colmos, en tierras castellanas, fue cuando una compañera me preguntó -y reproduzco literal-, por qué hablaba yo en “castellano antiguo”. No sabía si reírme o darle a conocer algunas de las toscas y descorteses expresiones con las que nos solemos expresar en ciertos trances las “castellanas antiguas”. Opté por la risa porque siempre es más entretenida. Como escuché el otro día a no sé qué tertuliana radiofónica: “El pesimismo es cansado”. Y tanto. En épocas de crisis florecen los pesimistas y los aguafiestas, gente a la que todo le parece mal. Que haga sol, que llueva, que estamos en un país de pandereta, que los franceses son lo peor y ellos son los que se drogan, que si la república, que si la monarquía, que por qué los catalanes hablan catalán. De verdad lo digo, dan cansancio, sí, pero también mucha pereza. Como decimos los miembros de la generación Disney: Hakuna matata, por favor.