29 de noviembre de 2010

Viejuna

"¡Míralas, míralas qué minifaldas llevan puestas!. ¿No tendrán frío?". La frase aún no ha salido de tu boca y ya sientes como, si de repente, te volvieras un poco más viejuna y se te cayeran veinte años encima. A estas alturas del año ocurre a menudo. Piensas: "Uno de diciembre ya, madre mía, se me pasó el año volando. Ya están aquí las Navidades" o "¡Madre mía son las seis de la tarde y ya es de noche de todo!" o "¿Qué quieres qué aparato para Reyes? ¡Madre mía es que ya no saben qué inventar!" y, de repente, el incesante y basto universo se te echa encima en forma de arrugas, de canas o de bajones morales. Tendemos a creer que la solución pas por llamar a unos amigos y disfrutar de la noche, que sigue siendo joven. Desde aquí os lo digo. El remedio es peor que la enfermedad porque el grado de peligrosidad e incidencia de la resaca en tu cuerpo ha llegado, en estos momentos de tu vida, a un punto de no retorno que te lleva a otra frase viejuna: "¡Pero si yo antes aguantaba....!"
Total, que a ti te da igual porque, ¡qué narices!, si hasta los expertos dicen que ahora los treinta son los nuevos veinte y entonces es viernes y sales y cenas con sidra, y te tomas un chupito, dos cervezas y, como al final siempre se tercia también te tomas una copa, una. Y es después de todo ello cuando llega la prueba irrefutable de que eres una viejuna porque no recuperas hasta el martes y siempre con la inestimable colaboración del ibuprofeno.
Con todo lo peor no son las consecuencias físicas. Lo peor es cuando, el lunes por la tarde, empiezas a recordar vagamente qué ocurrió a partir de las cuatro de la mañana del viernes anterior y te das cuenta la chapa que le diste a un grupo de jovenzuelas que bailaban despreocupadas y a las que, desde la otra esquina de bar, les gritaste: "¡Tapaos los riñones, que vais a coger enfriamiento!".