18 de enero de 2006

De climas y otras idiosincrasias



Hay veces, en esta suerte de Norte que nos ha tocado vivir, que todo el mundo se vuelve gris plomizo. Las calles, las gentes, incluso las luces de los coches que te cruzas por una carretera cualquiera. La niebla está tan baja que ni siquiera ves el final de las montañas que te rodean. Entonces crees que el universo, más allá de estos cuatro montes, es incomprensible y, en ocasiones malvado. Los metereólogos se empeñan en avisarnos, desde hace meses, de una ola de frío tras otra. Nada de eso acaba de llegar nunca. Aunque claro, para caldear el ambiente siempre tenemos algún estatuto que discutir o alguna absurdez política que comentar. Digo yo. ¿no sería más fácil bajarse del escenario, apagar las luces y verlo todo desde la platea?. Sería un ejercicio de humildad para muchos. Howard Kurtz dice: «deberiamos prestar más atención a la condición humana..». En el fondo, y eso es lo que yo considero, la realidad de este trabajo en el que estamos se dicta más por los oscurantismos políticos y económicos que por las verdades directas, es el mayor problema. Pienso muchas veces en cómo será mi vuelta a Madrid, a menudo también sueño con las calles y las gentes de la ciudad. Allí también había gris, pero era más bien asfáltico, y rara vez las nubes impedían la visión de las montañas de cemento que se alzan indolentes junto a las grandes y extensas calles. Recuerdo el primer día que llegué a la ciudad, era octubre y yo llevaba ropa de invierno, pero en Madrid no hace frío hasta noviembre y hubo de sortear ese indómito clima de la meseta con el olfato que tenemos los norteños, ese que cada mañana nos hace abrir la ventana y valorar la humedad, la temperatura y hasta la dirección del viento. Allí se reían de mi. Decían que los asturianos hacíamos de las conversaciones insustanciales que todo el mundo tiene sobre el tiempo auténticas teorías sobre la naturaleza humana. Es cierto, yo conozco varias maneras de llamar a la niebla y la lluvia que hoy cae sobre nuestras cabezas. Ninguna de ellas la aprendí en el diccionario...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Alguien me dijo que los eternos días de lluvia en Asturias son el precio que pagamos por tener el verde más intenso y deslumbrante del mundo. No sé si es cierto, aunque reconzco que siento una leve claustrofobia ante las interminables llanuras doradas de la meseta y respiro con alivio al pasar el Huerna. Será el gen astur.

Anónimo dijo...

El verdadero dolor que mantiene despiertas las cosas es una pequeña quemadura infinita en los ojos inocentes de los otros sistemas