22 de abril de 2015

Una gorra y el sistema educativo del Primer Mundo





Tras varios requerimientos por parte de profesores y de la dirección que le pidió (bastante más educadamente de lo que respondía él) que se quitara la gorra en clase tal y como obligaban las normas del centro, el adolescente consideró oportundo ir a llorar a sus padres que a su vez consideraron oportuno llamar a la prensa para denunciar que el Instituto Público al que iba su hijo cortaba las alas de su libertad por no dejarle llevar puesta una gorra de beisbol durante las clase.
 "La gorra forma parte de su personalidad", decía el padre dándose golpes en el pecho frente a los micrófonos y las cámaras de televisión.
"Señor, su hijo usa la gorra para calársela hasta los ojos en clase y dormir", le explicaban los docentes.
"La gorra forma parte de la identidad de mi hijo", insistía el padre dando aún más voces y más golpes en el pecho.

(Estupefacta yo asistía al espectáculo y me decía a mi misma "¿de qué identidad hablará, rediós? Si ye de Sama, si tovía fuera una toalla de Hunosa lo que se planta en la cabeza...)

Al final y después de muchas idas y venidas (demasiadas) el niño tuvo que quitarse la gorra para entrar en clarse. Yo siempre creí que fue  una gran suerte para todos que la dirección no se doblegara e ignorara los estúpidos argumentos del padre, la tontería que se traía encima el niño y a nosotros, los medios de comunicación, que nos encargamos de airear la anécdota elevándola a la categoría de "claro caso contra las libertades de los estudiantes". 

Todo este lío para decir que el problema del sistema educativo del Primer Mundo no son los guajes que tienen brotes psicóticos y van con una ballesta a clase. Son los guajes (muchísimos miles más) que tienen brotes de ego, mimos y malcrianza y así se presentan todos los días ante los docentes.