17 de marzo de 2015

Empezar




"Ahí vive Matilde, la viuda, es buena gente, un poco cotilla pero puedes contar con ella para lo que quieras cuando yo no esté. No sabe leer así que tendrás que bajar de vez en cuando a leerle las cartas de su hermano, que se las manda de Buenos Aires. Léelas primero tú y bueno, ya sabes, se lo pones todo guapo que bastante tiene la pobre...". Mi tía Joaquina daba vueltas sobre sí misma en medio del patio de luces señalando ventanas. "Ahí está el despacho de Don Faustino, el practicante. A veces se queda hasta tarde, verás la luz encendida. Él te puede dejar algún libro, pero no te emociones, casi toda su biblioteca, por no decir toda, es de botánica". Alzó la mirada y al mismo tiempo la mano derecha apuntando a un ventanuco: "Y allí.... Allí viven Laura y su hijo, Elías". Suspiró. Me miró con unos ojos muy tristes, unos ojos que yo solo le había visto otra vez a mi tía. Fue dos meses antes cuando llegó al pueblo acompañando al féretro de su marido, el tío Juan Pedro, el maestro del pueblo al que yo llegaba ahora a sustituir. "A Laura y a Elías me los cuidas mucho. Te los encargo como si fueran algo mío. No tienen a nadie. Me tienen a mi, y ahora te tienen a ti. Yo te pasaré algo de dinero de vez en cuando para que les compres ropa..". Vi como la tía Joaquina miraba de reojo a una ventana entreabierta. Dentro se oía silbar a un hombre, me parecía conocer la canción. No me hizo falta preguntar, supe que era “La Internacional” y me dio una sensación rara, entre miedo y ganas de reír.
"¿Y ahí quién vive, tía Joaquina?"
Puso lo ojos en blanco, igual que hacía mi madre.
"¿Ahí? Pronto lo sabrás, para mi desgracia".
Dos segundos después la ventana se abrió y conocí a Armando, maquinista del Pozu La Encarná. Y un poco después también conocí su sonrisa y sus manos y su boca y esa manera suya de sentarse como si fuera un aristócrata que me fascinaba.

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