13 de enero de 2006

Correspondencias



Háblame para que yo te vea, dijo un día Séneca. Las palabras no siempre dejan ver, en ocasiones también esconden. Cuando era pequeña y caía en mis manos un diccionario siempre buscaba la palabra «martes», en la mayoría de enciclopedias solía traer «segundo día de la semana», otros eran más detallístas y precisaban «entre el lunes y el miércoles», por último siempre había textos que se aventuraban a buscar el origen etimológico de esas
seis letras, que procedían de alguna deidad antigua. Después crecí, y hube de buscar en los diccionarios otras palabras, para derimir la realidad de su significado o la correcta utilización de una hache intercalada. Hoy, vuelvo al diccionario, al de la Real Academia de la Lengua Española, y lo hago por motivos de trabajo, casi siempre para buscarle matices a un sustantivo y nunca por placer. Después están aquellas personas que les dan un valor extremo a las palabras, y los que las infravaloran tanto que ni siquiera saben lo que pueden llegar a doler «una palabra puede herir más que una espada» dijo cierto inglés. A lo que, años después, respondió un filósofo francés «la palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha», lo que finalmente nos lleva al refranero popular, definición de nuestra España, «no ofende quien quiere sino quien puede». Y, llegados a este punto, no hay conclusión. Es lo bueno que tienen las palabras, que nunca se acaban. Como tampoco finalizan las palabras de las cartas que algún día me escribieron y que guardo, celosamente, en una caja de zapatos gris (la caja, no los zapatos). Mezcladas con las misivas que me envió algún amigo (sobretodo amiga, querida Eli), escondo las cartas que yo escribí y que nunca me atreví a enviar, bien por vergüenza, bien por desesperanza o bien porque entendí que incluían tantos retazos de mi alma que no podían ser echadas al viento y voceadas por emisarios anónimos. Siempre me emocionaron las postales, alguna vez quise coleccionar sellos y aún, de vez en cuando, cogo lápiz y papel y derimo mi existencia entre tipografías y estampas...que, por supuesto, nunca destinaré a nadie....o tal vez sí

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Querida amiga Aitana:

Hemos recibido tu postal desde Sairutsa. Parece que el invierno tiene allí una luz incierta que nos llena de esperanza, muy diferente a la barrera gris que se desploma sobre nosotros mientras te escribo. Espero que recibas estas letras con la misma ilusión que siempre, ya sé lo mucho que te gusta recibir cartas. Un besín de Ricar y otru míu.

Anónimo dijo...

Por cierto, me identifico con tu post, a mi también me gusta mirar en el diccionario para saber el significado exacto de tal o cual término. Así que, una de dos, o yo tengo algo de periodista, o tú tienes algo de poeta. Y lo primero va a ser que no.

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