10 de abril de 2012

Moderneo

Yo soy moderna porque el mundo me ha hecho así. Lo descubrí el día que mi vecina quiso vacilarme enseñándome unas botas de goma que se había comprado por internet. “Me las mandan de Inglaterra por solo cien euros, más gastos de envío. Un chollo. ¿No son monísimas?”, dijo; y yo me limité a responderle que sí, que eran monísimas, porque bastante tiene la pobre con lo suyo. Aunque la realidad de la vida, pensé mientras miraba el calzado de color negro, es que esas botas eran exactamente las mismas que utilizaba yo de guaja cuando íbamos a buscar las vacas de mi tíu Daniel y estaba la vida un poco embarrada.

Total que con un poco de aquí y otro poco de allá he ido descubriendo que yo soy moderna desde siempre y con carácter retroactivo. Antes era moderna sin saberlo pero ahora que lo sé, y encima me trato con otros modernos, pues ya lo voy explotando por el mundo.

El moderno de pueblo, que es la categoría en el que cualquier experto en la materia me incluiría a mi, no tiene ni idea de serlo durante sus primeros quince años de existencia; después lo lleva con aires de grandeza (que la tontería del pavo no te la quita nadie así vivas aislado en lo alto de Peña Mea) y, finalmente, ya cuando entras en la edad adulta, pues te lo tomas con resignación y luchas para no acabar tus días como un ser bipolar que por la mañana le da vuelta a la hierba en un prau y por la tarde se pasea por la Gran Vía.

En el pueblo eres el “moderno” y alguna vecina te mira con cara de “¡pobre, es buena y estudiosísima, pero muy rarina de Dios!”. En la ciudad, donde has ido a estudiar y/o trabajar, eres una especia exótica que conoce el calendario de plantación de la patata y que ha participado activamente en la matanza de al menos tres especies animales que, a las pocas horas, ha comido sin el menor remordimiento (porque tu güela y la fame no dejaban que surgiera en la mesa signo alguno de compunción, todo sea dicho de paso).

Total que en la gran urbe despliegas tu conocimiento del mundo rural, de los refranes, de las distintas maneras de nombrar un rastrillo, de cómo andar por el monte, de las señales que nos dicen si va a llover o no; y así, poco a poco, acabas convirtiéndote en una gurú de la vida moderna aunque tú no lo sepas y siempre haya alguien que te diga: “-Jo, debe ser muy complicado venir de un pueblo pequeño a esta ciudad tan grande, ¡te perderás! ¡Con tanto coche!. Por cierto, ¿es verdad que en tu pueblo no hay semáforos?”. Y tú dices que no, que no hay semáforos ni tampoco hay aceras, y que sí, que es muy difícil el cambio sobretodo porque ya no ves desde la ventana de tu habitación los manzanos que te alegran la vista en primavera. Y miras al interlocutor, que calza unas botas negras de goma muy modernas que le costaron por internet algo más de cien euros “traídas expresamente desde la fábrica de la marca en Inglaterra”. Y sonríes por dentro mientras piensas: “A ti quería vete yo amarrando al pesebre las vacas de mi tíu Daniel”.

1 comentario:

Xurde dijo...

JIJIJI...
con lo bien que se llevan estas katiuscas con la pila cuchu.

BUENA REFLEXION AITA

Besos morderna..!!