5 de enero de 2006

Cosmogonias de Aobsil (II)


Parece que vivimos para aparecer en un cuaderno de bitácora, pero eso no es malo. A veces pienso que sólo entiendo lo que escribo, por eso me gusta escribir. Le pedimos todo a la vida sin dejarla meter baza. Me gusta descifrar los silencios de la vida, que a veces se materializan en risas y caricias, otras en truenos y tormentas. Todo ello es, al final, un consejo enorme de la existencia. Cuesta hacerlo, pero basta con pararse y mirar. En Lisboa descubrimos que la templada brisa también puede llegar en invierno, que las carreras en busca de una cuenta atrás no siempre son malas y que las palabras que se dicen al oído pueden convertise en auténticos alimentos para el espíritu. A la vuelta de esa Lisboa que está más cerca del mar que de cualquier otra cosa en el mundo, pienso en lo que quiero escribir, y en lo que alguien querrá leer: viajeros, teoría y práctica de la amistad, los fantasmas de Gorazde, el temblor de tierra, los cruces de tren, las escaleras que discurren por ciudades de sueño, el elogio del beso, la elegía al número impar.... También pienso en las conversaciones que se tienen cuando la carretera no tiene curvas (ni barro) y los kilómetros que te quedan por delante son más que el mil por mil de los años que te quedan por vivir. Alguna vez soñé unos ojos que ahora sueñan a mi lado, otras, como me pasó en Lisboa, son las miradas de esos ojos las que me quitan el sueño para traerme a la realidad constante y bella de lo que existe. Puede que Lisboa sea el lugar donde habite para siempre el dulzor de las cosas que se dicen con ese acento entre inexistente y eterno del portugués, o puede, quizás, que sea allí donde una se de cuenta de todo....

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No te entusiasmes tanto con Lisboa que me debes aún un París..

Anónimo dijo...

Hola hija, no me cabe ninguna duda que eres feliz. Se feliz en Lisboa, en Sama, donde estes no importa, pero se feliz.....Besos Mamá

Anónimo dijo...

Fai casu a to ma, coime!!