13 de febrero de 2006

Nuevas historias de Castilla la Vieja (II)



La segunda jornada en tierras de la Villa y Corte amaneció con una tostada y un café en la calle Cea Bermúdez. Nuestro objetivo era «pasear el Rastro» y redescubrir la idiosincrasia madrileña con un par de cañas (llámale par, llámale quinteto). En el mercadillo más famoso de todos los tiempos no compramos nada. Yo hubiera gastado mis ahorros pero tenía el día estoico y me conformé con un paseo «en blanco» por el barrio viejo-nuevo de Lavapiés. En la taberna Don Antonio descubrimos que los pimientos del padrón unos pican y otros non (la pólvora, vamos) y que en un bar desolado de la Plaza la Cebada puedes quedarte sin espacio para respirar en menos de lo que Juan (el camarero) sirve «cinco cañitas y algo para empujarlas». Después de comer y arreglar parte de nuestro ideario político-social proseguimos con nuestra visita cultureta y entramos en los salones amarillos y grandiosos del Museo del Prado. El Greco, Zurbarán, Velázquez, Goya, Botticceli...Y grandes obras maestras de la historia mundial de la pintura universal, somos así de gallos. Nos quedamos con la visión magnífica del tríptico «El jardín de las delicias» de El Bosco. «Dalí no inventó nada» acerté a oir cerquina de mi oreja izquierda a los cinco minutos, perdida como estaba entre el rimero de dibujinos que el flamenco, en su paranoia, dejó expuestos en el gran cuadro. A mi alrededor, y con la misma mirada deslumbrada unos cuantos holandeses proferían en su idioma susurros indescifrables que debían significar algo así como: «¿qué cojones harán estos españoles con tanto cuadro de Flandes?». Se siente señores nórdicos, España es asín. Nuestros días de gloria histórica condujeron a muchos pueblos a la perdición (veáse capítulo del Descubrimiento de América en términos indígenas). Pero la perdición de esa gloria supuso para la nación española los mayores éxitos artísticos de la Edad Moderna. Algo bueno tendría que haber. Tres horas en «la mejor pinacoteca del mundo» nos llevó a otra suerte de museo no menos importante: el de las personas que admiramos. Una conversación fluída en la que, al final, lo importante no son las palabras sino los sentimientos que te sobrevienen al pensar en ellas; y un poco de cava con limón, se conformaron como los complementos perfectos para una última visión nocturna de la Gran Vía. Y a dormir que mañana es otro día.

5 comentarios:

Juan Plaza dijo...

Yo, que nunca pongo nada, por lo cual Sairutsa pilla grandes disgustos, prometo seguir en mis 13, manco perdido, pero fiel a la lectura de sus evocadoras historias. Un besín.

Juan Plaza dijo...

Yo, que nunca pongo nada, por lo cual Sairutsa pilla grandes disgustos, prometo seguir en mis 13, manco perdido, pero fiel a la lectura de sus evocadoras historias. Un besín.

Anónimo dijo...

No me das ninguna envidia, que lo sepas.

Anónimo dijo...

Vale, miento como una bellaca, estoy mordiéndome las uñas sólo de recordar al Bosco y la sala Velázquez. Soy cerrada de Diego (Velázquez no Maradona) y Caravaggio.

Anónimo dijo...

Cuando uno va a un sitio, a veces le suele gustar, el paisaje, las gentes, lo que ve..., pero con el tiempò ese lugar vuelve a estar presente en tus recuerdos, si abres una página en internet y te encuentras un escrito de Aitana,describiendo su viaje. Gracias por hacerme recordar vivencias.. Saludos y Besinos